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CINEMA DE PERRA GORDA

HOLY MATRIMONY (1943, John M. Stahl) [Sagrado matrimonio]

HOLY MATRIMONY (1943, John M. Stahl) [Sagrado matrimonio]

¡Que magnífica película es HOLY MATRIMONY (1943)! No dudo en considerarla una de las más grandes –al tiempo que personales- comedias que produjo el cine norteamericano en la década de los cuarenta. Y señalo lo de personales, en la medida que podríamos enmarcar su propuesta como una versión amable del MONSIEUR VERDOUX (1947) de Charles Chaplin, o una propuesta romántica que mantiene ciertos ecos con el Lubitsch de su periodo final –el ejemplo de la maravillosa THE SHOP AROUND THE CORNER (El bazar de las sorpresas, 1940. Ernst Lubitsch) resulta pertinente-, sin olvidar características que nos podrían remitir a Preston Sturges –también en aquellos años en nómina de la 20th Century Fox-, o incluso al Leo McCarey de THE GOOD SAM (El buen Sam, 1948). Sin embargo, y aún partiendo de esos referentes, HOLY... posee una personalidad única, ofrece una perspectiva estoica y al mismo tiempo entregada, marcando la pasmosa combinación de un agudo sentido del humor y la personalísima manera que Stahl tenía de implicarse en cualquier género que acometiera en su obra. En concreto, el título que nos ocupa se encuentra en su filmografía tras otra demostración de esa mirada singular, en esta ocasión centrada en el cine bélico –me refiero a IMMORTAL SERGEANT (El sargento inmortal, 1943)-, demostrando dos cosas. La primera es la enésima ratificación de que nos encontrábamos ante un primerísimo cineasta, y la otra certificar el hecho de que su periodo en el estudio de Zanuck –contra lo que comúnmente se ha dicho- no solo fue parangonable al previo mantenido en la Universal en los años treinta, sino que en sí mismo ofrece una de las aportaciones más valiosas a dicha major brindadas en la década de los cuarenta, y del que solo cabe lamentar el hecho de que no se manifestara en una mayor extensión –aunque su conjunto sobraría para destacar la categoría artística de nuestro cineasta-.

 

No puedo ocultar que antes de contemplar HOLY MATRIMONY –tanto tiempo deseada, y lograda finalmente mediante la reciente edición en DVD con su traducción literal de SAGRADO MATRIMONIO, que normaliza la ausencia en su momento de estreno comercial en nuestro país-, tenía referencias muy positivas de la misma, provenientes de comentaristas tan perspicaces como Miguel Marías. Podemos incluso intentar determinar en su resultado el grado de paternidad que su resultado mantiene entre la aportación de su realizador y el control del proyecto por parte del especialista Nunnally Johnson, quien se basó en una novela de Arnold Bennett, que incluso se llevó previamente a la pantalla en los años treinta. Sin embargo, todas estas consideraciones previas en modo alguno permiten ocultar la excelencia de su resultado, ni el milagroso equilibrio existente en una película que sabe ir a lo esencial, se detiene en lo cotidiano y abandona los momentos grandilocuentes, que sabe ofrecer un prisma singular, hacer creíbles situaciones descabelladas y, casi de un fotograma a otro, conmover o provocar la sonrisa, sin permitir que el espectador se incline de forma decidida por una u otra vía. Es el milagro de un cineasta que cada vez más, se está convirtiendo en esencial para mi. Uno de los realizadores más singulares, al que incluso la apelación de austeridad o sobriedad puede quedar corta o inadecuada, y que casi, casi, aunque pueda parecer una herejía pronunciarlo, pudiera parecerme como una especie de precedente norteamericano del francés Robert Bresson.

 

HOLY MATRIMONY tiene un comienzo deslumbrante de puro ascético. Iniciada su andadura en los primeros años del siglo XX, en apenas escasos planos intuiremos los derroteros por los que discurrirá el metraje, describiendo los dos mundos contrapuestos que ejercerán como auténtico motor del film. En esta parábola sobre el valor de lo auténtico sobre la apariencia, contemplaremos como el marchante de arte Clive Oxford –maravilloso Laird Cregar- logrará tentar el lejanísimo aislamiento del prestigioso y veterano pintor Priam Farell (eminente Monty Woolley). La impostura de la solemnidad y la hilaridad del contraste se muestra al espectador en apenas pocos segundos, mientras la cámara sigue el destino de ese escrito enviado por el marchante, portando un mensaje del Rey de Inglaterra para nombrar Sir al pintor. Será la indeseada oportunidad para que este abandone un aislamiento de un cuarto de siglo, volviendo a Londres junto a su fiel sirviente –Henry Leek (maravilloso Eric Blore)-, aunque con la premisa de retornar con absoluta rapidez a su habitual –y para él plácido- hábitat. Las circunstancias no se plantearán como estaban previstas, ya que de manera inesperada fallecerá su mayordomo, y ello le posibilitará la oportunidad de suplantar su identidad. Lo que a primera instancia se planteará como un divertido juego transgresor, muy pronto ejercerá como punto de partida para una nueva visión de su auténtica existencia. Desde poder descubrir la importancia que se había concedido a su obra hasta, fundamentalmente, el hecho de atenuar su aislamiento al encontrar a una mujer que servirá –detalle genial- para solventar la soledad que ha supuesto la ausencia de Leek, relacionándose de forma inesperada con una viuda aún de buena presencia –Alice (estupenda Gracie Fields)-, con la que este se había relacionado por escrito. La presencia de una foto en la que figuraban ambos, propiciará que esta confunda al pintor con el mayordomo, iniciándose una relación que cambiará la vida de ambos, aunque al mismo tiempo ambos tengan que modificar sus puntos de partida existenciales.

 

Un punto de partida lleno de atractivos que, por fortuna, tendrá su justa correspondencia en un relato sin altibajos, repleto de ironías y giros inesperados, cuidado en todas sus facetas –interpretación, diálogos, ambientación- y, sobre todo, modulado por Stahl con una singularidad, delicadeza, distancia y al mismo tiempo una implicación, por momentos abrumadora. Enumerar el conjunto de cualidades que atesora esta comedia tan original, divertida y seria al mismo tiempo como HOLY MATRIMONY, serían suficientes para situar a su realizador en ese lugar de privilegio en el que, desgraciadamente, aún se encuentra ausente. Esperemos que la progresiva edición de varios de sus títulos en formato digital, pueda hacer más para su conocimiento que la retrospectiva que en 1999 le dedicó el Festival de Cine de San Sebastián. Ya señalaba con anterioridad que la sintética manera con la que se plantea el germen de la propuesta, expresa con rotundidad esa capacidad de Stahl para situarse en la retaguardia de sus personajes, sin dejar de penetrar en la esencia de todos ellos. Es algo que manifestará en esta extraña y admirable comedia en muchos de sus instantes, entre los que no me resisto a destacar dos secuencias que, por derecho propio, deberían ser incluidas entre cualquier antología del mejor cine de aquella década. La primera de ellas es la manera con la que se expresa la muerte del mayordomo. Con una modulación asombrosa de delicadeza, fino sentido del humor, complicidad entre el atribulado sirviente y el estupefacto pintor, y absoluto respeto ante una situación que se revela irreversible, Stahl logra un fragmento brevísimo pero abrumador, en donde la utilización de la elipsis –uno de los rasgos de estilo de su cine-, adquirirá un papel de arbitraje para distanciar al espectador y de forma paralela dejarlo noqueado ante lo que ha sucedido ante sus ojos en apenas unos segundos.

 

El otro fragmento excepcional, lo proporciona la visión que le propio Farell adquiere al contemplar las pompas con las que se desarrollan ¡¡sus propios funerales!! Hay que ser un auténtico maestro para poder transmitir con tanta sensibilidad un episodio conmovedor y al mismo tiempo hilarante, y hacerlo manifestado a través de la impresión que dicha circunstancia proporciona a su involuntario protagonista –además permitiéndole uno de los sueños ocultos de cualquier ser humano; contemplar la repercusión inmediata de su ausencia definitiva-. Pues bien, el conjunto de los poco más de ochenta minutos de HOLY MATRIMONY ofrecen similar coherencia. Lo manifestará con una narración divertida –la manera con la que se articulan los ridículos y pomposos rituales que ensalzan la categoría del pintor, la repentina presencia de la esposa y los hijos del criado, la manera con la que Alice identifica cada cuadro de su esposo que vende por apenas quince libras, la lógica del proceso judicial al que tendrá que acudir el pintor o, en última instancia, la manera con la que se resuelve la equivocación de haber enterrado en una abadía el cuerpo del criado, confundiéndolo con el del pintor-, distanciada, elegante, precisa en el matiz, punzante en su trazado, implacable en los diálogos, en el que discurre siempre hacia lo esencial en lugar del relato convencional, y a través de la cual se realiza una mirada de considerable calado en torno a la autenticidad de la expresión vital del individuo. Podría decirse que nada falta y nada sobra en esta película ejemplar, que sabe provocar emociones pero, lo que es más difícil, lo ofrece con una compleja disposición formal y narrativa, que es a fin de cuentas la que permite que aflore la categoría de su realizador. No sería esta la única aportación en la comedia de nuestro cineasta –e incluso en títulos previos su original manera de integrarse en sus coordenadas ya era evidente-, pero lo cierto es que HOLY... supone bajo mi punto de vista una de las cimas de uno de los nombres más fascinantes que he tenido el placer de redescubrir en los últimos años de mi pasión cinéfila. Una comedia singularísima, que culmina con la misma serenidad que se inicia, y a través de la cual nos permite no solo una lección de puesta en escena y de riesgo narrativo basado precisamente en esa actitud contemplativa, y que permite ratificar, por si a alguien le cabía la menor duda, que en el cine de John M. Stahl reside toda una visión del mundo. Es decir, que nos encontramos con uno de los denominados “autores” menos evocados del cine clásico. Estoy cada día más de acuerdo con la arbitrariedad de dicho término a la hora del análisis fílmico, pero lo cierto es que ante la figura de nombres como el que nos ocupa, la acepción sigue manteniendo una notable vigencia.

 

Calificación: 4

2 comentarios

Ramón J. Sánchez -

Enhorabuena por el exhaustivo y completo análisis de 'Sagrado Matrimonio'. Ha sido un placer su lectura.
Estoy totalmente de acuerdo en que se trata de una gran obra, compleja y maravillosa, y me sorprende muchísimo que haya pasado tan desapercibida.

Jordan Flight 45 -

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