DIAL 1119 (1950, Gerald Mayer)
A comienzos de la década de los cincuenta, se puede localizar en el seno de la Metro Goldwyn Mayer un florecimiento de su división dentro de la denominada serie B, que de forma curiosa se centralizó en diversos exponentes de cine policíaco y noir, filmados por realizadores como John Sturges –MYSTERY STREET (1950)- o Anthony Mann –SIDE STREET (1949), THE TALL TARGET (1951)-, entre otros. Es curioso consignar esa inclinación, de la que forma parte este poco conocido pero estimulante DIAL 1119 (1950), debut en el largometraje de Gerald Mayer, con una corta y poco distinguida andadura posterior en la gran pantalla que muy pronto derivó a una dilatada experiencia en el medio televisivo. Pese a estos no muy estimulantes elementos de partida, lo cierto es que su primera experiencia en el largo, se ofrece como un pequeño pero atractivo relato, en el que destellos de auténtica inventiva visual se combinarán con situaciones quizá algo discursivas o poco trabajadas, pero que en su confluencia no impiden que nos encontremos ante un relato más que apreciable.
La película se inicia con la rápida presentación de sus principales personajes –que minutos después se convertirán en rehenes del psicótico protagonista-, los cuales se reunirán una noche cualquiera en una desgastada cafetería de la imaginaria localidad de Terminal City. Hasta allí se dirige el protagonista de la dramática situación que alterará el orden de la misma. Se trata del joven Gunther Wyckoff (una notable composición de Marshall Thompson, en la que probablemente sea la mejor interpretación de su carrera). Este es un asesino enfermo mental que ha escapado del recinto psiquiátrico donde se encontraba confinado, destinado a regresar a la ciudad en la que reside el dr. Faron (Sam Levene), el psiquiatra que lo trató y lo libró de ser condenado a la silla eléctrica, argumentando el trastorno psíquico del muchacho. La presentación del personaje será memorable, situándolo en un autobús, donde se mantendrá sin hablar ni atender las atenciones de su compañera de vehículo, y quedando allí solo cuando los viajeros desciendan del mismo para realizar una parada de cinco minutos –el impacto de ver con expresión ausente y siniestra al mismo tiempo, a Wyckoff, sobresaliendo del conjunto de butacas vacías cubiertas por fundas blancas, marca un elemento inquietante-, que tendrá su culminación con el asesinato del conductor del vehículo, cuando le reclame la pistola que este ha robado del mismo.
A partir de ese momento, la película irá alternando las vivencias del grupo de clientes que se encuentran en el mencionado bar, en el que destacará la presencia de una gran pantalla plana ¡en 1950!, por la que se producirán los partes policiales, entre los cuales se comenzará a citar a nuestro protagonista. Este se introducirá al mismo de forma discreta pidiendo una bebida indeterminada, hasta que en la pantalla aparezcan sus imágenes y el llamamiento de la policía. De forma insólita, las personas que se encuentran en el recinto no advertirán el llamamiento y las fotografías, con la excepción de Chuckles (William Conrad), quien intentará de manera infructuosa llamar a la policía, costándole tal atrevimiento su vida. A partir de ese momento, DIAL 1119 focalizará dos centros en la acción. Por un lado la ubicada en el recinto y la amenaza por parte del joven enfermo mental, quien ha puesto un plazo de tiempo para que acuda su psiquiatra. Un límite que de no cumplirse provocaría el asesinato de todos sus rehenes. Por parte de los responsables policiales, intentarán penetrar en la cafetería, introduciendo a uno de sus agentes por el tubo del aire acondicionado –magníficos los planos que nos muestran el avance de este por el interior del estrecho conducto-, aunque la ausencia de corriente –que se detectará en la tela que se encuentra situada en la tabla expedidora de aire-, pronto provocará la sospecha de Gunther, quien disparará al agente allí situado. La tensión irá aumentando por momentos, acudiendo a las inmediaciones del hecho un equipo televisivo, que no dudará en filmar todo lo acontecido, lo cual contemplarán desde el interior los rehenes y el propio secuestrador, teniendo con ello el espectador una visión poliédrica del hecho vivido.
Poco a poco la tensión irá llegando a extremos insostenibles, llegando el enfermo mental a asesinar a su propio psiquiatra, y estando dispuesto a aniquilar al grupo de cinco rehenes, aunque una rápida actuación de algunos de ellos –quizá la más inesperada-, unido a la coordinación en la presencia policial, permitan la aniquilación de Wyckoff, sintiendo este instantes antes de morir, su estupefacción ante el hecho de que él mismo protagonice algo que ha venido provocando en sus semejantes. Una vez este baje a la calle, moribundo y estupefacto, será rematado de forma rotunda por los agentes del orden, diseminándose con ello la presencia de curiosos y la propia de la unidad móvil televisiva que se había desplazado hasta allí. En este aspecto concreto, y aún reconociendo que el alcance crítico de dicho episodio carece de cierta contundencia, supone un precedente de la inmediatamente posterior ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), u otros como DEADLINE – U.S.A. (1952, Richard Brooks), sin olvidar títulos como THE BIG NIGHT (1951. Joseph Losey), o el mismísimo y memorable WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955, Fritz Lang).
En cualquier caso, lo cierto es que DIAL 1119 se asemeja mucho más, a un título que asume diversos de los rasgos aquí presentes, aunque se plantearan de la mano de Edward Dmytryk con mayor contundencia y rigor; THE SNIPER (1952). En esta ocasión, destaca el gusto de Mayer por incorporar detalles visuales atractivos –ese travelling lateral que nos mostrará las llamadas de los reporteros de la prensa anunciando la búsqueda de Gunter, la ya citada manera con la que se describe el discurrir del agente por la conducción del aire acondicionado, la insólita presencia de esa gran pantalla televisiva, un rasgo inusual en el cine de la época, la importancia que adquiere el reloj de la cafetería, que es mostrado acertadamente cuando sus agujas van notificando el cumplimiento del plazo dictado por el demente-, y al mismo tiempo planteando aspectos temáticos de gran interés, aunque ninguno de ellos se trate con excesiva profundidad. Con ello me refiero a la disparidad de criterios mantenidos por el psiquiatra y el responsable policial, más expeditivo el segundo en su intención de liquidar al peligroso psicópata, o a la blandura con la que se describe esa presencia televisiva Y de espectadores curiosos –aunque la secuencia en la que el presentador entrevista en directo a varios conciudadanos ofrece la medida del sendero que la película podía haber seguido si se hubiera aplicado un mayor sentido crítico. Quizá era demasiado pedir para una propuesta de apenas setenta y cinco minutos de duración, centrada prácticamente en una unidad de acción y de tiempo, y en la que tanpoco resulta demasiado creíble la galería de rehenes que este retendrá en el interior del bar. Entre ellos, destacará en sentido negativo la pareja que encabeza el veterano Leon Ames, quien en el último plano del film no dudará en variar de pareja, uniéndose a la ya veterana clienta del recinto –presumiblemente de vida disoluta-, artífice del disparo que dejara malherido al psicópata.
Así pues, DIAL 1119 es una película digna de ser destacada en la medida de resultar un título apenas conocido y citado, de suponer además un exponente más de esa serie B en el seno de de la Metro, y por encontrarse en sus secuencias no pocas elecciones formales, reveladoras del talento de un hombre de cine, que es bastante probable no tuvo la continuidad deseada.
Calificación: 2’5
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pepe -