GREEN GRASS OF WYOMING (1948, Louis King) [Los verdes prados de Wyoming]
Sencilla en sus pretensiones, GREEN GRASS OF WYOMING (1948, Louis King) deviene una tan modesta como agradable producción de la 20th Century Fox. Agradable es quizá el adjetivo que mejor le cuadra a una película que no pretende más que narrar una historia tan intrascendente como sensorial, contraponiendo en su discurrir una sensación de placidez, bajo la que destila ese casi imperceptible –y al mismo tiempo tan opuesto- tránsito de la adolescencia a la senectud. Podría ser este el resumen a extraer de esta apenas conocida película del desconocido y prolífico Louis King –hermano del gran realizador Henry King, uno de los baluartes de dicho estudio-, que sigue el sendero de títulos previos como HOME IN INDIANA (1945, Henry Hathaway), o la muy cercana THE YEARLING (El despertar, 1946) –esta para la Metro Goldwyn Mayer-. En estos y otros títulos, se combinaba esa visión bucólica del despertar a la adolescencia, ligando este espíritu dentro de una repercusión con el mundo animal, y aunando con ello una mirada sin duda peligrosa, al lindar la misma por el terreno de la sensiblería. Por fortuna, no es el caso del ejemplo que nos ocupa, que supone el cierre de una trilogía de adaptaciones cinematográficas de novelas de Mary O’Hara, ambas centradas en idénticos personajes. No he visto ninguno de los títulos precedentes, pero lo cierto es que GREEN GRASS… me ha supuesto una grata sorpresa. No en la medida de encontrarme ante un producto deslumbrante –que no lo es-, pero sí en la de disfrutar de la pequeña crónica que, de forma paralela, nos brinda el empeño del joven Ken McLauglin (Robert Arthur) por convertirse en un experto en el mundo del caballo, y al mismo tiempo granjearse la estima de su padre –Rob (Lloyd Nolan)- en dicha faceta. Para ello se gastará un dinero que había ganado en una venta, comprando una yegua que su progenitor no aprueba, pero con la que deseará competir en las carreras anuales de su localidad. Al mismo tiempo, el adolescente descubrirá las sensaciones que le brindará su –primera- relación amorosa con la joven Carey Greenway (Peggy Cummings), que hasta entonces ha sido su compañera de juegos y vivencias, en un nuevo marco de relaciones que contará con la desaprobación del abuelo de esta –Beaver (Charles Coburn)-, competidor de los McLauglin.
A partir de este marco argumental, el film de King destacará en primer lugar por la magnificencia con la que se plantea el uso de un vibrante technicolor, utilizando a fondo la baza de la belleza paisajística, y logrando además una excelente combinación de secuencias de un claro matiz westerniano –ese espléndido episodio de la búsqueda del caballo que ocasiona la fugas de yeguas, por parte de diversos rancheros al galope, hasta llegar a un hermoso valle-, con otras en la que ese espíritu queda matizado por la presencia de elementos que actualizan su relato –las secuencias en la que se encuentran presentes vehículos-. En dicha extraña combinación, la película obedece a una extraña mixtura de Americana y un precedente de ese neo western, que años después sería practicado en la pantalla con un tono más melancólico o incluso trágico –el ejemplo ofrecido por referentes como THE MISFITS (Vidas rebeldes, 1961. John Huston), LONELY ARE THE BRAVE (Los valientes andan solos, 1962. David Miller) o HUD (Hud, el más salvaje entre mil, 1963. Martin Ritt), entre otros-. Y es que unido a ese leve, sensible e incluso entrañable conflicto humano, la película combina su razón de ser con la insólita historia amorosa propiciado por el hermoso caballo blanco Thunderhead, perteneciente a la cuadra de los McLauglin, escapado de su rancho, y causante en su vagar de la fuga de numerosa yeguas pertenecientes a diversos propietarios, entre las cuales destacará la recién comprada por Ken, que se convertirá en su auténtica enamorada. De forma casi sorprendente, la película logra hacer creíble esta relación amorosa entre los animales, intercalándola con acierto en la ficción que relata la película. Lo hará favoreciendo ese componente casi mítico propiciado por los dos caballos –a los que finalmente Ken logrará dar captura tras una tenaz persecución-, demostrando en primera instancia su especial sensibilidad para el manejo de los mismos. Merced a ese episodio de rescate, el relato mostrará una secuencia tan insólita y al mismo tiempo revestida de dureza, como la caída de la yegua perseguida en medio de un barrizal, mientras el blanco caballo lucha contra una manada de lobos.
Pero más allá de este protagonismo de los dos animales –un aspecto que en ningún momento molesta en el metraje-, GREEN GRASS… muestra una especial delicadeza en ese tránsito a la adolescencia de los dos jóvenes –Ken y Carey-, por medio de pequeños y sencillos episodios, como la pelea en el granero –donde ambos descubren ese erotismo latente que por vez primera emerge en sus miradas-, la placentera sensación de asistir a un baile por parte de la pareja de adolescentes –pese a los reparos de la muchacha, que lamenta haber discutido con su abuelo-, en el que no desean que su disfrute se interrumpa. Ese paso a un nuevo ámbito de madurez, es contemplado en la pantalla con una mirada comprensiva por parte del muchacho, mientras que será peor recibido por parte del abuelo de ella. Beaver se mostrará reacio –quizá mostrando un comprensible egoísmo al intuir que su nieta va a introducirse en un nuevo episodio vital que a él lo relegaría en su cariño-, intentando abandonar su incidencia en la bebida y, aunque le cueste asumirlo, acercarse a ese nuevo mundo descubierto por su nieta, mostrándose amable con el joven Ken, a quien indirectamente ayudará cuando se enfrente con la casi imposible curación de su yegua una vez la ha rescatado de la ciénaga en la que ha permanecido tanto tiempo.
Todo este conflicto emocional y generacional, tendrá su culminación en el desarrollo de esas carreras en las que competirá el veterano Beaver y el joven Ken, suponiendo las mismas para Carey un auténtico dilema emocional, ya que el premio es disputado por dos personas a las que quiere. La película mostrará ese episodio final con una rara perfección, combinando la emoción y entusiasmo de los personajes que apoyan a los dos contendientes –que muy pronto destacarán en las diferentes carreras convocadas-, por medio de una magnífica filmación de una secuencia, que no solo lograrán apasionar al espectador y no mostrarse como un fragmento desgajado, sino que me atrevería a señalar que la realización de estas adquirirá un tinte revolucionario –teniendo en cuenta el periodo de realización del film-, con unos modos narrativos que incluso utilizarán el uso de pertinentes –y entonces novedosos- zooms y teleobjetivos. En definitiva, GREEN GRASS OF WYOMING adquiere en su extraña y al mismo tiempo coherente formulación, en esa asumida sencillez que en no pocas ocasiones es prueba de fina sensibilidad, y que nos remite a una película pequeña, pero que en su propia y humilde condición, atesora los suficientes elementos de verdad cinematográfica, para permitirle emerger de ese ostracismo a la que ha estado condenada, y del cual solo ha emergido en reciente edición en DVD, bajo el título de LOS VERDES PASTOS DE WYOMING.
Calificación: 2’5
2 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Un abrazo y gracias por la punutalización.
Juan Carlos
Duke -
Henry era el mayor, nacido en 1886 y Louis nació en 1898.