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CINEMA DE PERRA GORDA

SCARLET DAWN (1932, William Dieterle) Amanecer escarlata / En Rusia

SCARLET DAWN (1932, William Dieterle) Amanecer escarlata / En Rusia

No creo que a estas alturas de la vida, puede esgrimirse la valoración de SCARLET DAWN (Amanecer escarlata / En Rusia, 1932) en función de su mayor o menor reaccionarismo a la hora de tratar un tema tan espinoso como el de la revolución rusa. Sería una ligereza propia de una mirada miope por dos razones. La primera es que el film de William Dieterle en modo alguno apuesta por uno u otro bando, optando en su lugar por una mirada acre y revestida de revulsivo en torno a los excesos y conductas condenables que el ser humano exterioriza en circunstancias excepcionales y propicias para que aflore el lado más oscuro de la condición humana. Pero, por encima de esta circunstancia, si cabe destacar SCARLET... es sin duda por suponer una de las películas más extrañas y singulares de inicios de la década de los años treinta. Ahí es nada, proponer en apenas una hora de duración un relato inserto en las coordenadas de libertad temática que proponía la entonces inexistencia del Código Hays, desarrollando su campo de acción en el contexto de la aparición del célebre conflicto revolucionario de 1917, e integrando y adelantando en su metraje elementos de la denominada “comedia de los sexos” –por momentos la película parece adelantar algunos elementos de IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1934. Frank Capra), mientras que en no pocos instantes se inclina por el drama más arraigado, sin dejar de apostar por la presencia de una ambientación llena de intensidad y espesura. Obviamente, se trata de elementos pocas veces planteados en el cine norteamericano –no solo de este tiempo-, y que en su conjunción revelan una película insólita, atractiva, llena de fuerza, y que precisamente a partir de esa escueta duración, logra exponerse como una de las rarezas más significativas de aquel periodo de la primitiva Warner.

 

El film de Dieterle –que cuenta como coguionista con el posteriormente prestigioso Niven Busch, especialista en la traslación de conflictos sexuales en la pantalla años después-, nos describe en sus primeros fotogramas momentos finales del régimen zarista, centrados en la actividad del barón Nikita Krasnoff (un impecable Douglas Fairbanks Jr., encarnando a la perfección la arrogancia de un joven y apuesto aristócrata ruso). Se trata de un militar respetado en el régimen y dado a toda clase de excesos, especialmente en la exteriorización de los símbolos de su clase social así como, sobre todo, sus constantes conquistas femeninas. De forma sucinta y con notable sentido de la síntesis, la película incorpora breves flashes de dicho poderío militar, combinándolo con titulares de prensa que van avanzando la imparable revolución, e integrando este estado de las cosas con el punteado de esa incesable labor de conquista esgrimida de manera constante por Krasnoff. Pero casi de manera imprevista, la aparente marcialidad impuesta por el despótico régimen militar, se verá violentada con la llegada de la revolución. Lo que antes era represión, de repente se convertirá en una exteriorización de la violencia –el fondo sonoro de la película se extenderá durante varios minutos con el incesante sonido de las metralletas-. En medio de una auténtico caos social, nuestro protagonista conseguirá zafarse de una muerte segura transmutando su elegante apariencia militar por la de un campesino, simulando incluirse dentro del seno de los revolucionarios, y con ello llegando hasta lo que hasta entonces era su lujosa vivienda. De allí logrará sacar algunas de sus joyas más valiosas pero, sobre todo, se encontrará con la que hasta entonces había sido su criada, la joven y abnegada Tanyusha (Nancy Carroll), quien con su testimonio evitará que sea delatado ante los revolucionarios que lo han acompañado hasta allí. Ambos lograrán huir de los vigilantes de la revolución, integrándose junto a una par de sospechosos personajes que viajan con destino a la frontera turca, expoliando poco antes de acceder a ella a la pareja protagonista, aunque ello paradójicamente evite que estos mueran en el ataque que los astutos guardianes fronterizos dirigirán al vehículo.

 

A partir de ese momento, emergerá para la improvisada pareja la necesidad de sobrellevar una situación llena de penurias en Constantinopla, trabajando ambos en destinos caracterizados por su dureza. Será un nuevo rumbo que aparecerá más asequible para una muchacha que siempre ha ejercido como criada, y que sigue viendo a Krasnoff con ojos de amo, sintiéndose estremecida por las muestras de cariño que este le propicia –aunque estas aparezcan veladas por un agradecimiento, antes que por un amor que en realidad no siente-. Ello no impedirá que el noble venido a simple trabajador decida casarse con Tanyusha –en una secuencia que roza lo conmovedor-, aunque muy pronto pese en él su condición de simple lavaplatos en un restaurante –magnífico ese travelling a ras de tierra que muestra la fila de los pies de los cansados encargados de dicha limpieza-, en el que en un momento dado ejercerá como sustituto de un camarero. Será un nuevo rumbo que casualmente le acercará a una de sus pasadas conquistas –desconocedora de la condición de casado de este-, quien le brindará la posibilidad de obtener cuantiosos ingresos “interpretando” su papel de noble ruso ante familias americanas adineradas, con cuyas hijas podría lograr notables ingresos estafándoles.

 

Hastiado de una situación llena de penurias que su propia condición está imposibilitado a aceptar, Nikita decidirá acceder a la sugerencia de la avispada muchacha, dejando sola a su esposa, sin saber que esta se encuentra embarazada –otro magnífico momento el instante en que ella se desmaya al despedirse de este, aceptando con entrega su decisión-. El tiempo pasa, y el “nuevo” destino del noble que ahora solo se sirve de su aún atractiva presencia para lograr ingresos poco plausibles, marcha viento en popa, mandando ingresos a su esposa, aunque estos jamás lleguen a su destinataria. Sin embargo, llegará un momento en el que la dignidad penetre en el corazón del que tiempo atrás fue un militar dominado por la amoralidad, decidiendo de repente abandonar una actividad lucrativa pero desprovista de dignidad. Con una sensación absoluta de urgencia, al conocer que los inmigrante rusos van a ser deportados por las autoridades turcas, correrá el encuentro de su esposa. Un encuentro este que quedará revestido de dificultades ante la desaparición de Tasyinsha de aquella lúgubre habitación, aunque en el último momento se vea culminado en ese casi necesario reencuentro, cuando la joven estaba a punto de subir en el barco que la iba a devolver a Rusia. Nunca sabremos el futuro que depare a la pareja de protagonistas, pero sí intuimos que pese a las dificultades que a ambos se les avecinarán, entre ellos se ha consolidado un sentimiento en el que la distancia vivida ha reforzado sus lazos.

 

Nunca sabremos si la humilde criada perdió a su hijo –aunque eso se intuya-, ni tampoco la rápida conclusión del film deja pistas concretas sobre el futuro de nuestros protagonistas. No importa en esta ocasión que la breve duración del relato –propia además de la concisión que la Warner imprimió a su producción de aquellos primeros años treinta-, impida en algunos momentos una mayor precisión en ciertos perfiles de la película. Sin que sirva de precedente, ese carácter abrupto de su discurrir es el que, a mi modo de ver, proporciona uno de los mayores atractivos a sus imágenes, contraponiendo instantes estéticamente cuidados, otros dominados por ese ritmo tan característico del cine del estudio –entroncándolo con el género policial ya bastante familiar en el mismo-, y no olvidando esas alusiones sexuales tan explícitas dentro de su carácter simbólico, que muy poco tiempo después se ausentarían de las pantallas norteamericanas dentro de la ola de puritanismo que se impondría en el cine. Con todo ello, Dieterle ofrece un producto insólito no solo en su misma configuración, sino en la imagen que el espectador pudiera tener de las características que el realizador ha legado en la memoria –más unida a sus posteriores biografías o a títulos escorados a un onirismo fantastique-. Esa sequedad, ese ritmo, la extraña combinación de elementos y la visión casi lúbrica que se ofrece de la vida sexual del protagonista, son elementos suficientes para atender la singularidad de una propuesta que no solo se sostiene en sus propias cualidades, sirviendo para permitir el olvido de esas limitaciones que implican la ausencia de un superior metraje. Por el contrario, sirve de forma fundamental para ofrecernos el perfil de un periodo en la trayectoria del realizador alemán, al tiempo que demuestra una versatilidad que, es curioso, nunca se ha tenido en el cómputo de virtudes de este brillante hombre de cine, aún tantos años después de su muerte parcialmente desconocido en su dilatada andadura como cineasta.

 

Calificación: 3

2 comentarios

Juan Carlos Vizcaino -

Querida Hildy:

En primer lugar, te debo una réplica / disculpa al mensaje de felicitación de año nuevo que me enviaste en su momento, y que por unas cosas u otras, no respondí. Mil perdones, pero que sepas que te leo y me acuerdo de tí.

En cuanto a lo que comentas de las pelis que "descubro"... me pasa lo mismo a mi -¡Si supieras lo que me queda por ver, y jamás podré llegar a ello!-. Esto del cine del ayer tiene una enorme desventaja... que por mucho que veas, más te queda por ver. Es algo extensible a la literatura, a cualquier temática bibliográfica... o al conjunto del conocimiento en general; nunca podremos abordarlo en su totalidad. En mi caso, lo único que pasa es que en vez de comentar títulos más o menos conocidos, lo hago de otros más ocultos. Y para ello -y nunca lo agradeceré lo suficiente- me nutro de las posibilidades que brindan los foros de cine clásico, a cuyos responsables los amantes del cine deberíamos dedicar un monumento.

En cuanto a la obra de Dieterle, es sin duda muy variada, y se trata de un realizador desigua pero de gran interés. El título que comento se "sale" del perfil que percibimos de su cine. Pero te he de decir que la sorpresa más mayúscula que me llevé de su obra, fue cuando hace un tiempo tuve ocasión de contemplar SEPTEMBER AFFAIR -cuyo comentario está en el blog-, que me parece un melodrama ejemplar, aunque las referencias del mismo -escasisimas- sean por lo general poco positivas. A mi me pareció una lección de cine.

Un abrazo y seguimos en contacto.

Hildy -

De vez en cuando me gusta dejar señales de vida. Y decirte que disfruto de la cantidad de películas que me haces descubrir (y por tanto la alegría que me genera lo que me queda aún por ver). Sí me encanta ese periodo en el que el Código Hays todavía no ejercía su función con virulencia porque muestra agradables sorpresas (¿cómo hubieran rodado ciertos directores y qué hubieran rodado si no hubiese existido la censura...?, nunca se supo pero puede intuirse...).
Confieso que a William Dieterle le tengo un poco abandonado. Recuerdo su versión de Sueño de una noche de verano, muy borrada en la memoria, pero muy borrada, Esmeralda, la Zíngara y más latente porque recuerdo que me llegó algo de fantasía, magia y amor más allá de la muerte por su Jennie. Después, también me viene Salomé o La senda de los elefantes. Sin embargo, reconozco que es de esos directores que poseen varias obras que me gustaría visitar.
Besos y gracias como siempre por tu espíritu descubridor.
Hildy