THE MAN FROM BITTER RIDGE (1955, Jack Arnold)
Hasta hace muy pocos años, nadie se había planteado que la aportación de Jack Arnold al universo del western era bastante más extensa que la ofrecida por la atractiva y antirracista MAN IN THE SHADOW (Sangre en el rancho, 1957) que, para más inri, no pocos esgrimieron que sus mayores cualidades provenían de la mano de Orson Welles –uno de los protagonistas del film- ¡Que eterna manía de atribuir a Welles todo aquello que podía destacar en los títulos en los que intervenía como actor! Caracterizada bajo su look visual por el padrinazgo del productor Albert Zughsmith, lo cierto es que durante décadas han quedado oscurecidas otras tres aportaciones que Arnold brindó al cine del Oeste. Aportaciones que, al contrario que MAN IN THE SHADOW, todas ellas se rodaron en intenso Technicolor, y que no se si servirían para afirmar que en la incursión en el género había motivo justificado para albergar una mirada personal, pero no es menos evidente que nos encontramos ante títulos singulares, caracterizados por la densidad que les proporcionaba el trazado de diversas subtramas, elevadas en líneas generales de la producción serial del género en la Universal International no solo por la elección de temas en líneas generales poco tratados en el género –en los que incluso se insertaban planteamientos metafísicos-, sino en la manera con la que el cineasta evidenciaba una especial destreza a la hora de ejecutar sus encargos.
THE MAN FROM BITTER RIDGE (1955), era el último de los cuatro westerns firmados por Arnold que aún no había tenido ocasión de contemplar. Y aún partiendo de la base de que quizá sea el menos brillante de ellos –lo que no quiere decir que se encuentre carente de interés-, ratifica esa capacidad del realizador por aportar historias novedosas, entrelazándolas con singular habilidad, a la hora de mostrar un marco coral en el que el espectador pueda al mismo tiempo asistir a la renuencia de ciertas personas a la llegada del progreso y la democracia, la presencia de un triángulo amoroso, y una investigación que encubre seres que aparentan lo que no son. Todo ello envuelto con el deslumbrante cromatismo de Russell Metty, contando con el protagonismo del atractivo y estólido Lex Barker, posterior Tarzán y años después esposo de Carmen Cervera, hoy baronesa Thyssen. Lo cierto es que la película se iniciará con un ajstado ritmo, relatándonos el asalto a una diligencia –es el quinto que se ha realizado en poco tiempo-, poniendo de espaldas a sus ocupantes. Sin embargo, uno de ellos observará una pintura roja en la bota de uno de los asaltantes, lo que le costará la vida –sirviendo al mismo tiempo a Arnold a ligar a los malhechores con la figura del siniestro y poderoso Ranse Jackman (el siempre excelente John Dehner)-, candidato a ocupar el cargo de sheriff de la población de Tomahawk, con vistas futuras de llegar incluso a gobernador.
Lo que no podrán imaginar ni él ni sus hombres, es la llegada de un extraño joven de elegante y atractiva presencia y cuidados modales, a quien en los primeros minutos del film se robará su caballo, e injustamente se acusará del asalto a la diligencia. Cuando se encuentre en la población a punto de ser linchado, el sheriff Dunham (Trevor Bardette) intercederá por el joven, aun a sabiendas que su seguimiento de la Ley poco le servirá para resultar elegido, dada la fortuna gastada por su competidor en las campaña –fruto en buena parte de los botines de los asaltos efectuados por sus hombres-. El joven acusado pronto hará valer una coartada inapelable, haciendo público su nombre: Jeff Carr. En realidad se trata de un muchacho que tenía trabajo como administrativo en San Francisco, pero decidió trasladarse hasta este entorno para aplicar un giro a su vida, ejerciendo como gerente de la empresa de diligencias que ha sido constantemente asaltada, a la que suspenderá de servicio teniendo la intuición que el encargado que las sobrellevaba, se encontraba en connivencia con Jackman. Y en la búsqueda de los elementos que impidan a este llegar a ser elegido como representante de la Ley, deberán por un lado trabar contacto con un grupo de pastoreros mal vistos en la población, encabezados por Alec Black (Stepehn McNally), al tiempo que encontrar a Bascom (Ray Teal), un testigo de capital importancia que podría acusar abiertamente a Jackman de su autoría de dichos asaltos e invalidarlo para presentarse como candidato.
Como se puede deducir de todo lo enunciado, y en base a una duración arquetípica en este tipo de producciones de serie B de la Universal International –algo más de setenta minutos-, lo cierto es que Arnold sabe entrelazar con no poca inspiración las diversas subtramas que se irán insertando en el relato, una de las cuales será en el encuentro de Carr con la joven pastorera Holly Kenton (Mara Cordey), de la que mostrará atraído de inmediato, comprobando su fuerte personalidad. Sin embargo, Holly se encuentra tácitamente comprometida con Alec, y dicha circunstancia provocará no pocos elementos de conflicto entre dos hombres que en realidad se respetan –para ello tendrán que disputar una pelea ritual como inicio de amistad-, contribuyendo a ello no poco la seguridad y altanería dispensada por Carr, a la que la frialdad y al mismo tiempo el físico absolutamente contrapuesto de Black con respecto a quienes le rodean, favorecerá de manera ostentosa.
Lo cierto es que THE MAN FROM BITTER RIDGE no alberga un solo segundo para la tregua, combinando con pertinencia los conflictos personales y sentimentales, con los ataques recibidos por los hombres de Jackman, las constantes argucias de este, los tiroteos en los que Blac, Carr y los hombres que se encuentran al servicio del primero responderán a estos o, sin duda, el episodio más brillante del relato. Ese tiroteo final cuando la elección del nuevo representante de la Ley está a punto de iniciarse, apareciendo el conjunto de pastoreros –que se han visto notablemente diezmados tras los ataques de los hombres del candidato a sheriff, aunque este haya perdido a uno de sus hombres más importantes en el asalto efectuado. Todo confluirá en un duelo entre ambas partes, ejecutado con brillantez por Arnold, describiendo uno de los episodios más violentos del western de su tiempo.
Si que es cierto que quizá la resolución del triángulo amoroso formado entre Carr, Black y Holly, carezca de una exploración más adecuada. Pero ello no impide oscurecer los valores de una película que merece no solo complementar el aporte de Jack Arnold –eternamente ligado a la ciencia-ficción- a un género al que brindó cuatro títulos cargados de atractivos, que deberían ocupar el manos, un pequeño lugar en el devenir en el cine del Oeste.
Calificación: 3
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