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CINEMA DE PERRA GORDA

THE SUGARLAND EXPRESS (1974, Steven Spielberg) Loca evasión

THE SUGARLAND EXPRESS (1974, Steven Spielberg) Loca evasión

Teniendo en cuenta que DUEL (El diablo sobre ruedas, 1971) fue concebida y estrenada para las pantallas televisivas –aunque con posterioridad exhibida en los cines de diversos países, entre ellos España-, es lógico señalar que THE SUGARLAND EXPRESS (Loca evasión, 1974) supone de hecho el debut como realizador cinematográfico de un Steven Spielberg, destinado a ocupar un papel relevante en el cine mundial de las últimas décadas. Y lo cierto es, que bajo mi punto de vista, nos encontramos con la obra más valiosa de su filmografía hasta que se iniciara ese periodo de madurez que podríamos determinar en SCHINDLER’S LIST (La lista de Schindler, 1993). Es curioso observar como esta puesta de largo en la pantalla grande, obvia por completo los elementos más definitorios que caracterizaron sus producciones más conocidas –sentido del espectáculo, adscripción por el fantastique o el suspense- eligiendo por el contrario una historia real, sucedida en 1969, de las cual la mayor parte de sus personajes centrales seguían con vida en el momento del rodaje del film.

 

THE SUGARLAND… toma como eje central la fuga de Clovis Michael Poplin (William Attherton), preso por delitos menores muy cercano en acceder a la libertad, merced a la presión que sobre él –que pronto advertiremos es de débil carácter- ejerce su alocada esposa Loui Jean (Goldie Hawn). Ambos iniciarán una pintoresca fuga de previsible escasa incidencia, centrada en la recuperación de su pequeño hijo, que ha sido retirado de la custodia de su madre. La fatalidad querrá que en el camino se encuentren con el joven agente Maxwell Slide (Michael Sacks), al cual retendrán como rehén, iniciándose con ello la persecución de los mandos policiales en ese viaje iniciático con destino a la ciudad de Sugarland, recorriendo esa América profunda, conservadora y puritana, que es capaz al mismo tiempo de ofrecer comprensión a esta pareja que busca con afán su imposible felicidad, aunque esté impregnada de hipocresía y tamizada de facetas tan terribles como la cotidianeidad en el uso de las armas. A partir de este sencillo hilo argumental –que por momentos podría parecernos una versión dramatizada de algunos de los guiones más célebres filmados por Preston Sturges en la década de los cuarenta-, Steven Spielberg describe una crónica por momentos intimista –los pasajes finales entre los tres ocupantes, cuando se ha establecido una auténtica complicidad entre los Poplin y Slide-, en otros escorada a la comedia –la pareja de ancianos que conducen el coche con una velocidad mínima, ese veterano indio que es portado detenido por Slide cuando se produce el encuentro con los recién fugados- y en algunos instantes se deslizará peligrosamente por el sendero de lo grotesco, vaticinando los errores que tendrían su expresión máxima en 1941 (1979) –esa emboscada de los falsos reservas que casi acribillarán a nuestros protagonistas-.

 

Partiendo de un proyecto que estoy convencido fue gestado en principio a la mayor gloria de la hoy olvidada Goldie Hawn –entonces en su momento de mayor popularidad, reiterando film tras film su eterno rol de chica alocada-, Steven Spielberg supo sin embargo desplegar en esta película una notable capacidad para describir una sociedad a medio camino entre lo rural, lo primitivo, asumiendo la misma como una especie de continuidad de títulos como BONNIE AND CLYDE (Bonnie y Clyde, 1967. Arthur Penn), expresando sus imágenes esa visión sombría que expresaban títulos más o menos coetáneos como I WALK THE LINE (Yo vigilo el camino, 1970. John Frankenheimer), FAT CITY (Ciudad dorada, 1972. John Huston) o la emblemática THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971. Peter Bogdanovich) –de la que retoma la paradigmática presencia de Ben Johnson. Con todos ellos comparte esa mirada por un mundo en descomposición, una sociedad anclada en el tiempo, un tiempo pasado y presente al mismo tiempo, casi fantasmal en su propia existencia, pero amenazador en su vertiente más íntima. A partir de esas premisas, ya su instante inicial –ese largo plano con un lento zoom de retroceso combinado con una grúa- nos introduce en la desestabilización, el caos en el que progresivamente se va a introducir la narración. Poco a poco, con un encomiable sentido del ritmo, sin que ello oculte la serenidad de una puesta en escena que solo en ocasiones se rompe, y que pese a utilizar el por lo general tan cuestionable teleobjetivo –aquí inserto con bastante procedencia-, impida en casi todo momento poseer una lógica interna. Es algo que se manifiesta en un elegante uso de la pantalla ancha, en una notable combinación de momentos intimistas con otros más escorados a la acción y, sobre todo, en la facilidad con la que el futuro realizador de E.T.: THE EXTRA-TERRESTRIAL (E. T. El extraterrestre, 1982), ofrece esa mirada entre nostálgica y crítica, de un mundo como el rural norteamericano, con un sentimiento de verdad tan cercano como doloroso. Con la certeza de asistir al inútil sacrifico de dos personas que tan solo son culpables por pretender de manera inconsciente mantenerse al margen del viciado contexto social en el que están inmersos, la película logra articular elementos tan interesantes como la lúcida ambivalencia del capitán Tanner (Ben Johnnson), consciente de la inevitabilidad del sacrifico que finalmente no dudará en ordenar, al tiempo que no podrá evitar simpatizar con dos seres que en realidad son auténticos desvalidos.

 

Spielberg muestra ya la habilidad necesaria para describir la ambigüedad de sus principales personajes, al tiempo que acierta a trazar con escasos elementos otros de menor importancia, pero que en apenas unos instantes emergerán en su lado más oscuro. Es algo que tiene un ejemplo perfecto en el matrimonio que ha asumido la custodia del pequeño hijo de Loui –los Looby-. Ella encarnada por la veterana Louise Latham –siempre caracterizada por ese semblante frío y adusto-, que en la película quedará definida por la tranquila retirada de objetos de decoración en su casa, consciente de la situación que se plantea en la misma-. Por su parte, su esposo aparecerá en un lugar más discreto, hasta que en un momento determinado revelará la auténtica faz de su terrible personalidad, cuando ofrezca a los agentes una de las armas que custodia en un mueble, para que con ella se ejecute a los jóvenes padres de la pequeña que han adoptado.

 

Esa capacidad para plasmar una coralidad humana creíble y sincera, tanto en sus más terribles facetas, como en otras revestidas de una humanidad más escondida –la reacción de secreta turbación de Slade cuando Loui le da un beso en un momento de sincera felicidad entre los tres ocupantes del coche-, son elementos que es indudable tendrán una presencia futura en el cine de Spielberg, aunque cierto es que en sus películas inmediatamente posteriores este se inclinara de forma más clara por otras vertientes cinematográficas, no cabe duda que más comerciales y de éxito más rotundo. Sin embargo, no dudo en preferir la simplicidad de esta dolorosa balada, esta visión tan cotidiana en una primera instancia, que en su seno alberga la lucidez en la recreación de una sociedad que, por desgracia, sigue estando vigente en ese pueblo norteamericano que con el paso del tiempo se convertiría en seguidor de Richard Nixon o el más cercano George W. Bush. Ese zoom por una América anclada en el primitivismo y una moral puritana, queda expuesta en THE SUGARLAND EXPRESS con precisión –también con algunas debilidades visuales propias de aquellos primeros eighties-, sensibilidad y, por que no señalarlo, con la prestación de algunos intérpretes magníficos. Hagamos excepción de una Goldie Hawn que nos brinda sus numeritos de siempre –un poco más controlados, eso sí-, pero apreciemos la fuerza de un William Attherton, al que Spielberg controla sus excesos, la veteranía del mencionado Johnson y, sobre todo, la magnífica labor del olvidado Michael Sacks, capaz con la mayor economía gestual de expresar no solo la evolución de su personaje, sino de transmitir en trazado la visión que el espectador aprecia del conjunto de la película. Junto a ellos, destaca el esfuerzo por lograr una tipología de secundarios y personajes episódicos, del que no me resisto a destacar lo creíbles y aterradores que resultan esa pareja de rangers sin escrúpulos a la hora de asesinar cualquier objetivo que se les encargue. Esos instantes en los que uno de ellos se atusa las gafas y otro moja la bala de la magnum que están a punto de disparar, son planos tan escalofriantes como creíbles, que suponen el recuerdo más perdurable que me queda de esta atractiva e injustamente olvidada película.

 

Calificación: 3

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