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CINEMA DE PERRA GORDA

MONSTER ON THE CAMPUS (1958, Jack Arnold)

MONSTER ON THE CAMPUS (1958, Jack Arnold)

A la hora de recuperar la aportación de Jack Arnold (1916-1992) a la ciencia-ficción cinematográfica de la década de los cincuenta –siempre al amparo de la Universal-, hay dos títulos que siempre se sitúan casi como auténticos “garbanzos negros” dentro de un cómputo que en su conjunto goza de una admiración en algunos casos desmesurada. Uno de ellos es REVENGE OF THE CREATURE (1955), a la cual su condición de secuela de CREATURE FROM THE BLACK LAGOON (La mujer y el monstruo, 1954) ha perjudicado en la valoración de su nada despreciable encanto. El optro aún goza de peor reputación, avalado además por el propio desapego que Arnold demostró por él. Un desprecio al que la propia clasificación de su enunciado –siguiendo la moda teen inserta en aquellos tiempos en el cine de terror-, habría que unir esa maldición extendida en tantos y tantos títulos, que han impedido una valoración objetiva de sus previsibles méritos o deméritos; el hecho de que apenas hayan podido ser vistos. Dentro de este contexto, MONSTER ON THE CAMPUS (1958), ha permanecido oculta desde el momento de su estreno, casi reconociendo de forma implícita que lo mejor que podía suceder para mantener el prestigio de su director, era que siguiera durmiendo el sueño de los justos. Craso error, en la medida que nos encontramos ante un título que reúne suficientes cualidades, que en modo alguno quedan por debajo de títulos quizá desmesuradamente alabados, como TARANTULA (1955) o la previa IT CAME FROM OUTER SPACE (1953). En realidad, sostengo la teoría que la aportación de Arnold a dicho género, se manifiesta en unos niveles por lo general inferiores a los que se les suele atribuir, con la eminente excepción de la sublime THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957), aval suficiente para garantizar a su figura un lugar en la historia del cine. Curioso sería por el contrario intentar analizar en su conjunto su aportación en el cine del Oeste, que en líneas generales aparece de manera sorprendente con mayor interés y contundencia. Y es en concreto después de la citada obra maestra del realizador, y antes de un muy interesante y poco conocido western como es NO NAME ON THE BULLET (1959), donde a nivel cronológico se inserta la última realización de Arnold en el género por el que es recordado, dentro de una película que combina sus hechuras de serie B, una mirada más o menos complaciente de esa sociedad urbana amparada en un incipiente progreso, estudiantes bobalicones y, una vez más, ecos de la obra de Stevenson, Dr. Jeckyll y Dr. Hyde. Una mezcolanza que, cierto es reconocerlo, queda condensada en un guión repleto de tópicos y convenciones –obra de David Duncan-, que en manos menos diestras podría haber dado como resultado un auténtico desastre.

 

Nos encontramos en el entorno de la universidad de Dunsfield. En el seno de la misma el doctor Blake (Arthr Franz) recibe un extraño ejemplar de Celacanto, procedente de Madagascar, cuya configuración física y biológica se ha mantenido al margen de la evolución. Blake desea indagar en los orígenes de la misma, sin sospechar que la llegada de este cetáceo de desagradable aspecto, pronto llevará a dicho entorno una auténtica escalada de muerte y destrucción, relacionadas todo con la confluencia de un proceso al que fue sometido el citado cadáver del cetáceo. Será el eje sobre el que discurrirá una sucesión de hechos extraños y anormales –un perro común que de repente adquirirá una extraña agresividad e incluso una modificación de su estructura dental, una simple libélula que crecerá a un tamaño enorme y amenazador-, entre los que cobrará una especial importancia la extraña figura de una monstruosidad de lejana ascendencia humana, que llegará a provocar la muerte y la destrucción a su alrededor, aunque no sea precisamente con sus ataques, si no por el horror que su presencia provoca en cuantos le contemplan.

 

Como antes señalaba, el libreto dramático de MONSTER ON THE CAMPUS es de una simpleza considerable, y si nos tuviéramos que atener a esa máxima que señala que de un mal guión no se puede extraer una buena película, la lógica nos diría que estamos ante un conjunto detestable. Por fortuna, nos encontramos con una de tantas excepciones a dicha regla, e incluso me atrevería a señalar que tampoco nos alejamos incluso en su escritura de las simplezas presentes en la mencionada TARANTULA. Si en algo se caracterizó la S/F de aquel tiempo es en el predominio de la ingenuidad de sus propuestas, que solo en ocasiones lograban trascender esas limitaciones mediante discursos y entramados dramáticos de superior complejidad. En líneas generales, la aportación de Arnold en esta vertiente cabría destacarla en la fisicidad y pertinencia de su puesta en escena, siempre ligada a un tono fotográfico de un marcado blanco y negro –en esta ocasión obra del virtuoso Russell Metty-. Se trata de unas cualidades que, se quiera o no reconocer, también se encuentran presentes en el referente que nos ocupa, extendido en un ajustado metraje habitual, que desde el primer momento logra atraer la atención del espectador –un travelling lateral nos muestra los rostros en barro de diferentes cabezas de seres representativos del posterior género humano-. También en esos primeros minutos, introducirá la inquietud dentro del contexto plácido del que emerge la acción –a pesar de la fealdad de la recreación de la figura del Celacanto-; otro travelling lateral ligará el líquido que lame el pacífico perro y que ha dejado el deshielo del pez, unido a la música de fondo de la situación, personalmente me retrotrayeron a aquellas secuencias en las que el gato de THE INCREDIBLE SHRINKING... preludiaba la amenaza posterior.

 

A partir de esos primeros minutos, se impone la realidad del film de Arnold; la lucha de un realizador por insuflar de interés e incluso garra narrativa al conjunto, e intentando con ello superar las banalidades de un guión que aparece como un batiburrillo de lugares comunes –incluida referencia al reciente THE FLY (La mosca, 1958. Kurt Newmann)-. Elementos que se manifiestan a través de una puesta en escena que sabe ofrecer momentos impactantes e incluso insólitos –la presencia del primer cadáver femenino, colgado de los pelos en un árbol, que nos remite lejanamente a la aparición del cuerpo de Shelley Winters en THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton)-, el interés por insertar elementos, figuras  e incluso rostros de primates como fondo de los planos medios de las conversaciones de los actores –en especial de su investigador protagonista-, apoyandose en la elipsis para acentuar el carácter amenazador del artífice de todas estas muertes –que en su aparición en los minutos finales devendrá decepcionante-. El interés que muestra el constante aporte cinematográfico de Arnold y que se manifiesta en numerosos detalles, es el que permite que la incidencia de sus elementos más o menos convencionales o previsibles, que van desde la rutina con la que se inserta la investigación policial, la relativa ridiculez de la mencionada secuencia del ataque y el atrape de la libélula gigante –además realizada como si fuera un juguete de corcho-, o incluso la ingenuidad con la que los que rodean la tragedia, que impiden intuir por donde se encuentra la raíz de ese monstruo que aparece y desaparece, puedan ser percibidos con benevolencia. Son, sin embargo, limitaciones que –aún mermando los logros de la película-, no logran diluir los aciertos y la convicción de la misma. Es decir, incluso las secuencias finales, pese a la pobre caracterización del doctor convertido en bestia, poseen una fuerza física al estar rodadas en exteriores, e incluso ese plano final de grúa en picado en el que los agentes de policía y su compañero de universidad comprueba como su cadáver vuelve a la normalidad, permite aportar a la película una extraña sensación que, salvando todas las comparaciones que se puedan aplicar, no dejan de evocarnos la memorable conclusión de la citada THE INCREDIBLE...

 

En definitiva, MONSTER ON THE CAMPUS no es una obra que merezca pasar a las antologías, pero queda configurada con dignidad a la hora de recuperar la aportación de Jack Arnold a la ciencia-ficción a la pantalla. Es la hora de que su referencia merezca salir de las telarañas del olvido, y aparezca como un, cuanto menos, digno corolario, a una vinculación en la que se encuentran títulos muy superiores, pero también otros de similar alcance que, por las circunstancias que fueran, supieron ser mejor apreciados. Y una consideración final al margen; a pesar de su nulidad como intérprete, hasta alguien como Troy Donahue poseía una voz poderosa, demostrando que cualquier actor norteamericano aportaba un elemento tan importante para la interpretación... salvo en nuestro país.

 

Calificación: 2’5

1 comentario

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Me encanta tu forma critica para ver el cine y lo que logras transmitir a tus lectores con tu amplio conocimiento,saludos.