SAIGON (1948, Leslie Fenton)
A nadie se le escapa que la existencia de SAIGON (1948, Leslie Fenton) obedece a una doble directriz de producción. De un lado aprovechar hasta el límite, el éxito alcanzado en la Paramount con la pareja formada por Alan Ladd y Verónica Lake –un tandem que proporcionó sus frutos más jugosos dentro del ámbito del cine noir de dicho estudio-. Por otra parte, no hace falta ser muy avispado para reconocer en su propuesta argumental, ecos del éxito que unos años atrás proporcionó el mítico CASABLANCA (1942, Michael Curtiz), ampliado en años sucesivos en un considerable número de producciones que se extenderían incluso fuera del ámbito de la Warner Bros. Todos ellas compartirían la presencia de una pareja de caracteres opuestos, entre la cual se establecerían un halo romántico, siempre dentro de un contexto exótico y en tensión, y a cuyo alrededor pulularían una galería de personajes secundarios caracterizados por brindar un contrapunto más o menos dramático a los devaneos dramáticos de la pareja central. Todo ello, milímetro a milímetro, se expone en esta discreta y funcional SAIGON, que se inicia con un insólito planteamiento dramático; tres oficiales del ejército de los Estados Unidos que han vivido en tierras del pacífico son licenciados tras la conclusión de la II Guerra Mundial. El cabeza de los tres es el mayor Larry Briggs (Alan Ladd), líder de un equipo que también engloba al sargento Pette Rocco (Wally Cassell) y el capitán Mike Perry (Douglas Dick). Este último sobrevivirá a una lesión cerebral, pero los médicos no le auguran más que unos meses de vida. Pese a la inminencia de la trágica situación, sus compañeros decidirán no solo no comentárselo para evitarle la agonía de sus últimas semanas de vida, sino el compromiso de vivir este periodo buscando aventuras para que dicho espacio de tiempo sea llevadero e incluso apasionante para ambos. Esa búsqueda de vivencias aventureras les aunará en asumir el encargo del inquietante Zlex Maris (Morris Karnovsky) de pilotar un avión hasta Saigón, por el que cobrarían diez mil dólares. Cumpliendo el compromiso, en la hora acordada este no aparecerá, pero sí lo hará su secretaria –Susan Cleaver (Veronica Lake)-, quien tras un auténtico acoso policial se incorporará al vuelo no sin reticencias y quejándose del hecho que ha supuesto no esperar a Maris. Esa antipatía inicial se prolongará aunque el avión tenga que realizar un aterrizaje forzoso en una laguna, de la que sus tripulantes resultarán supervivientes. Todos ellos serán seguidos por la policía, representada por el enigmático teniente Keon (el excelente Luther Adler, ataviado con un poco apropiado peluquín postizo para la ocasión). Poco a poco, se establecerá una creciente empatía entre sus personajes, en especial rompiéndose el recelo e incluso la hostilidad inicial entre Larry y Susan. Este encontrará los quinientos mil dólares que la secretaria custodia, perteneciente a una oscura operación de su jefe. Por su parte Susan ha venido manifestando un cierto acercamiento hacia Perry, sin conocer que este se encuentra en la antesala de su muerte, aunque del mismo modo se verá atraída por Briggs, aunque este en un momento dado le relate las trágicas circunstancias que sufre su fiel amigo.
Como se puede comprobar, es fácil de detectar el desarrollo de este agradable pero predecible SAIGON. La mítica entre Ladd –ya algo talludito, y desplegando ese encanto que malva su siempre molesta sonrisa- y la Lake se muestra de nuevo en escenarios y dependencias exóticas y vaporosas, entrecruzándose relaciones de amistad que se transforman en amorosas, con la presencia intermitente de ese astuto Keon, demiurgo en todo momento de una función en la que durante su segunda mitad se desarrollará en torno a ese hostal en donde se reunirán todos sus protagonistas. Hasta ese momento, el modesto Leslie Fenton desarrolla un ágil juego de cámara, describiendo planos de cierta duración dominados por atractivos reencuadres, que habrá que ligar al dramatismo y la relativa originalidad de la situación de partida. Todo ello quizá permita intuir o espera más de lo que finalmente podemos contemplar, dentro de un conjunto tan discreto como eficaz, desarrollado dentro de marcos exóticos –ese traslado en un navío en medio de la selva-, centrando su tercio final en ese hostal en el que las altas temperaturas casi se pueden sentir, y los vaporosos cortinajes parecen evitar esconder las relaciones y sentimientos que se manifiestan entre los tres oficiales licenciados y la ambigua joven que comparte con ellos no solo esa fortuna que Larry esconderá de la policía enviándosela a sí mismo por correo, sino quizá la posibilidad de un nuevo rumbo a su existencia, disociándola de forma definitiva de la relación que mantenía con el oscuro Maris, quien en un momento dado se presentará en dicho marco para recuperar su botín.
En definitiva, un cúmulo de convenciones, articuladas con cierta pericia pero también carentes de la más mínima ambición. SAIGON emerge como uno de los últimos y menos distinguidos capítulos de una pareja cinematográfica, bajo la cual la Paramount articuló su mayor ejemplo de mítica estelar dentro del campo del cine noir, en esta ocasión trasmutado a un contexto de aventura más o menos exótica aunque, en última instancia previsibles contornos de sesión de programa doble en los cines de la época.
Calificación: 2
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