THE LAST POSSE (1953, Alfred L. Werker)
Hay películas ante las que, contemplando sus propios títulos de crédito, ya percibes que se trata de un título lleno de interés. Es lo que sucede con THE LAST POSSE (1953) en la que ese notable artesano del cine de género que fue el reivindicable Alfred L. Werker, se sumerge con intensidad en las aguas del western psicológico, que en aquellos años forjaría buena parte de lo mejor legado por el cine del Oeste en toda su historia. Y dentro de dicha corriente, el título que comentamos bebe de las fuentes de títulos cercanos, y magníficos como YELLOW SKY (Cielo amarillo, 1948. William A. Wellman), THE GUNFIGHTER (El pistolero, 1950. Henry King) o la más cercana HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952. Fred Zinnemann).
THE LAST POSSE muestra desde ese largo plano general sobre el que se insertan los créditos, el eco numinoso de una situación traumática. Para ello, se beneficiará de la excelente iluminación en blanco y negro de Burnett Guffey, que en todo momento ayuda al relato a proporcionar esa aura asfixiante y opresiva que aparecerá como una de sus mayores cualidades, Veremos regresar, derrotados, con un silencio casi ritual, a un grupo de vecinos a caballo que regresan de lo que intuimos ha sido una peligrosa misión, llevando entre ellos el cuerpo del moribundo sheriff John Frazier (magnífico Broderick Crawford), a quien atenderá el médico de la localidad de Nuevo Méjico. Poco a poco, mediante gestos y actitudes aisladas, el espectador intuye que algo raro esconden los retornados, al anunciar que han sido eliminados los asaltantes de un botín de más de cien mil dólares, así como el dueño de dicho dinero, que señalan ha desaparecido. Entre los que han regresado destaca la preocupación manifestada por el joven Jed Clayton (John Derek) hacia el sheriff, y la sensación de incomodidad que exterioriza.
Los ciudadanos que han vuelto no pueden ocultar esa sensación extraña de quien oculta algo, al tiempo que manifestar la vulnerabilidad de lo que en apariencia es una nueva sociedad, basada en el progreso y la tolerancia. Todo ello permitirá que el espectador conozca una primera mirada en torno a los incidentes que han provocado la todavía desconocida situación. Pronto, en una película que no alcanza los ochenta minutos de duración, el veterano Ollie Stokely (Henry Hull) relatará el primero de los tres flashback con que cuenta el relato -todos ellos insertos en el mismo orden en que se sucede la acción retrospectiva-. El segundo estará a cargo de Robert Emerson (Warner Anderson) y, finalmente, el último de ellos lo contará, casi a modo de sentencia última, el ya citado Jed, brindando con su testimonio, la reveladora y oculta conclusión de la terrible circunstancia que hasta entonces se nos ha vedado.
En la unión de ambas pequeñas historias destacará el punzante retrato de la hipocresía colectiva que se ha adueñado de la aparentemente sociable localidad. Será esta pintura de caracteres la que se extenderá a la hora de describir al tiránico terrateniente Sampson Drune (Charles Bickfort) que ha adquirido su fortuna expoliando a los pequeños ganaderos de la zona, entre los que se encuentra el atribulado Will Romer (James Hill), quien, junto a sus hijos, entre ellos el incontrolable Art (Skip Hommeier), intentará implorar de este le brinde un préstamo, ya que en el pasado reciente tuvo que venderle sus piezas de ganado a un precio casi irrisorio. La previsible negativa del ganadero forzará a que los Romer asalten en el banco los más de cien mil dólares producto de la venta realizada por Drune. La violenta situación provocará la desbandada de los asaltantes y, muy pronto, la formación de un grupo de voluntarios comandados por el granjero y Jed, su hijo adoptivo. Con lo que no cuenta este es que a la misma se va a sumar el sheriff, quien hasta el momento se ha mostrado al margen de toda situación y sobrellevando una resaca, consciente este de que si no está presente en el grupo, Drune matará sin contemplaciones a los asaltantes. La persecución será dura, teniendo que sufrir una potente tormenta de arena, y sufriendo los voluntarios los rasgos saboteadores del ganadero, que sin embargo no contará con la astucia de Frazier para hacerles frente. Y quien poco a poco nos hará descubrir los motivos secretos que anidan en el odio del terrateniente, que van unidos a la estrecha relación que mantiene con su hijo adoptivo. Todo sobrellevará un desenlace en el que no faltarán los giros de guion pero, sobre todo, donde finalmente las causas, los efectos y las consecuencias, alcancen su debido equilibrio y, también, su postrera sentencia.
Antes lo señalaba. Una de las grandes cualidades de esta notable THE LAST POSSE reside en la precisión del entramado psicológico de sus personajes. Ayudado por un impecable cast que entremezcla intérpretes de diversas generaciones, aciertan todos ellos a transmitir el palpitar de una sociedad local que ha ido abandonando el salvaje Oeste, para instalarse en un contexto de una naciente burguesía aparentemente civilizada, pero, en el fondo, trufada de esa hipocresía e intereses inherentes a la llegada de una determinada proyección social. No conviene olvidar que nos encontramos ante un relato que se suma a esa serie de westerns que, sotto voce, permitían una nada solapada crítica en torno al maccarthysmo que entonces vivía la sociedad norteamericana y, sobre todo, el mundo hollywoodiense. Sin embargo, el film de Werker -experto a la hora de mostrar personajes en conflicto interior y, al mismo tiempo, diestro en la exteriorización de dichas tensiones- emerge de esta lectura concreta y acierta a la hora de mostrar los claroscuros de esa coralidad, violentada en su aparente normalidad por la incidencia de un robo que, en última instancia, no deja de ser un eco de la antigua manera de entender la vida en aquel contexto.
Esa capacidad de plasmar la intensidad en la pantalla, una vez se abandone la población, nos trasladará al penoso seguimiento de los autores del robo, en donde una severa fisicidad se proyecta en todos sus personajes, en especial en la excelente secuencia en la que los perseguidores sufrirán una tormenta de arena -veremos incluso como esta inunda las capas con las que se intentan salvaguardar de su incidencia-. Otro elemento de especial interés reside en la extraña relación -que oscila entre lo edípico hasta lo abiertamente homosexual- mantenida entre Drune y Jed, su hijo adoptivo. Pero en lo que THE LAST POSSE brilla y llega a alcanzar la excelencia -dentro de una película rodada en todo momento en exteriores naturales-, es en el extenso pasaje en el que los Romer huyen en un marco rocoso, siendo por un lado perseguidos por Frazier, quien les asegura un juicio justo si se entregan y, por otra por Drunne y Jed, al objeto de recuperar el dinero y eliminarlos. Serán instantes deslumbrantes en su plasmación cinematográfica, y en los que la densidad de su sustrato dramático tendrá un admirable clímax en su impactante expresión visual.
Llegados a este punto, hay un elemento que me impide reconocer al film de Werker como un logro, aunque su conjunto adquiera un considerable interés. Y es que en su conjunto percibo que el seguimiento de su intriga se dirime de manera un tanto mecánica, como si se buscara una búsqueda del impacto -algo que ratificará su giro final, propio de un episodio televisivo de suspense-. Sin embargo, si por algo brilla, y con fuerza, la apuesta de Werker, reside en la precisión, la intensidad e incluso la sensibilidad, con la que se describen los claroscuros de una sociedad en apariencia inmersa en el progreso, y en la que la vivencia de un suceso extraordinario, revelará la fragilidad de sus estructuras. Un balance, sin duda, más que estimulante.
Calificación: 3