Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

LE COMÉDIEN (1948, Sacha Guitry)

LE COMÉDIEN (1948, Sacha Guitry)

¿Cuánto tiempo hará falta para que llegue esa casi indispensable retrospectiva o ciclo a gran escala que permita situar la figura de Sacha Guitry (1885 - 1957), no solo como uno de los grandes realizadores del cine francés –a mi juicio a la altura de Bresson, Becker o Melville-, sino, sobre todo, uno de los intelectuales europeos más ingeniosos, vitalistas y al mismo tiempo acres? Una figura que a través de las diferentes facetas en las que extendió su desbordante capacidad artística, ratificó la expresión de un mundo y unas inquietudes personalísimas, revestidas de una amarga lucidez siempre envuelta en las más exquisitas maneras. Es por ello que su tarea cinematográfica es solo parte de la vastísima aportación creativa de Guitry, pero aún partiendo de esa circunstancia, creo que una aportación que supera ligeramente la treintena de títulos, es motivo suficiente para un profundo acercamiento a una obra que, a raíz de lo que he podido atisbar de la misma, roza lo apasionante. Y fue una intuición que se inició en mí hace ya mucho tiempo, allá por 1984, cuando en el segundo canal de TVE programaron un ciclo de cine francés, emitiendo en una de sus sesiones LES PERLES DE LA COURONNE (Las perlas de la corona, 1937). Fue mi primer contacto con el cine de Guitry, y ya desde mis juveniles dieciocho años pronto disfruté del sentido de la ironía, esa mirada disolvente, los divertidos private joke y la mirada distanciada de unas convenciones que dinamitaba con apenas unas líneas de diálogo.

 

Ha pasado desde entonces más de un cuarto de siglo, espacio en el que apenas he podido contemplar otros seis títulos más de su filmografía. Han sido, no obstante, suficientes, para reconocer en su figura a un realizador apasionante, que entra dentro de esa galería personal en la que me interesaría acercarme a cualquiera de sus títulos a los que tenga ocasión de acceder, y una base suficiente para admitir que sin el referente de Guitry, estoy convencido que dos directores – guionistas tan elogiados como Joseph L. Mankiewicz o Preston Sturges, poco hubiera tenido que hacer –el segundo de ellos nunca citaría esa evidente referencia en sus manifestaciones, siempre el autor de ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950) fue poco dado al elogio ajeno, mientras que Sturges en su exilio francés quizá hubiera deseado encontrarse con nuestro protagonista-.

 

Dentro de esta evocación de la obra cinematográfica de Guitry, me decidí por revisar uno de los títulos que en su momento más me atrajeron de cuantos pude contemplar hace años. Se trata de LE COMÉDIEN (1948), dedicada por su artífice a la figura de su padre –Luicién Guitry-, de quien en los planos iniciales, Sacha insertará los únicos testimonios fílmicos que se conservaron de su figura. Lo que en manos de cualquier otro cineasta –sobre todo otro que hiciera una película sobre su progenitor- podía haberse estrellado dentro de los temibles límites del biopic, en esta ocasión se erige en una obra deliciosa, quintaesencia del arte de su autor, resultando de forma paralela como una de las mejores películas que en la gran pantalla han tratado las interioridades de la vida teatral y, finalmente, de manera sutil se muestra como un emocionado homenaje a la figura del veterano actor protagonista, encarnado por el propio realizador, al igual que asumiendo este a su propio personaje, elección esta última que le ocasionó graves problemas, ya que en el momento de filmar esta película contaba con la edad aproximada del padre en el contexto temporal que deseaba narrar, y se encontraba por tanto bastante mayor como para encarnar su propia juventud.

 

Dejando de lado este aspecto puramente anecdótico, tampoco tengo suficientes elementos de juicio para afirmar que nos encontrarnos ante uno de los mejores títulos de su creador, aunque no dudo en señalar que sí me parece una propuesta excelente, y junto con la posterior LE DIABLE BOITEUX (1948), la cima más alta del cine de este creador que hasta la fecha he tenido oportunidad de ver. Estoy convencido, en este sentido, que entre la treintena larga de títulos realizados –de entre los que me restan unos veinticinco por contemplar-, se encuentran escondidas muestras e incluyo auténticas joyas que por desgracia lamentablemente no son accesibles al disfrute del aficionado –hablar del gran público en los tiempos que corren, puede parecer una auténtica herejía-.

 

LE COMÉDIEN se inicia con los ya citados planos del homenajeado intérprete, acompañados por la voz en off de su propio hijo –una de las escasas objeciones de la película; esa especial incidencia de dicha narración en los minutos de apertura-. Muy pronto se nos describirá la infancia y los primeros pasos tanto existenciales como dirigidos a expresar la inquietud del entonces muchacho por la interpretación, mejor dicho, por la escena, que alentarán sus padres. En realidad, no será todo ello más que un fondo que servirá a Gutiry para conducir su relato a la esencia del mismo; una mirada profunda, sincera, arrebatada y emocionada, hacia la verdad que en su figura –transmitida en esta ocasión en el referente de su padre-, ofreció la representación y la actuación, como bálsamo o escudo protector de cara a la propia rutina que genera la existencia. No soy el primero en señalarlo –mi buen amigo Jesús Cortés ya lo comentaba hace unos meses en un comentario-, pero si bien hay películas excelentes que tienen como fondo el mundo del teatro –la citada ALL ABOUT..., STAGE DOOR (Damas del teatro, 1937. Gregory La Cava)-, pocas las hay que aborden en sí mismo la importancia de la interpretación, del fingimiento, de la reinvención de la existencia a partir del arte de la simulación. Cierto es que, sin abundar, podemos encontrar títulos magníficos en esta vertiente, como lo expresan OPPENING NIGHT (1977, John Cassavetes) o la eternamente infravalorada THE DRESSER (La sombra del actor, 1983), probablemente dejada de lado por estar filmada por un hombre por lo general poco interesante como es Peter Yates. Sin embargo, quizá en ninguna ocasión como en esta se ha visto en la pantalla tal declaración de amor a la interpretación, en la que el respeto al bagaje cultural del teatro se intercale con la aportación de los trucos más evidentes de cada intérprete. Y todo ello, irá aparejado con esa reiterada expresión de misoginia y, quizá de manera aún más acusada, esa misantropía que Guitry mostró ante la vulgaridad que le rodeaba –no quiero ni pensar lo que le podrían sugerir los tiempos actuales-.

 

A partir de la introducción de dicho planteamiento, que ocupará los primeros quince minutos de la película, lo que sigue es una auténtica delicatessen. Un plato para paladares exquisitos, definido en una de las grandes películas del cine francés de la década de los cuarenta. Una propuesta en la que no se sabe que admirar más, si lo afilado de sus diálogos, la convicción con la que se inserta la apuesta de su discurso, o bien la capacidad de Guitry –a quien solo con su prestación en esta película cabría admirar como uno de los grandes intérpretes europeos de todos los tiempos- para conjugar de manera aparentemente descuidada, un profundo discurso en el que, y esto lo que cabría remarcar de manera muy expresa, destaca su magnifica formulación narrativa. Acusado durante muchos años de ser un simple artífice de “teatro filmado”, creo que contemplar con la suficiente atención LE COMÉDIEN supone una muestra definitiva de sus maneras expresivas, que van de esa misma presencia de los planos reales de la figura del homenajeado, la manera con la que en esos primeros instantes integra planos documentales de los lugares donde se desarrollaron los primeros pasos del célebre intérprete, ese insólito zoom de retroceso y acercamiento combinado con panorámica que nos describirá el instante en que Lucien aceptará integrarse en una academia de interpretación, la habitual y siempre ingeniosa apuesta por la elipsis por parte del cineasta, o incluso el hecho de que en todo momento huya casi por convicción de cualquier atisbo de sentimentalismo en su cine –aunque no por ello evite que en sus planos afloren momentos conmovedores-.

 

Todo ello serían motivos suficientes para reconocer la destreza y personalidad de Guitry en los recovecos del arte cinematográfico, pero es que además en su cine esta cualidad se aúna a la integración en sus propuestas de una constante inventiva, ingenio y refinamiento. En esta, concretamente el cineasta apuesta por dotar a sus imágenes la constante sensación de asistir a una continua representación por parte de su protagonista. Eso que algunos podrían reprochar a la película, en el fondo se erige como su auténtica razón de ser. Combinando siempre esa apuesta con diálogos deslumbrantes y placenteros, con la agudeza que ofrece su propia interpretación, y con la planificación cristalina que brinda la progresión de sus secuencias –en las que no parece importar ni su sucesión cronológica ni el hecho de que obedezcan a un especial relieve entre las estampas elegidas-, LE COMÉDIEN se despliega con la sabiduría de quien conoce que tras las frágiles bambalinas de su superficie, se encuentra la hondura del profundo conocedor de la condición humana, que de alguna manera trasladará a los recovecos del oficio del intérprete –destacaremos la dura crítica que ofrecerá a uno de los miembros de su reparto, o incluso a su propia amada, cuando esta realiza su primera y única representación-.

 

Es cierto. Admiro profundamente a este auténtico hombre del renacimiento –en una ocasión leí que también con admiración se le definía como uno de los grandes megalómanos del cine-. ¡Pero es de tal calibre lo que Guitry ofrece con maneras en apariencia simples y casi cercanas a la serie B! Por ello no me cabe más que descubrirme y dejarme hechizar por las formas y los contenidos que expresa con una sencillez pasmosa. Y es que junto a esa ironía casi ponzoñosa, a ese constante deleite intelectual que ofrecen todos y cada uno de los elementos de su obra, hay también en ella un lugar para la emotividad. La sensibilidad que queda plasmada en esos increíbles primeros planos de la fascinada Catherine (espléndida y bellísima Lana Marconi) cuando se encuentra por vez primera delante de Lucién, en la elipsis que culminará con la muda espera por parte de este de la joven, estando seguro de que esta acudirá a su encuentro con él, en las palabras que finalmente el célebre intérprete manifestará cuando descubre que pese a todo la ama, o en esa escena magnífica en la que Lucién –en plena representación- escribe a una veterana actriz que se encuentra en un palco.

 

Pero por encima de todo ello, no voy a ocultar que si algo me conmovió en esta película, son esos instantes –ambos recreados por el propio Guitry-, en los que se establece la complicidad que debió haber en vida entre padre e hijo. Es algo que se pondrá de manifiesto en la secuencia de la visita del entrevistador argentino al camerino donde, mediante una planificación muy eficaz, se expresará un delicioso juego de complicidades entre Lucien y Sacha. Pero, más allá incluso de ese contexto, hay un instante absolutamente prodigioso –a mi modo de ver, el más hermoso de la película- en el que se plasma la devoción que Sacha muestra hacia su desaparecido progenitor. Me refiero al momento en que el hijo –al cual no se ve el rostro- sube al escenario donde Lucien está ensayando su obra Pasteur, tocándole con las manos en la espalda de este. En justa correspondencia, asistiremos emocionados al momento en el que Sacha debuta en la escena, entregándosele por parte de su padre de un cuadro que para este supuso un auténtico talismán, como lo haremos al descubrir la postrera treta interpretativa puesta en práctica por su hijo, para que este no se ausentara de un momento trascendental en su vida.

 

LE COMÉDIEN es un título tan ignorado como magnífico. Me gustaría que sirviera como punta de lanza para redescubrir a todos los que lo deseamos, el calibre de una de las más grandes figuras de la cultura francesa del siglo XX.

 

Calificación: 4

2 comentarios

-

Más o menos comparto tu aseveración, jejeje, e incidiría al decirte que su
conjunto se encuentra por debajo no solo del italiano, sino también del
inglés, ese que tanto criticaban los baluartes del "Cahiers du Cinema".

Saludos,

Juan Carlos

El 16 de noviembre de 2010 05:03, Blogia <
thecinema.2010030501....@email.blogia.net

Eugenio Murcia -

¿Que opinaría Truffaut de Guitry? ¿Estaría a favor de su cine?. Cada vez tengo más claro que el mejor cine francés no tiene nada que ver con la Nouvelle Vague.