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CINEMA DE PERRA GORDA

ALICE IN WONDERLAND (1933, Norman Z. McLeod) Alicia en el país de las maravillas

ALICE IN WONDERLAND (1933, Norman Z. McLeod) Alicia en el país de las maravillas

A la hora de realizar un recorrido sobre la importancia del cine fantástico en la década de los treinta, muchos se empeñan en otorgar una valoración casi exclusiva a la aportación de la Universal, sin detenerse a pensar que otros estudios ofrecieron al mismo un corpus quizá de similar importancia. Es a mi modo de ver el ejemplo que brinda la Paramount, quien en esta década brindó exponentes tan significativos –y opuestos entre sí- como DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leisen), SUPERNATURAL (Sobrenatural, 1933. Victor Halperin), DR. JEKYLL AND MR. HYDE (El hombre y el monstruo, 1931. Rouben Mamoulian), PETER IBBETSON (Sueño de amor eterno, 1935), ISLAND OF LOST SOULS (La isla de las almas perdidas, 1933. Erle C. Kenton)… o el título que nos ocupa. Se trata de ALICE IN WONDERLAND (Alicia en el país de las maravillas, 1933. Norman Z. McLeod), sin duda una ambiciosa producción, con la que el estudio de Adolph Zukor pretendió ofrecer un relato que forma paralela brindara fantasía, intento de acople al gusto infantil y, por que no decirlo, una propuesta de compleja ejecución, singular prestigio e incierto resultado. Lo cierto es que este último enunciado emana tras contemplar un metraje de poco más se setena minutos de duración, en la que junto a instantes atractivos e incluso inspirados, y momentos en los que emerge la esencia transgresora que siempre se ha adjudicado al referente literario de Lewis Carroll, en más ocasiones de las deseadas se advierte la sensación de encontrarse ante un título en el la ausencia de una mayor audacia en su realización, nos lleva a asumir la molesta sensación de contemplar un resultado en no pocas ocasiones plúmbeo y polvoriento.

De todos es conocida la fantástica e imaginaria odisea vivida por la pequeña Alicia (Charlotte Henry), una niña despierta que vive en un hogar confortable, en el que quizá no puede exteriorizar ese lado imaginativo que gravita en el interior de su personalidad. Una tarde, de forma tan deseada como inesperada, la pequeña logrará traspasar la increíble barrera del espejo central del salón de su vivienda campestre, iniciándose para ella la vivencia de una increíble aventura, visitando lugares totalmente insólitos, en los que la lógica cotidiana queda anulada, y cuyos moradores ofrecen una extraña y variopinta galería de seres, cuyos comportamientos no dejan de resultar tan absurdos como divertidos. Está claro que para el espectador de cualquier época, disponerse a contemplar cualquiera de las adaptaciones que la pantalla ha brindado de ALICE IN WONDERLAND, supone ante todo abrir la puerta para introducirse en una aventura de dimensión fantástica e incluso mágica, dejando entre líneas el aporte crítico que la prosa de Carroll dejaba entrever en su base literaria. A partir de dichas premisas ¿Qué pudo motivar a la Paramount llevar a cabo un proyecto tan extraño y al propio tiempo arriesgado? A mi modo de ver, este se debe a la intención de ofrecer una propuesta inusual, una apuesta de prestigio, lanzada por un estudio que en aquellos años se caracterizaba por un grado de buen gusto no igualado por ninguna de las majors en aquel tiempo. Solo de esa manera se entiende la conjunción de un reparto estelar para encarnar roles que apenas se reconocen en la narración –eso si, sus títulos de crédito serán de una duración inusual, ofreciendo mediante imágenes que emergen con el discurrir de las páginas de un libro, la identificación de los componentes del cast y sus respectivos y siempre episódicos personajes-. Pero ese rasgo de producción “de prestigio” se extiende a elementos como la presencia como guionistas del posteriormente prestigioso Joseph L. Mankiewicz ¡junto a William Cameron Menzies!, quien también ejercerá como director artístico de la función, aunque sin acreditar. Unamos a ello el uso casi experimental de un inusual formato panorámico, utilizado sin duda para subrayar ese componente inusual que –justo es reconocerlo-, define la función, para de alguna manera, y por encima de la valoración de conjunto que podamos brindar de la misma, su propia existencia sea contemplada con simpatía.

En cualquier caso, lo cierto es que la sensación que produce la contemplación de su metraje, es la de una cierta insatisfacción. No cabe duda que la elección de Norman Z. McLeod, un hombre más o menos de cierta competencia para la comedia, estuvo centrada a raíz de ser el reciente responsable de dos de los títulos rodados por los Marx Brothers para dicho estudio. Es probable incluso que se pensara que ese grado de anarquía e incluso surrealismo que emanaba de las mismas, de alguna manera provenía de la mayor o menor competencia de McLeod tras la cámara. Craso error. Ya desde el primer momento -la secuencia que nos presenta a Alicia en su rutina hogareña-, se puede constatar lo plúmbeo de su plasmación. Quizá pese a todo ese fuera el objetivo elegido, en la medida de servir como contraste a la cercana irrupción en el terreno de lo maravilloso que se dispone a vivir la pequeña protagonista. Será en su traslación a través del espejo, cuando podamos advertir cierto ingenio en la manera con la que se escenifica esa recreación “al revés” de todo lo que formulaba la normalidad de su salón. Todo ello supondrá el inicio de una espiral que le llevará a un mundo dominado por la fantasía, visitando lugares, espacios y conociendo a personajes, alejados por completo de lo que podía abarcar su imaginación. En ese recorrido, todo estaba preparado para vivir una aventura fílmica fascinante, que de forma paulatina se irá frustrando a los ojos del espectador, quedando en última instancia como una extravagancia.

Una singularidad que, justo es reconocerlo, brindará algunas secuencias en las que ese aliento fantastique permite intuir la medida de lo que podría haber ofrecido el conjunto del film, si todo su escueto pero un tanto plomizo mensaje se hubiera planteado bajo dichas premisas. Me refiero con ello en concreto, al episodio que se inicia con la caída de Alicia por un extraño túnel, su llegada a diferentes y extraños marcos, su juego con las estaturas, en el que llegará a derramar unas lágrimas que instantes después –una vez mengua de forma considerable su tamaño- se convertirá en un inesperado lago por el que nadará ¡y que incluso estará poblado por animales! Un fragmento magnífico, revelador de las posibilidades de una curiosa película que, por desgracia, prefiere dirimirse por el terreno de la sucesiva aparición de una serie de extraños personajes –casi todos ellos animales-, encarnados de manera innecesaria por famosos actores del estudio –el único que se reconoce un poco es a un Gary Cooper que encarna a un extraño caballero-. Es hasta cierto punto triste que una propuesta tan arriesgada, no contara con ese “gramo de locura” que casi pedía a gritos partir de un referente tan transgresor como el del relato de Carroll. En su defecto, ALICE IN WONDERLAND versión McLeod discurre por una serie de episodios  en los que no faltará incluso alguna presencia de animación, en los que el espectador se quedará con la extravagante y aún valiosa imaginería de producción. En cualquier caso, nos encontramos ante un producto que pretende apostar por un sendero de surrealismo que, de forma paradójica, sí que lograría ese mismo año la Paramount con una película totalmente opuesta como DUCK SOUP (Sopa de ganso, 1933. Leo McCarey). Es más, y aún resultando un producto más o menos simpático, y con las premisas favorables que podía marcar a su favor, queda bastante por detrás de títulos en teoría más formularios, como la deliciosa fantasía protagonizada por Laurel & Hardy apenas un año después,  titulada BABES IN TONYLAND (Había una vez dos héroes, 1934. Charley Rogers y Gus Meins).

Calificación: 2

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