THE TUTTLES OF TAHITI (1942, Charles Vidor) Se escapó la gasolina
A las seis décadas largas de su realización, THE TUTTLES OF TAHITI (Se escapó la gasolina, 1942. Charles Vidor) aparece en nuestros días como una encantadora comedia de la que no resulta difícil encontrar referentes, pero que en modo alguno invalidan unos más que sólidos resultados que impregnan la frescura y capacidad coral de una película que lamentablemente –y son tantas ya- apenas son no solo destacadas, sino incluso mencionadas.
El film se centra en las aventuras que sobrellevan los numerosos componentes de la familia Tuttle en la isla de Tahití. La familia está simbolizada por Mama Rau (magnífica Adeline De Walt Reynolds), pero el espíritu de actuación de la misma lo sobrelleva su hijo Jonas (Charles Laughton). Él es el principal responsable de que los componentes de este auténtico clan sean unos consumados hedonistas, y jamás se preocupen por lograr una estabilidad o prosperidad en su vida. Es un modo de vida sin duda algo anacrónico incluso en una zona rural costera en la que se desarrollan los acontecimientos, pero no deja de ser incluso sanamente envidiado por otros habitantes de la zona, como el entrañable Doctor Blondin (Victor Francen), que no deja de ayudar económicamente a la familia.
La historia se inicia con el regreso de uno de los hijos –Chester (Jon Hall)-, después de tres años de estancia en San Francisco. El joven traerá un aparente imbatible gallo de pelea, con el que la familia se enzarzará de nuevo en las apuestas, especialmente centradas entre Jonas y la veterana Emily (Florence Bates). Una vez más, la apuesta la perderá este y ello conllevará una situación casi de miseria entre la poblada familia –se ven obligados a desprenderse de casi todos sus muebles-. Acuciados por la repentina situación, los hijos de la familia se ven obligados a intentar logran una gran pesca que les permita obtener recursos suficientes y salir de estas estrecheces.
Sin embargo, una tormenta les sorprenderá y su intensidad hará temer a los que se han quedado en tierra que los tripulantes del pequeño barco han sido víctimas de la tempestad. Afortunadamente no ha sido así y estos han encontrado un barco de considerables proporciones totalmente abandonado y lleno de gasolina y víveres. Como Chester conoce las leyes marinas, convence a sus hermanos para que lo remolquen a tierra y logren con ello la propiedad del mismo. Al llegar a la costa el codicioso tendero les compra la propiedad del barco por 400.000 francos, lo que para la familia será una fortuna incalculable…. Pero eso sería cualquiera que no fueran los Tuttle, ya que estos dilapidarán el dinero con la misma facilidad con las que les llegó, y ya en plena boda de Chester con la hija de Emily los acreedores irán retirando los muebles que con tanta ligereza habían comprado.
Cuando ya prácticamente estaban a punto de abandonar por el impago de su hipoteca, Jonas descubrirá casualmente los más de 80.000 francos que había reservado en un principio para el pago de la misma y que, casualmente –y afortunadamente cabría subrayar- se habían perdido. Ello les permitirá volver a su casa… y finalmente a volver a su inveterada forma de entender la vida, basada en el disfrute del momento y buscar el mayor placer de la existencia de una forma afable y plácida.
Es precisamente en la continua presencia de ese espíritu placentero que define la forma de vida de los Tuttle, donde la película encuentra un tono siempre agradable, en el que se combina la preponderancia de la comedia sobre algunos toques dramáticos que redondean el conjunto pero nunca tienen una definitiva incidencia. Con un aire en ocasiones vodevilesco pero siempre con un notable sentido del ritmo, THE TUTTLES OF TAHITI pronto se revela como un producto sólido, en el que de forma aparentemente frívola se formula una mirada nada complaciente sobre la efímera importancia de lo material –curiosamente heredada de la estupenda comedia de Preston Sturges CHRISTMAS ON JULY (Navidades en Julio, 1940), realizada muy poco tiempo antes-. A ello hay que añadir la complicidad de un reparto absolutamente cómplice que resaltan un ritmo que apenas decae, los giros constantes, la alternancia entre el predominio de comedia y los apuntes dramáticos y un constate goteo de gags y situaciones divertidas. Entre ellas no se puede dejar de destacar esa aparición inicial para recibir a Chester de la numerosísima familia Tuttle, la hilaridad de la pelea de gallos –que parece sacada de un cartoon-, la venta del barco encontrado al codicioso tendero –que finalmente se ha ahorrado 200.000 francos de los que inicialmente tenía previstos-, el dedo del pie de Jonas que se mueve cuando tiene que pedir dinero prestado al Dr. Blondin, o la sensación que se produce en plena boda de Chester cuando de forma casi inadvertida se van retirando los muebles que Jonas le había comprado.
Parece sorprendente que una película tan bien planteada y resuelta venga dada de la mano de un realizador tan anónimo como Charles Vidor. Es algo que sucedía más veces de lo previsible en el mundo de Hollywood, y preciso es reconocer que el realizador de la sobrevalorada GILDA (1946) ya había dado muestras de una especial destreza en el mundo de la comedia coral con una película realizada pocos años atrás que estando ambientada en un entorno más contemporáneo, adquiere algunas cualidades similares. Me estoy refiriendo a THE LADY IN QUESTION (La dama en cuestión, 1940). En este caso Vidor ofrece una puesta en escena transparente enfocada cara al juego de actores y a los giros de guión, pero no es menos cierto que sabe brindar en ellas destellos de un cineasta intuitivo –por ejemplo, la grúa que sigue el movimiento de Jonas en la puerta de su casa cuando le anuncian que sus hijos han sobrevivido a la tormenta y que define el estado de ánimo que sobreviene en el personaje-.
En cualquier caso, la singularidad de THE TUTTLES OF TAHITI proviene de esos ecos e influencias que señalaba al inicio de estas líneas. Y creo que no hay que ser demasiado perspicaz para detectar la huella de determinado cine de John Ford en los fotogramas de esta brillante comedia. Aunque también se pueden detectar ecos renoirianos, creo que por un lado ese aire familiar que se desprende y la importancia del matriarcado que desprende la figura de la abuela, se acercan poderosamente al tono que se había manifestado en la cercanamente precedente y magnífica TOBACCO ROAD (La ruta del tabaco, 1941). Pero es que al mismo tiempo la presencia de ese entorno exótico y el recurso a Jon Hall nos puede remitir por un lado a la poco más lejana THE HURRICANE (Huracán sobre la isla, 1937) mientras que el tono bucólico que en ella se desarrolla, quizá en su momento pudo estar en la mente de Ford a la hora de abordar, dos décadas después, la divertidísima DONOVAN’S REEF (La taberna del irlandés, 1963).
En cualquier caso creo que si algo destaca esta película es por no parecer para nada un film de la R.K.O. Incluso en este caso las excelencias fotográficas de Nicholas Musuraca, parecen acercarse a los rasgos de estilo que había practicado Gregg Toland el referente fordiano antes señalado o la magistral THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940). Es por eso que sin por ello apostar por el look de uno u otro estudio, lo cierto es que esta realmente entrañable THE TUTTLES OF TAHITI parece en todo momento un film de la Fox en aquellos tiempos. Ese aire lejanamente fordiano es el que al mismo tiempo nos permite destacar el alejamiento de su look con el habitual en la R.K.O., pareciendo sin embargo que nos encontramos ante uno de los títulos similares que por aquel entonces producía la 20th Century Fox –incluso la fotografía generalmente expresionista de Musuraca, se transforma en su iluminación con tonos más amables-.
No se puede por menos que destacar la labor del conjunto de su reparto, que logran las incidencias de esta historia coral en la que el espectador logra finalmente esa sensación de haber casi estado presente en el espíritu de una familia que quizá para la mente del ciudadano materialista de nuestros días resulte un indolente, pero que para ellos supone una forma de encarar las miserias de la vida con el mejor espíritu posible y las menores necesidades, rodeados además de naturaleza. Una lección quizá muy lejana para el consumismo de la civilización occidental, pero bastante hermosa en las agradables imágenes de esta buena comedia.
Calificación: 3
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