THE HOUND OF THE BASKERVILLES (1939, Sidney Lanfield)
Muchos años han tenido que transcurrir para que cualquier aficionado al largo ciclo que protagonizara en la primera mitad de la década de los cuarenta el célebre Basil Rathbone, encarnando al detective Sherlock Holmes, nos permitiera contemplar al referente cinematográfico que dio pie a un total de catorce títulos. Una serie que debe ocupar por derecho propio un lugar de cierta relevancia dentro del cine de misterio de aquellos años de conflicto bélico. De los cuales solo los dos primeros fueron producidos en el seno de la 20th Century Fox, mientras que los doce restantes –con la misma pareja de Rathbone y Nigel Bruce encarnando a Watson-, lo hicieron en el ámbito de la Universal, en once de sus ocasiones siendo dirigidos por el muy interesante Roy William Neill. Todo ello, surgió a partir del éxito de THE HOUND OF THE BASKERVILLES (1939, Sidney Lanfield), notándose ya de entrada la configuración del proyecto como un título independiente, sin ánimo de establecer continuidad alguna en sus personajes –un poco como sucedió bastante tiempo después con el Roger Corman de HOUSE OF USHER (El hundimiento de la casa Usher, 1960) con respecto al ciclo posterior de adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe-. De hecho, los títulos de crédito e incluso la configuración del relato, sitúan en primer lugar del reparto al joven actor británico Richard Greene –que encarna al heredero Sir Henry Barkerville, y que en aquellos años era una apuesta directa de Darryl F. Zanuck en la consolidación de galanes para su productora-. Este participó en lugar destacado de films como STANLEY AND LIVINGSTONE (El exporador perdido, 1939) o LITTLE OLD NEW YORK (El despertar de una ciudad, 1940) –ambos firmados por Henry King-, e incluso en algunos títulos menores de John Ford, pero ni su apostura ni su cierto carisma logró convertirle en una estrella del estudio.
Adaptación del muy conocido relato de Conan Doyle, no cabe duda que THE HOUND OF… se integra en un contexto muy cercano al cine de terror. Dentro de un magnífico diseño de producción –que el mismo estudio proseguiría hasta bastantes años después, en títulos como THE UNDYING MOSNTER (1942, John Brahm), DRAGONWYCK (El castillo de Dragonwyck, 1946. Joseph L. Mankiewicz) o la previa JANE EYRE (Alma rebelde, 1943. Robert Stevenson), y que las referencias destacan en una importante inversión por parte del estudio, la película se inicia de manera percutante, mostrando las tenebrosas circunstancias que marcaron la violenta muerte del dueño de la hacienda -Sir Charles-, tío de Henry, su heredero, apareciendo en plena noche de aquellos páramos un perro de alcance sobrenatural y el rostro de un viejo de aspecto siniestro –por su definición, recuerda algunos instantes de la posterior THE WOLF MAN (El hombre lobo, 1941. George Wagner). Será la manera con la que Sidney Lanfield logrará atrapar al espectador en la historia, mientras muy poco después asistiremos a la presentación de la pareja de detectives, recogiendo documentación de los Baskerville –y haciendo gala de las dotes deductivas de Holmes-, hasta que alentados por James Mortimer (un estupendo Lionel Atwill) relatará a este la leyenda existente en dichos lares, creada a partir del comportamiento impío de Sir Hugo de Baskerville. La narración abrirá un breve flash-back, evocando la vida disoluta del lejano ascendente de dicha familia, y la primera manifestación de la terrible leyenda, vivida por él en carne propia –una muerte violenta-, extendida en todos sus descendientes. El relato les conminará a que se sumen al esclarecimiento de esa leyenda, protegiendo de hecho a su nuevo propietario.
Dicho y hecho. Holmes y Watson se encomendarán a la misión, aunque sea el segundo el que por orden del detective permanezca en el interior de la mansión a la llegada de Sir Henry, enviando al detective constantes escritos en donde le detalle sus impresiones ante lo que contempla –un elemento de guión muy bien insertado-. A partir de dichas premisas, la película seguirá un sendero que serviría como base a la posterior sucesión de exponentes del personaje –en una ocasión más para la Fox y con posterioridad para la Universal-. Nos encontraremos con sirvientes de apariencia inquietante –los encarnados por John Carradine y Eily Malyon-, o falsos sospechosos –el propio Mortimer-, otros de apariencia casi fantasmagórica –ese ser de desarrapada presencia que adopta el perfil de un espectro-. Todo ello se plantea con habilidad en un metraje ajustado que no llega a alcanzar los ochenta minutos, y en donde el componente terrorífico tiene un peso importante en esa escenografía neblinosa, lúgubre y por lo general nocturna que definen los páramos de Baskerville. En su seno a punto estará Sir Henry de perecer en varias ocasiones –cayendo en arenas movedizas, atacado por el perro que pulula y se erige como símbolo siniestro de aquella maldición-. También lo estarán este y el propio Watson –atacados por ese ser de aspecto fantasmal-, e incluso el detective protagonista ya demostrará su inclinación por los disfraces –lo cual se revelará pertinente, pero al mismo tiempo incorpora la interrogante sobre como le llegaban los escritos de Watson-. Se sucederán secuencias de interiores nocturnos de la mansión, con otras en los que los pantanos tendrán un especial protagonismo, especialmente aquella en la que el joven heredero es atacado de forma brutal –revelándose que la maldición procede de una mente criminal, aunque de forma curiosa adquiriendo más consistencia dramática su procedencia-, hasta que por último Holmes descubra al artífice del plan que eliminaría a este, basándose en un muy curioso –y un tanto pillado por los pelos- detalle plasmado en un lienzo del genuino Sir Hugo.
Todo ello se ofrece en la pantalla con eficacia y sentido del ritmo. Sin embargo, hay un elemento en la película que personalmente echo de menos; densidad. No voy a apelar solo al hecho de que considero superior la versión que dos décadas después rodara Terence Fisher en el seno de Hammer Films, sino incluso noto a faltar en este título inaugural, la capacidad que en entregas posteriores brindaría la mise en scène proporcionada por el nunca suficientemente valorado Roy William Neill. Soy consciente que entre los títulos que conforman este ciclo se encuentran exponentes de menor valía en su conjunto al que comentamos. Sin embargo, incluso en los menos atractivos se encuentra esa capacidad de Neill para el cine de misterio que se ausenta en la correcta y estimable, pero a fin de cuentas un tanto desaprovechada puesta en escena de Sidney Lanfield. Y es que, preciso es reconocerlo, se trataba de un director de grís trayectoria, cuando los magníficos materiales de base con los que contaba esta película, precisaban a nombres como el propio Neill o incluso el John Brahm, que en la mencionada THE UNDYING MONSTER, sabía extraer el límite de posibilidades fílmicas, partiendo de unas premisas más convencionales que el título que nos ocupa. De ahí mi cierta decepción, solo relativa en la medida que se trata pese a ello de una propuesta que mantenga un cierto grado de vigencia, aunque haya sido superada por exponentes posteriores como THE PEARL OF DEATH (La perla de la muerte) o THE SCARLETT CLAW (La garra escarlata), ambas rodadas en 1944 por el ya citado Roy William Neill.
Calificación: 2’5
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