PIRATES OF MONTEREY (1947, Alfred L. Werker) Piratas de Monterrey
PIRATES OF MONTEREY (Piratas de Monterrey, 1947. Alfred L. Werker) es una muestra más de ese cine que, en el momento de su estreno, pobló las pantallas no solo de Estados Unidos, sino de tantos y tantos países como España, que en su momento disfrutaron generaciones de espectadores. Pero para aficionados de mi generación –y otras posteriores-, títulos como estos son los que nos acompañaron en las sobremesas de las emisiones televisivas de décadas atrás. En definitiva, se trata de una producción de serie B de la Universal International, escorada de forma más cercana al género de aventuras, aunque concite en su sucinto metraje de poco más de setenta minutos de duración, ecos de esa variante del western, que proporciona exponentes posteriores tan ilustres como VERA CRUZ (Veracruz, 1954. Robert Aldrich). Es decir, nos encontramos en la California de 1840, donde se enfrentan los partidarios de la unión de dicho territorio con España, con los participes de la conversión de dicho territorio dentro de las fronteras mexicanas. Para ello lograrán el apoyo de Phillip Kent (Rod Cameron), un capitán procedente de Missouri. Este se dirigirá a Monterrey escondiendo el motivo de su misión, y acompañado por el sargento Pío (Mikhail Rasumny), fiel confidente e irónico seguidor de la compañía femenina. En el viaje –una vez llegan hasta Los Angeles- con la caravana en la que portan ocultas armas de novedosa confección, Kent se encontrará por vez primera, tras acudir a socorrerlas de la estampida de un carruaje, a la joven y distinguida Marguerita Novarro (Maria Montez), acompañada de su fiel sirvienta Filomena (Tmara Shayne). Entre los dos primeros se establecerá un atractivo inmediato, accediendo finalmente este a que ambas viajen con ellos –Marguerita ha perdido un tren que debía llevarla a su destino, y que no tendría otro viaje hasta dentro de un mes-, aunque en ningún momento deje de pensar que podrían ser espías. Sin embargo, poco a poco el centrado oficial yanqui sucumbirá a la sincera relación que le liga a la joven, viviendo ambos una romántica noche de amor en Santa Bárbara. Pese al disfrute de dicha velada, llegada la mañana siguiente se sorprenderá de la huída de esta, dejándole una críptica nota ante la que quedará decepcionado. Siguiendo su destino, Phillip llegará hasta el acuartelamiento de Monterrey, donde conocerá de un lado las intenciones de los opositores al colectivo que defiende, mostrará las ventajas que ofrecen las armas que ha entregado –brindadas por el virrey de México-, al tiempo que descubrirá las auténticas razones que provocaron la inesperada huída de Marguerite; se encontraba prometida con el teniente Carlo Ortega (Phillip Reed), el mejor amigo de este. La situación se hará cada vez más inestable en el fortín, entremezclándose de un lado la tensión creciente ante la inminente amenaza de su asalto por parte de sus opositores, y por otra el recelo que se establecerá por parte de Kent ante el engaño que a su juicio lo sometió la mujer de la que se enamoró en apenas pocos días.
Cualquier espectador que se enfrente al rápido visionado de PIRATES OF MONTEREY, es evidente que no se llevará ninguna sorpresa al respecto. Sin embargo, es innegable que su escueto metraje permite un relato resuelto sin baches de ritmo, dentro de las limitaciones que le permite su formato de serie B –a lo que no resulta ajeno el escaso carisma que desprende su pareja protagonista-. La utilización de technicolor resulta atractiva y la aportación de secundarios como Rasumny y la Shayne –encarnando a la impagable pareja de veteranos sirvientes e inesperados enamorados-, proporcionan al relato un determinado sentido del humor y distanciación. Unamos a ello la eficacia que imprime Werker –que estaba a punto de acometer el que quizá fuera el título más atractivo de su filmografía: HE WALKED BY NIGHT (Orden: caza sin cuartel, 1947, del que siempre se ha destacado la aportación –no acreditada- de Anthony Mann por encima de la de su propio firmante)- al relato, la acertada combinación de elementos westernianos y otros más ligados a la aventura, convierten esta pequeña película en un conjunto nunca remarcable, pero que siempre se contempla con simpatía pese a su discreción general. En realidad, PIRATES OF… se articula en base a las dos secuencias más importantes del relato, sobre las que se sustentará la relación amorosa entre la pareja protagonista. La primera de ellas se describirá en Santa Bárbara. Tras el baile que mantienen ambos, se dirigirán a un jardín que se describe cerca de la fiesta, caraterizado por el cromatismo de su flora. Por medio de una cadencia casi musical, Werker logrará transmitir al espectador esa sensación de repentina felicidad sugerida por la aparición del amor. Como contraste, más adelante se desarrollará otra escena que plasmará el encuentro definitivo de los dos enamorados, cuando ambos asumen sus sentimientos dentro del conocimiento por parte de Kent de que esta se encuentra prometida con su mejor amigo. El episodio se describirá también en exteriores, a donde llegarán ambos dentro de un entorno dominado por tonos verdes, y en el que pese a enfrentarse e incluso reprocharse ambos la situación planteada, la sinceridad de Marguerite –relata que el compromiso de matrimonio con Ortega lo decidieron sus familias- y la definición de la planificación, concluirá en la definitiva asunción por parte de ambos de ese amor que portan en su interior y al que no están dispuestos a renunciar, aunque ello obligue al yanki a decirle la verdad y provocar el recelo de su gran amigo.
Por lo demás, poco más brinda la propuesta. Un episodio de apresamiento de los dos enamorados por parte de las tropas que encabeza el villain De Roja (un Gilbert Roland en el declive de su trayectoria cinematográfica), el rescate de estos a partir del aviso del fiel Pío, el descubrimiento de la realidad del romance de ambos por parte de Ortega, quien finalmente asumirá la sinceridad de la relación, culminando el metraje de forma tan apresurada como ingeniosa –una abrupta elipsis ligará el contraataque de los defensores mexicanos contra los sumados a la causa españolista, con la boda de Kent y Marguerite, actuando como padrino el propio amigo que hasta entonces había sido prometido de esta-. Pero así era el cine fruto de los programas dobles de la época. Un ejemplo en el que PIRATES OF MONTEREY supone un título simpático aunque sin especial relieve, representativo de unos modos de hacer cine respetables, destinados ante todo al esparcimiento de los espectadores de su tiempo.
Calificación: 2
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