THE DESPERADOES (1943, Charles Vidor) Los desesperados
Capaz de lo peor –THE LOVES OF CARMEN (Los amores de Carmen, 1948) sería el título más horripilante de entre el conjunto de mediocridades firmadas por él que he podido contemplar-, y aún reconociendo que nos encontramos con un realizador sin personalidad –lo cual no quiere decir que no conociera su oficio-, lo cierto es que la filmografía de Charles Vidor encierra algunas atractivas películas, por lo general integradas en el seno de la Columbia durante la década de los cuarenta. Se trata de títulos como THE LADY IN QUESTION (La dama en cuestión, 1940), LADIES IN RETIREMENT (El misterio de Fiske Manor, 1941) o THE TUTTLES OF TAHITÍ (Se acabó la gasolina, 1942), en los que combinaba su destreza en el ámbito de diferentes géneros, sorprendiendo su sintonía con la comedia o el cine de misterio –es lo que demuestran las líneas generales de los tres títulos citados-. Sin embargo, si en alguna ocasión se evoca a Charles Vidor –además de por la mala suerte de tener el mismo apellido de uno de los más grandes directores del cine norteamericano-, es por ser el firmante de uno de los mitos que menos comparto del clasicismo cinematográfico –GILDA (1946)-. Disensiones al margen, lo cierto es que THE DESPERADOES (Los desesperados, 1943) es otra de las muestras de cierta valía en la filmografía de nuestro director, aunque personalmente no pueda situarla a la altura de los tres referentes antes mencionados. Su conjunto se integra por derecho propio dentro del limitado corpus de westerns que, a principios de la década de los cuarenta, se integraron en el uso del color –en concreto, esta fue la primera apuesta en el mismo por parte del estudio de la antorcha-. Serán ejemplos proporcionados también por JESSE JAMES (Tierra de audaces, 1939. Henry King), THE RETURN OF FRANK JAMES (La venganza de Frank James, 1940. Fritz Lang), BILLY THE KID (Billy el niño, 1941. David Miller) o THE SHEPHERD OF THE HILLS (1941, Henry Hathaway). Al margen de sus cualidades, el paso de los años ha permitido aunar en estas películas un valor suplementario, que en el título que nos ocupa se erige en uno de sus principales atractivos. Es algo en lo que tendrá una importancia esencial tanto el operador de fotografía George Meehan, como la responsable en el film de la implantación del nuevo método cromático por parte de Natalie Kalmus, mostrándose ya dichas virtudes en el plano inicial que encuadra un libro, sobre el que se describirán los créditos de la función –incluyendo la foto en negro de sus principales intérpretes-.
THE DESPERADORES se desarrolla en la localidad de Red Walley, perteneciente al estado de Utah, a mitad del siglo XIX, en un ámbito en el que nunca se mostrarán a las claras las fronteras que marcan el progreso, la camaradería, o el afán por sobrepasar el límite auspiciado por la ley. Eso último es lo que de forma muy clara pondrá en práctica el poderoso banquero de la localidad –Stanley Clanton (Porter Hall)-, simulando el asalto de su propia entidad, aunque su caja de caudales se encuentre vacía, en combinación con el veterano y respetado oficial de correos de la ciudad, Willie McLeod (el gran Edgar Buchanan). El golpe se les irá de las manos al haber contratado para su realización al poco recomendable ranchero Poker Player (Richard Cramer), quien en la acción –a la que se sumarán sus subalternos- tiroteará a tres de los ciudadanos que respondan la agresión. Pese al cinismo de Clanton –quien simula ante la población las pérdidas y su generosidad al devolver a sus clientes el 50% de sus ahorros-, el sheriff Steve Upton (Randolph Scott) pronto intuirá la acción directa en el asalto por parte de Player. Sin embargo, su confianza en el veterano McLeod le hará confesarle de forma ingenua sus deducciones. Será una confianza existente ante todo en la relación entre familiar -o quizá secretamente amorosa-, que Upton mantendrá con la hija de este –Allison (Evelyn Keyes)-. Este relativo equilibrio se romperá con la llegada a la población del proscrito Cheyenne Rogers (Glenn Ford), a quien en principio se había otorgado el encargo del asalto, en un cometido que no pudo efectuar debido a un incidente previo. Rogers camuflará su auténtico nombre, aunque lo que no podrá simular es la sensación que poco a poco le invadirá a la llegada a Red Walley de iniciar una nueva vida. Allí se encuentra su viejo amigo Nitro (Guinn Big Boy Williams) y también su compañera desde la infancia, la “condesa” Maletta (Claire Trevor), enamorada de él aunque no correspondida desde largo tiempo atrás y propietaria del “saloon” de la localidad. De forma inesperada y contra todo pronóstico, el veterano pistolero –al que solo el destino a condenado a ser un sujeto buscado por la ley- se enamorará de Allison, sintiendo en ella el impulso necesario para acometer ese nuevo impulso vital que vislumbra en su futuro, aunque ante él no se acumulen más que dificultades. Todas ellas se encontrarán insertas en un contexto en el que el destino casi le impide hacer realidad ese sueño vital, representado ante todo en una relación amorosa compartida por la interesada.
THE DESPERADOES es un ejemplo más de ese tipo de cine eficaz, inspirado en ocasiones, esquemático en otras, del que se nutría una parte importante de la producción USA de aquellos primeros años cuarenta. Sobre todo en el contexto de un género como el western, que aún no había dado la medida de sus enormes y cercanas posibilidades. Ello no impide que nos encontremos ante un título apreciable, incluso inspirado en sus mejores instantes, que se deja ver con tanta placidez como quizá lamentando esa cierta ausencia de densidad que se incorporaría al cine del Oeste muy pronto –de hecho, ya lo había logrado de forma esporádica en ocasiones precedentes-. Esa sensación de asistir a una versión más lujosa y perfilada de aquellas adaptaciones de novelistas como Zane Grey, no impide que el visionado del film de Charles Vidor nos muestre un eficaz trazado de personajes –en buena medida debido a la prestancia que le proporciona su impecable cast-, a la acertada manera con la que se presentan sus principales focos de la acción –el asalto, la acción hipócrita de Clanton, la llegada de Cheyenne y su encuentro con el sheriff, también antiguo amigo suyo…-. A partir de esos primeros minutos, en los que se entrelazan las acciones de sus primeros roles, cabría destacar una adecuada planificación, e incluso destellos de especial inspiración por parte de su realización. Pienso en momentos como el plano en el que –tras el encuentro entre Upton y Willie en la aridez de una planicie, después de que este último haya entregado la parte prometida a Player por su intervención en el asalto- nos muestra frontalmente el veterano oficial de correos conduciendo trastornado la vieja diligencia, mientras se encuadra en segundo término al sheriff sobre su caballo en actitud pensativa, mostrando ya cierta perspicacia de este ante la actitud esquiva del veterano cartero. No obstante, creo que el episodio más brillante a nivel depuesta en escena, lo ofrecen esos pequeños instantes vividos tras la cena que comparten Allison, Cheyenne y Upton, describiéndose en el portal de la vivienda de los McLeod la expresión de la atracción mantenida por los dos primeros, mientras el viejo Willie, apostado en el portal, toca con placidez una vieja guitarra. Son momentos que adquieren una cierta magia, y que en modo más menguado se manifestarán en algunas de las secuencias en las que Maletta muestre ante el joven proscrito, el secreto amor que siempre ha mantenido por él.
En cualquier caso, si hay un elemento que sorprende en THE DESPERADOES es, sin lugar a duda, la extraña combinación de elementos dramáticos e incluso románticos que atesora el film, con una inclinación hacia la comedia –una mixtura que en el seno del western de la Columbia ya había sido tratada con más acierto en un título como ARIZONA (1940, Wesley Ruggles), que de alguna manera desconcertará al espectador, impidiendo quizá esa mayor profundización que casi pedía a gritos su conjunto. Sin embargo, si bien esta apuesta brinde episodios un tanto chuscos protagonizados por Nitro –su primera aparición, protagonizando una explosión en el tocador de la “duquesa”-, cierto es que proporcionará fragmentos tan divertidos como la pelea en la taberna de Dan Walters –casi parecen preludiar el espíritu que definirá la muy posterior NORTH TO ALASKA (Alaska, tierra de oro, 1960. Henry Hathaway)-, la lucha previa mantenida el establo entre Cheyenne, Upton y Allison, o la presencia de personajes tan siniestros y al mismo tiempo tan divertidos como ese juez Cameron (Raymond Walburn) tan poco dado a sutilezas, y capaz de manejar el uso de la ley de la manera menos ortodoxa posible. Esa combinación de drama y comedia, cierto es que proporcionará al metraje una insólita textura, definiendo en última instancia una película tan agradable como en última instancia definitoria de unas maneras de entender con cierta superficialidad, uno de los géneros más personales y apasionantes brindados por el cine norteamericano.
Calificación: 2’5
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