LOST BOUNDARIES (1949, Alfred L. Werker) [El color de la sangre]
Situado en un extraño interregno, entre quienes ignoran su andadura o incluso solo esgrimen su extraña circunstancia como montador de célebres películas, a las que por órdenes de la 20th Century Fox se conminó a recortar, y otros aficionados o comentaristas, que valoramos en su figura la aportación de uno más de los numerosos y competentes artesanos que forjaron el cine americano de géneros, surgido en la generación intermedia, la figura de Alfred L. Werker ofrece una amplia filmografía, en la que su aportación al policíaco, el western o el cine de misterio y de aventuras, caracterizan sus títulos más conocidos. Es por eso que recuperar hoy LOST BOUNDARIES (1949), no solo nos permite recuperar uno de sus títulos, prácticamente desconocido en la actualidad. Por encima de esa circunstancia, nos acerca a la que quizá se erija como su obra más inclasificable y, probablemente, la más conseguida. Sin embargo, pese a sus cualidades, y pese a que en ellos se nota la pericia de Werker como cineasta, puede que en esta hermosa película aparezca la impronta que le formularía su productor, Louis de Rochemont, presente de manera clara en esa inclinación documentalista que ofrecerá una producción independiente, adaptando para la pantalla un artículo de Wiliam L. White, inserto en “Selecciones del Reader’s Digest” y basado en una historia real. El film de Werker aparece como uno de los primeros relatos antirracistas insertos en Hollywood, en un periodo convulso en donde la presencia del maccarthysmo coaccionaba la aportación de exponentes reconocidos pocos años antes, como podría ser GENTLEMAN’S AGREEMENT (La barrera invisible, 1947. Elia Kazan). Podría temerse, en este caso, la incursión en un terreno moralizante –máxime teniéndose en cuenta la referencia del Digest-. A este respecto, es probable que se pueda esgrimir la presencia de ese –por otra parte emocionante y sobrio- Happy End, o la presencia de elementos dramáticos utilizados mil veces con posterioridad –la respectiva mirada de padre e hijo en el espejo, para constatar sus orígenes negros-.
Sin embargo, se aprecia desde el primer momento una gran libertad. Una carencia de dependencia de convenciones o limitaciones con las majors. Esa convicción y al mismo tiempo esa mirada carente de efectismo dramático, es la que proporciona a LOST BOUNDARIES su alcance, su singularidad y, sobre todo, esa serenidad que proporciona su metraje. La película se inicia con una voz en off que nos introduce en primer lugar en la localidad de Keenham en Nueva Inglaterra. Será la presentación del marco donde tendrá lugar el epicentro de la andadura del dr. Scott Mason Carter (un muy eficaz Mel Ferrer, en su debut como protagonista). Un joven de sangre negra pero especto exterior totalmente blanco. La película nos describirá inicialmente su graduación en 1922, en la facultad de medicina Chase, de Chicago. Con muy breves pinceladas, conoceremos a la pareja protagonista. No solo a Scott, sino a la que muy pronto será su esposa –Marcia (Beatrice Pearson)-. Y al mismo tiempo nos acercaremos a los que pronto descubriremos como amigos de la pareja, que ha decidido casarse a continuación, en una ceremonia en la que predomina la presencia de negros. Con desarmante cotidianeidad iremos descubriendo detalles que hablan de las consecuencias del racismo en torno a dicha raza. Serán las dificultades para lograr trabajo, o la casi imposibilidad de hacerlo en un hospital “para blancos”. No obstante, esa circunstancia adquirirá más importancia al advertirse que el padre de Marcia no ha acudido a la boda, ya que él se considera blanco, pese a vivir la misma circunstancia que la pareja –ser negros con apariencia blanca-. Ese racismo aparecerá también, en sentido opuesto, cuando sea recomendado como médico en un hospital para negros, donde rechazarán su puesto, al entender que deberá cubrirlo un negro “auténtico”. Las incomodidades proseguirán cuando tengan que vivir en casa de los padres de Marcia, teniendo que soportar los comentarios llenos de resentimiento de su suegro –Morris Mitchell (Wendell Mitchell)-, quien decidió tiempo atrás, romper por completo con su origen racial. Scott logrará un empleo provisional como médico, siendo el destino el que le hará vivir, en el desempeño de una guardia, la operación de una hemorragia al dr. Brackett (Walter Stevens). Ello nos permitirá una secuencia de alto octanaje dramático, desarrollada en un faro y en medio de una tormenta. Brackett le ofrecerá, agradecido, la posibilidad de ocupar la plaza de médico que albergara su padre en Keenham, recomendándole que oculte sus orígenes raciales. Será el instante en el que el joven médico decidirá seguir el sendero que sus propios compañeros negros le han aconsejado, sacrificando su pasado en beneficio de un futuro para su cercano hijo.
Así pues, LOST BOUNDARIES ofrece a partir de ese momento, constantes pinceladas en torno a la latente presencia de la discriminación racial, en un ámbito en apariencia plácido. Como en una extraña muestra tardía de Americana, el film de Werker describirá la andadura de la familia protagonista, siendo recibidos con inicial recelo –algunos de sus habitantes incluso someterán a prueba al nuevo doctor-, teniendo siempre en mente el recuerdo del padre de Brackett. Poco a poco, y no sin esfuerzo, sus vecinos –encarnados por actores no profesionales, lo cual otorga a sus presencias una extraña aura de autenticidad- se rendirán a la evidencia, no solo de la absoluta entrega de Carter, sino de la absoluta ejemplaridad de su familia. Así pues, junto a episodios revestidos de emotividad –la secuencia en la que sus conciudadanos regalan al médico un reloj que este portará con orgullo, el episodio previo en el que decidieron ofrecerle el apartado de correos que años atrás fuera propiedad de su predecesor en el cargo-, el auténtico nudo gordiano de la película se establece en esa mirada revestida de serenidad en torno a la latente presencia del racismo en la sociedad norteamericana. En esa conversación del matrimonio protagonista cuando se presenta ante el pastor de la población –curiosamente interpretado por un auténtico clérigo-, en donde se destilan detalles sobre el origen de los Carter. En ese arriesgado momento en el que una enfermera hace extensivos sus prejuicios, al querer separar la sangre de un donante negro, y al que la rotura accidental del frasco ofrecerá un extraño crescendo dramático.
Sin embargo, será en su tramo final, cuando LOST BOUNDARIES aflorará en el dramatismo de la vivencia directa de la discriminación racial. A consecuencia de una investigación gubernamental, se conocerá la condición negra de Carter, lo que le impedirá combatir en la II Guerra Mundial. Lo más grave de este rechazo, será el hecho de tener que revelar a sus dos hijos dicha condición. La población se hará eco de la circunstancia, y es mérito de la película buscar una sensación de creciente incomodidad por parte de la familia protagonista, sin tener que cargar las tintas en dicha denuncia. El joven Howie Carter (Richard Hylton), huirá del ámbito familiar, viajando hasta Nueva York, donde paseará por el entorno de Harlem –en una secuencia que incidirá en esa búsqueda de un determinado tono documental-, donde podrá comprobar el hacinamiento de esos compañeros de raza, cuya afinidad intenta asimilar. Un incidente en el que se verá envuelto cuando interceda en una pelea, finalmente le devolverá con sus padres, decidiendo la madre recurrir a la ayuda del pastor. Es por ello que, en un episodio magnifico, dotado de una admirable modulación dramática, la conclusión desarrollada en el templo de la población –en el que no faltará el detalle dramático de la salida de la hija, en un hermoso travelling de retroceso- quedará definida una serenidad que irá unida a una emoción, digna del mejor Henry King.
Calificación: 3’5
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Jorge Trejo Rayón -