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CINEMA DE PERRA GORDA

REUNION IN FRANCE (1942. Jules Dassin)

REUNION IN FRANCE (1942. Jules Dassin)

Quizá si describimos lo que ofrece REUNION IN FRANCE (1942. Jules Dassin) dentro del contexto de una arriesgada y valiente producción antinazi -que incluso en el seno de la Metro Goldwyn Mayer, proporcionó títulos del relieve de THE MORTAL STORM (1940, Frank Borzage) o, en menor medida, una propuesta más ligada al cine de aventuras como ESCAPE (1940, Mervyn LeRoy)-, es fácil que su resultado pueda ser rechazado de inmediato. Para ello, no habrá más que tomar como base por un lado la previsible endeblez de las películas que Jules Dassin firmó en el estudio del león, y por otro la aversión que el cineasta –caracterizado por su riguroso e incluso desmedido talante autocrítico-, demostró con ese periodo inicial de su carrera, antes de que su asociación con el productor Mark Hellinger le permitiera una serie de títulos policíacos que le otorgaran una relativa fama, caracterizados por un rodaje en el que tenía una gran importancia el aspecto físico y el uso de exteriores. Cierto es, incluso, que de antemano la presencia como pareja romántica de dos intérpretes tan contrapuestos como Joan Crawford –que tampoco tenía en gran estima esta película- y John Wayne, no podía invitar a nada bueno y, es más, en el momento de su estreno, su resultado fue poco menos que anatemizado. Como se puede suponer, no eran estos asideros demasiado estimulantes a la hora de enfrentarse a una película –como era lógico, por otra parte-, inédita en España en el momento de su estreno, y que debido quizá a la escasa importancia de su apariencia, jamás nadie se preocupó por recuperar. Y digo todo esto, en la medida que aún reconociendo que no nos encontramos ante una gran película, si delimitamos la misma como un melodrama de aventuras inserto en el contexto antinazi, REUNIÓN IN FRANCE deviene un producto discreto, es indudable, pero no exento de interés.

El relato se inicia en la Francia que pretende sentirse protegida por la denominada Línea Maginot, aunque la amenaza de Hitler en la primera mitad de 1940, cada vez se sienta más cercana a territorio galo. En dicho contexto asistimos a la frívola y cómoda existencia que rodea la pareja de novios formada por el próspero diseñador industrial Robert Cortot (Philip Dorn) y la sofisticada Michele Mike de la Becque (Joan Crawford). Él se encuentra muy identificado con la defensa de los intereses de su país –integrando en ella su preocupación por los avances nazis-, mientras que su enamorada no deja de reprocharle que esta pasión personal la relegue a un segundo término. Mike realizará un viaje –antes del cual Cortot aprovechará para prometerla en matrimonio-, del que retornará de manera dramática al enterarse de que Paris ha sido tomada por los alemanes. Este retorno no será más que el principio de una serie de circunstancias que le harán enfrentarse al horror de los nuevos invasores, el menor de los cuales no será precisamente comprobar como su enamorado ha decidido colaborar con los enviados del III Reich. Decidida a alejarse de Cortot, de manera inesperada se verá ligado con la figura de un piloto británico que se encuentra escondido en la vorágine de la ocupación parisina. Michele lo acogerá en la pequeña habitación que los ocupantes nazis le han dejado tras la expropiación de su antigua y lujosa vivienda, estableciéndose entre ambos una extraña empatía, que bien pudiera transformarse en relación sentimental, quizá debido al creciente despecho que esta manifiesta por el hombre del que estuvo enamorada y que considera un traidor.

Demasiado pulida para ser considerada en creíble relato antinazi –esos impolutos y sofisticados peinados de su protagonista-, carente de la densidad necesaria a la hora de plasmar ese drama que, entre líneas, sugieren sus imágenes, e integrando en su discurrir el tremendo miscasting que supone la presencia en el reparto de un John Wayne que en ningún momento resulta creíble como piloto británico, serían estos elementos suficientes para condenar al olvido un título como el que comentamos. No seré yo, sin embargo, quien caiga en un diagnóstico tan simplista, en la medida que pese a estos elementos en contra, REUNION EN FRANCE funciona, en algunos momentos incluso de manera brillante, como estricto relato cinematográfico. Sobre todo en primeros veinte minutos, la película discurre con un sentido del ritmo admirable. No era de extrañar, en todo caso, la presencia de estas relativas e intermitentes virtudes, máxime cuando Dassin se encontró rodeado de un equipo técnico de primera magnitud –en diferentes facetas-, en el que encontramos nombres de la talla de Cedric Gibbons, Franz Waxman, Edwin B. Willis o Douglas Shearer. Estos y otros profesionales lograron imbuir de un notable ritmo –en ausencia del rigor que podría exigírsele a una propuesta que, en su defecto, hubiera alcanzado un calado muy superior-. Pero a las películas, como a cualquier otra manifestación artística –e industrial-, se las ha de calificar a partir de lo que estas ofrecen. Y en este sentido, me reitero en destacar la brillantez del lenguaje fílmico empleado por Dassin –por más que este olvidara con posterioridad este y otros de sus títulos iniciales-. Instantes como la panorámica ascendente sobre el edificio del gobierno francés, que dará paso a un montaje documental en el que se describa con percutante acierto el montaje de instantes que nos trasladarán a la definitiva invasión de los nazis de Paris, retomándose en sentido simétrico la panorámica sobre el edificio, en esta ocasión descendente, comprobando el espectador como la nomenclatura “libertad – igualdad – fraternidad” ha sido cubierta por las ostentosas enseñas nazis. Más aún, tras el regreso de Michele a la lujosa vivienda de Cortot –una vez ha comprobado como la suya propia ha sido confiscada, relegándole a ella a la habitación del ordenanza, contemplando como ha sido saqueada por completo-, en plena conversación de ambos, esté recibirá una visita que Mike no contemplará, mientras la cámara encuadrará de manera intencionada y en primer término, las gorras nazis de los dos invitados, como primer aviso de la ligazón que este manifiesta por el régimen alemán. A partir de ese instante, todo serán señales que irán advirtiendo a la protagonista de la implicación de su prometido en una invasión que ella considera repugnante –admirable esa grúa que nos describe como la fiesta a la que acude junto a su prometido, describe una gigantesca tarta con velas en forma de svástica-, invirtiéndose los sentimientos que hasta entonces sentían ambos, ya que en estos momentos de dureza, ella sacará a la luz su condición de patriota francesa.

En este y el ulterior desarrollo del film, REUNION IN FRANCE destacará por la agilidad de su trazado, en donde el uso de grúas y travellings proporciona a su conjunto, si no ese alcance siniestro que cabría esperar, sí al menos una fluidez y ritmo que se agradece, y que setenta años después de ser realizado, permite que su enunciado sea reconocido, al menos, como una propuesta de aventuras románticas insertas dentro del marco del nazismo, si más no, tan discreta como apreciable. Todo el conglomerado de situaciones equívocas, las sospechas de las autoridades nazis –especialmente el personaje encarnado por John Carradine-, o la persecución final, en la que Michele descubrirá la realidad que esconde el que supuestamente se había convertido en un traidor –su prometido-, irá unida a la muerte del en apariencia investigador alemán –Pinkumk (espléndido Reginald Owen)-, quien antes de caer abatido por las balas de los nazis, explicará a esta la verdadera faz de una operación que ella había percibido de manera por completo opuesta. Será el momento de despedirse de Pat, con quien había logrado estrechar algo más que una amistad, regresando hasta París sin pensar que su retorno iba a suponer un auténtico balón de oxígeno, ante los crecientes indicios de sospecha, que sobre las actividades de Cortot iban acorralándolo ante las autoridades nazis.

Digámoslo ya. Sin ser una obra de especiales cualidades, tampoco es justo condenar REUNION IN FRANCE a las catacumbas del olvido más absoluto. El hecho de que se utilice una temática tan delicada y predestinada a logros cinematográficos de gran calado, no impide que, en ocasiones, esta base pueda servir como referencia para propuestas de auto asumida menor entidad. Títulos que a partir precisamente de dicha sencillez e incluso sus convencionalismos, logran proporcionar un relato, sino vibrante, sí al menos digno de obtener un mínimo reconocimiento, como el que nos ocupa.

Calificación: 2

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