RED SUNDOWN (1956, Jack Arnold)
Aunque escasa en su montante, puede afirmarse sin embagues que la aportación al western de Jack Arnold, el director centrado en el cine fantástico dentro del seno de la Universal en la década de los cincuenta, puede ser todo menos desdeñable. Tres son los títulos que componen la misma, manifestados entre 1956 –año en que firma RED SUNDOWN- y 1959, donde cerrará su aportación al género con NO NAME TO THE BULLET-. Entre ambas, rodará MAN IN THE SHADOW (Sangre en el rancho, 1957), sin duda la más conocida de todas ellas, debido en primer lugar al hecho de haber sido estrenada en nuestro país, y también a la presencia al frente del reparto de un Orson Welles que, como siempre… se dice que tuvo algo que ver con su planificación, bla, bla, bla… Leyendas wellesianas aparte, lo cierto es que estas tres obras poseen un nivel notable, suponen ambas disgresiones y singularidades notables dentro del género, logrando de alguna manera introducirse dentro de ese corpus que el cine del Oeste iba formulando, de la mano de realizadores como Jacques Tourneur, Samuel Fuller, Allan Dwan o tantos otros, creando un marco extraño, abstracto e incluso inclasificable, alejado por tanto de unos tintes clásicos que se encontraban a punto de borrarse de la actualidad cinematográfica de aquel periodo de transformaciones para el cine USA.
RED SUNDOWN demuestra su singularidad ya desde los propios títulos de crédito, insertados con rótulos de destacado trazado rojo –es curioso como los finales, en los que se ha resuelto el conflicto interior de su protagonista, estos se inserten en blanco-, iniciándose la acción con un inmenso plano general de una árida pradera, sobre la que emergerá la figura del curtido pistolero Alec Longmire (un muy adecuado Rory Calhoun). Contra lo que es habitual en la iconografía habitual, este aparece desarrapado en medio del contrastado cromatismo ofrecido por la excelente fotografía en color de William E. Zinder, aportando ya desde sus primeros planos una extraña fisicidad al relato, que tiene su mayor ámbito de expresión en las secuencias de exteriores campestres. Alec se encontrará con un hombre que está a punto de desvanecerse de sed. Se trata de Bud Purvis (James Millican), otro veterano representante del Oeste, desencantado por haber vivido una vida de la que no le ha quedado nada. Ambos hombres acudirán a una población cercana, donde vivirán un altercado que obligará a nuestros protagonistas a matar a uno de los provocadores en defensa propia. Los dos tendrán que huir del acoso de cuatro de dichos pendencieros, refugiándose en una cabaña abandonada, en cuya estancia Bud confesará a Alec un grado de reflexión en torno a la perdida de oportunidad que ha supuesto para él su propia existencia, mientras ambos comen la barra de pan con mermelada que nuestro protagonista tiene como único alimento. Muy pronto vivirán el acoso de cuantos les persiguen, hiriendo a Purvis quien, sintiendo cercana su muerte, ideará una estrategia para que su nuevo amigo pueda salvarse. Será una insólita salida –pocas veces se ha presenciado en el género un ardid semejante-, basada en hacer una fosa en la que Longmire pueda enterrarse con un conducto que le permita respirar, mientras que su compañero se deje inmolar, no sin antes dejarle lo poco de que disponía –una pistola y un anillo-, pidiéndole la promesa de que deje las armas el resto de su vida. Gracias a este escondrijo, nuestro protagonista podrá sobrevivir al incendio de la cabaña, llegando hasta Durango con la intención de encontrar un empleo alejado del mundo de las pistolas. Poco a poco el espectador irá percibiendo el pasado que el personaje alberga en este terreno, habiendo sufrido la muerte de su hermano, y teniendo asimismo una conocida fama en el manejo de las armas. Aunque con renuencias, este aceptará el cargo de ayudante del sheriff Jade Murphy (Dean Jagger) –impecable el encuentro tras tocar Alec en el saloon una urna en la que se encuentra un lagarto gigante-. A partir de ese momento, la película se interna en un terreno más o menos habitual dentro de los planteamientos que el género aborda en dicho sendero, destacando en su trazado la fisicidad antes señalada, una galería de personajes que logran sobresalir la condición de meros estereotipos, y un notable acierto en la progresión narrativa. Pero junto a ello, si de algo destaca RED SUNDOWN es por ese aire ambivalente que se sienten en todos sus pasajes. En el escepticismo que plantea la hija del sheriff –Caroline (Martha Hyer)- ante el recién llegado, espoleada por tantos y tantos ayudantes que luego han sucumbido a la tentación que brindan las armas, en la prepotencia apenas contenida del terrateniente –Rufus Henshaw (Robert Middleton)- a la hora de intentar captar para sus deseos expansionistas alejados de la legalidad, a Alec, e incluso en el tormento interior que este siente a la hora de huir por completo del manejo de las armas –expresado de manera magnífica en las sobreimpresiones que le atenazan en un momento en que descansa-. Arnold sabe articular las diversas subtramas con un sentido visual espléndido, destacando en ellos el episodio que muestra al personaje del pistolero Chet Swann (un sensacional y sorprendente Grant Williams, exteriorizando un enfoque sádico de su personaje, escondido bajo su encanto juvenil y una permanente sonrisa). Será a mi modo de ver la secuencia de presentación de Swann, dominada por una creciente inquietud, y mostrando su talante amenazador al veterano matrimonio Baldwin –que lo ha acogido de forma inocente, al ver en el muchacho un aspecto angelical-, quizá el episodio más escalofriante y revelador del film, marcando un punto de inflexión en la decisión de Alec de cerrar ese círculo de su pasado, a la hora de liquidar a quien ha contratado Henshaw para eliminar cualquier oposición entre los granjeros a expandir sus posesiones. Es probable que esa mirada y ajuste de cuentas con su propio pasado, propiciando un futuro en el que las ramas se encuentren por completo ausentes, no esté quizá del todo aprovechado en la película, como tampoco resulta suficientemente utilizado el personaje de Swannn –tendrá una brillante secuencia en su encuentro con Longmire, al esperarlo en la habitación de su hotel-. Es más, habiendo contemplado la posterior y ya citada NO NAME TO THE BULLET, creo resulta pertinente establecer una relación entre el Chet que encarna Williams, y el mensajero de la muerte interpretado por el condecorado y ya maduro Audie Murphy. Pese a esa rápida y expeditiva eliminación de Swan –atención a la evolución de los dos niños, que durante toda la película ejercerán como comentaristas de todo lo que suceda en ese Durango tan acostumbrado a la violencia-, lo cierto es que RED SUNDOWN elude la tentación del happy end, aunque sí proponga la liberación por parte de Alec de su pasado envuelto en violencia, proponiéndose una estabilidad en un trabajo diferente, tras el cual pueda volver con Caroline en un futuro no muy lejano, ante la mirada aprobatoria de su padre –al cual ha salvado la vida al evitar que se enfrente con el finado Swann y al que entregará tras ello su estrella de ayudante-.
Aún siendo el western de Jack Arnold menos conocido, de entre los tres que realizara –además fue el primero de ellos-, sus notables méritos le hacen merecedor no solo de un reconocimiento, sino de su definitiva catalogación en una corriente del género tan insólita y fascinante, como aún poco analizada en su conjunto.
Calificación: 3
4 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Saludos.
westerner -
alfredo -
Espero que se editen lo antes posible en DVD.
Si quieres leer un análisis sobre Liliom, de Fritz Lang, obra bastante desconocida en nuestro país, que acabo de publicar en mi blog Cineyarte, estás invitado.
http://cineyarte.blogia.com
alfredo campello -