GREEN HELL (1939, James Whale)
No puede decirse que GREEN HELL (1939) goce precisamente de excesivo prestigio a la hora de valorar la no muy extensa filmografía de James Whale. Película totalmente desprestigiada desde el mismo momento de su estreno, recuerdo como el propio Vincent Price se refería a ella en una entrevista grabada ya en sus años de madurez. Cierto es que en aquel 1939, su estreno quizá propició que esta extraña historia –por otro lado con unos trazos y características habituales a los modos fílmicos de su realizador-, unido a la indefinición e irregularidad que marcaba su propio trazado, fueran proclives de su recepción incluso con hilaridad, por parte de un público que ya se iba a acostumbrando a la hora de disfrutar de dramas insertos dentro de las características del cine de aventuras. En ese contexto, ese mismo año la 20th Century Fox estrenaba, de la mano del excelente Henry King, el magnífico STANLEY AND LIVINGSTONE (El explorador perdido, 1939). Al año siguiente, Frank Borzage firmaba la insólita STRANGE CARGO, mientras que poco tiempo después Henry Hathaway daba forma a SUNDOWN (Cuando muere el día, 1941) –que no se puede decir suponga una de sus mejores obras-. Es decir, que dentro de las constantes de dicho género se iba perfilando y consolidando esa vertiente que el film de Whale mostraba, si no como precursor, si en uno de sus ejemplos iniciales. Es por ello que pese a la mala fama que desde el momento de su estreno sentenció su resultado, y aún reconociendo que el mismo dista de resultar logrado por completo, he de reconocer que tampoco mereció en su momento aquella lapidación ni, por supuesto, el olvido a que ha sido sometida desde entonces –algo en cierto modo comprensible, dado el escaso eco al que el paso del tiempo ha confinado la obra de Whale, quizá no merecedora de una especial atención en su conjunto, por otro lado-.
GREEN HELL se inicia con la formación de una expedición, comandada por Keith Brandon (Douglas Fairbanks Jr.), encaminada a la obtención de un fabuloso tesoro que todos los datos señalan se encuentra en un templo inca perdido en la selva de un país sudamericano. Para ello aunará un grupo de compañeros, destinados a soportar una aventura que podría prolongarse en mucho tiempo. Entre ellos se encontrará el irónico Forrester (George Sanders), el doctor Nils Loren (Alan Hale), y también el extraño David Richardson (Vincent Price), un joven elegante del que se desconocen los motivos exactos por los que desea sumarse a un destino tan azaroso. Dicho y hecho, todos ellos se encaminarán en una ruta en teoría llena de peligros, que Whale describirá con escasa incidencia sobre ellos. Resultará evidente que en las intenciones de los artífices del proyecto, no estaba el ofrecer una propuesta más o menos tradicional dentro del género, puesto que pronto –quizá demasiado- los exploradores atisbarán los restos del templo que buscaban con tanto afán. Un collage de pequeñas pinceladas servirá para indicarnos el discurrir de varios meses, en los cuales los expedicionarios –ayudados por una tribu indígena que liderará Gracco (Francis McDonald)- conformarán la infraestructura necesaria para sobrellevar la larga duración de la exploración que les condujo hasta allí. Entre los mismos destacará la voladura de parte del templo, al objeto de poder introducirse en su interior y, con ello, buscar el tesoro que según todos los testimonios y documentos alberga en su interior. Dentro de ese contexto se producirá la herida de Richardson por parte de una flecha indígena, provocándole unas fiebres que apenas podrá contener la medicina de Loren. En su delirio se exteriorizará la melancolía y las razones que motivaron el viaje por su parte, basadas ante todo en el hecho de enamorarse al mismo tiempo de dos mujeres. Harán llegar hasta la cabaña de la expedición a la esposa de este –Stephanie (Joan Bennett)-, quien no podrá ya contemplar con vida a Richardson, aunque su llegada a la expedición propicie entre sus componentes la lógica revolución que indica la incorporación de un representante femenino. Pese al deseo de Brandon de que la viuda retorne cuanto antes, una enfermedad de esta y diversas incidencias retrasarán el retorno, facilitando que tanto el dirigente de la expedición como ella misma se unan en un intenso y efímero romance en el que la primera marcará distancias, simulando ligarse a Forrester. Mientras los expedicionarios logran adueñarse del tesoro que constituía el eje de la expedición –y quizá con ello avivar la maldición que sobre su violentación caía ante sus posibles violadores-, al enfrentamiento amoroso antes señalado llegará a una situación límite, agudizado por la presencia de una tribu indígena por completo hostil a los visitantes, que además se han visto sorprendidos por el abandono de los que comandaba Gracco, amistosos con ellos.
GREEN HELL contó en su momento con un presupuesto notable de casi setecientos mil dólares, realizándose su rodaje casi en su totalidad en estudio –salvo las secuencias de los traslados fluviales-, para lo cual se construyó una jungla de doce mil metros cuadrados y un templo inca de cuarenta metros de alto. Es decir, que partimos de una producción de notable calado, a la que hay que incluir la importancia que emanaba del atractivo cast presentado al espectador. Valga de antemano que considero bastante injusta la dureza con la que se acogió una película, que puede afirmarse aceleró la definitiva caída en desgracia de la filmografía de Whale. Hay tantas y tantas películas peores que estas que han sido tratadas con mayor benevolencia, que estas líneas deberían de alguna manera servir como relativa rehabilitación de una película que se ha visto oscurecida y apenas vista durante décadas. Sin embargo, tampoco sería honesto si pretendiera con estas líneas revalorizar en exceso una película curiosa y estimable, que cuenta incluso en su metraje con algunos pasajes brillantes, pero a la que pesa en demasía la indefinición de su trazado. En efecto, cuando uno termina de contemplar el film de Whale, tiene la molesta sensación de haber asistido a un tierra de nadie, en el que ninguna de las posibles vertientes del relato se muestran con su necesario equilibrio, quedando quizá en sus imágenes un aire deslavazado que, con probabilidad, es el que propició una acogida tan hostil. Y es que cuando el espectador asiste a ese traslado por aguas de los expedicionarios, espera contemplar un episodio lleno de peligros que no llega. Cuando estos descubren el templo y se insertan en su interior, el espectador intuye un largo episodio lleno de aspectos sombríos, contemplando con cierta decepción como estos no tienen lugar. Los componentes metafísicos del relato –expresados sobre todo con el personaje de Richardson (muy bien encarnado por un juvenil pero ya carismático Price)- no se aprovechan en la medida de sus posibilidades, y el romance que se establece entre Stephanie y Brandon quizá tampoco sea aprovechado en la medida de sus posibilidades.
Pero aún reconociendo todos esos poderosos inconvenientes, y apreciando esa cierta sensación de estatismo que se atisba en algunos momentos de su metraje, no sería justo con ello condenar y obviar el caudal de virtudes que atesora, que sin ser extraordinario no deja de resultar interesante, hasta lograr que de su conjunto emerja un cierto atractivo. Por ejemplo, destacaremos esa selva ubicada en estudio, un elemento que contribuye a dotar a la acción de un carácter claustrofóbico suplementario, que es potenciado además por parte de Whale con la oportuna incorporación de travellings laterales entre la espesura y el follaje de la selva. Será un rasgo de puesta en escena que el director de FRANKENSTEIN (El doctor Frankenstein, 1931) sabrá incorporar con acierto, y que se prolongará con otros que incorporará cuando la acción llegue a su paroxismo –ese movimiento lateral que describe la defensa de los expedicionarios al mostrar su lucha con fusiles contra los nativos hostiles, encuadrando los pies de estos y la caída de los casquillos-. No será, sin embargo, el único aliciente del relato. Unamos a ello el relativo atractivo que muestra el romance entre la viuda de Richardson y el jefe de la expedición o, el sentido del humor que describe la repercusión que la incorporación de una mujer provoca en una expedición masculina aislada de la vida cotidiana durante meses. En cualquier caso, si tuviera que destacar los elementos más perdurables de GREEN HELL, no dudaría en inclinarme por las secuencias que tienen como marco el interior del templo. Desde el instante en el que los aventureros descubren la inmensa sala interior, hasta el episodio en el que la necesidad de anegar la inundación que provocan las persistentes lluvias, permitirá a estos descubrir la cámara en la que se encuentran los cadáveres momificados de los propulsores de la sagrada escenificación. Será un breve fragmento en el que se pondrá de nuevo de manifiesto la capacidad de Whale para combinar el gusto por lo macabro –el manejo de los esqueletos- con un cierto humor negro y malsano. Toda una marca de fábrica, que nos retrotrae a lo mejor de su cine y que, mal que pesara a los espectadores y críticos de la época, se encuentra en esta extraña, irregular pero en último término nada desdeñable producción de la Universal.
Calificación: 2’5
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