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CINEMA DE PERRA GORDA

NIGHT EDITOR (1946, Henry Levin)

NIGHT EDITOR (1946, Henry Levin)

Muchas veces, la sempiterna lucha por redescubrir y acceder a títulos de presunto interés ubicados en la nebulosa del olvido, nos llevan a toparnos de luces con auténticas mediocridades, o títulos de cualidades muy menguadas. Es evidente que de todo había en la viña de los diferentes estudios de Hollywood, incluso en una corriente tan pródiga en su calidad intrínseca como ofreció el cine noir. Pues bien, pese a estar inserta con claridad dentro de dicha corriente, lo cierto es que NIGHT EDITOR (1946, Henry Levin) no logra sustraerse a un conjunto dominado por la grisura, por más que se cuente con un atractivo punto de partida, y que en el desarrollo de la intriga –elaborada por el guionista Hal Smith basándose en un programa de radio de Hal Burdick, tomando como base el relato Inside Story, obra del escritor Scott Littleton- echemos de menos la implicación de un cineasta como Alfred Hitchcock.

Nos encontramos en la redacción de un periódico, durante una noche urbana caracterizada por las altas temperaturas. En medio de la espera nocturna del cuerpo de redactores –descrito con efectividad aunque cierta morosidad-, el más veterano se referirá a una historia sucedida tiempo atrás, centrada en la figura del policía Tony Cochrane (William Gargan). Este aparenta llevar una vida normal, está casado y tiene un hijo –la acción retrocede en flash-back para ilustrar el relato-, encabezando un hogar ejemplar, aunque en realidad sobrelleve una doble vida, engañando en el trabajo y manteniendo una relación de infidelidad con la joven y adinerada Jill Merrill (Janis Carter). Aunque Cochrane está decidido a finalizar la relación que le mantiene acosado, su amante se niega a finalizar la misma, viéndose ambos sorprendidos al ser testigos de un asesinato cuando su coche se encuentra escondido junto a un acantilado. El brutal crimen –una joven es machacada literalmente por parte de un hombre- será contemplado por el policía, quien incluso llegará a ver quien es el autor, aunque la posibilidad de que su declaración en el caso rompa su matrimonio e incluso su profesión, le haga paralizarse a la hora de participar como testigo. A partir de ese momento se iniciará una espiral de tensión para el agente, quien junto a un compañero será destinado a investigar el crimen, asumiendo en su interior una progresiva crisis de conciencia al descubrir que la propia Jill se encontraba ligada a la fallecida y, lo que es peor, que un infeliz ha sido detenido y acusado ingenuamente como autor del asesinato y, por tanto, condenado a morir en la silla eléctrica. Poco a poco, la certeza de que el auténtico asesino se encuentra libre y, sobre todo, que un inocente va a ser ajusticiado de manera injusta, irá configurando una maraña desasosegadora, en la que llegará un momento en el que Cochrane no podrá ni ejercer su propio testimonio como elemento delimitador del verdadero culpable del crimen.

No cabe duda que el peso de la culpabilidad y las connotaciones morales que de ello se derivan eran un tema, como señalaba anteriormente, habitual y propicio para un realizador como Hitchcock. Pero aún dejando de lado la referencia de uno de las grandes figuras del cine, lo cierto es que la base argumental permitía esperar, al menos, un resultado grato, dentro de los márgenes de serie B que describe esta pequeña producción de la Columbia. A primera instancia, NIGHT EDITOR proporciona concisión –una duración de menos de setenta minutos- y la inclusión de no pocos elementos ligados al cine noir –la visión de los claroscuros de la sociedad USA, la femme fatal encarnada por Janies Carter-. Sin embargo, muy pronto el castillo de naipes que configura el film de Levin se derrumba, y su prestancia visual –debida fundamentalmente a la labor como operador de fotografía de Burnett Guffey, al alimón junto a Philiph Tannura- y ciertos aciertos de montaje –ese fundido que liga las monedas con las que juega el redactor, con el juguete del hijo de Cochrane, introduciéndonos en el flash-back que nos relata la historia central del film-, en modo alguno pueden compensar el estatismo y, sobre todo, la insustancialidad que va ofreciendo. Una insustancialidad que queda delimitada de partida por lo pésimo de sus intérpretes –la pareja formada por William Gargan y Janies Carter resulta especialmente ridícula; atención a la secuencia en la que el primero detiene a esta, portando en la espalda un punzón que Jill le ha clavado-, y que se prolonga en los agujeros que se detectan en el guión -¡el policía encargado de la investigación se entera por los titulares de los periódicos de la detención de un falso culpable!-. En apenas instantes el detenido como asesino aparece como condenado a punto de ser ejecutado, no hay elipsis que justifique tal salto temporal; los giros que proporciona el entorno de la femme fatal protagonista son ridículos, a lo que ayuda la ineptitud de la actriz-.

Gris y decepcionante producto del que solo se puede retener, además de esa prestancia visual antes señalada, algunos diálogos provistos incluso de palabras malsonantes, o el intento de un giro final al que no se puede considerar como afortunado, pero que al menos ofrece un perfil que deje en un segundo término el conservadurismo de la toma de conciencia del protagonista, justificando de algún modo la recurrencia de una rememoranza que, en principio, nada tenía que venir a cuento en la reunión de redactores del periódico. En definitiva, un film para ver y olvidar de manera inmediata.

Calificación: 1’5

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