AND THIS, AND HEAVEN TOO (1940, Anatole Litvak) El cielo y tú
Dentro de la especialización que la Warner Bros puso en práctica en torno al melodrama desde la segunda mitad de la década de los treinta, y durante más de un decenio, habría que situar en un lugar de interés medio AND THIS, AND HEAVEN TOO (El cielo y tú, 1940), realizada por un Anatole Litvak que ya había dirigido a su star –Bette Davis-, un par de años antes en THE SISTERS (Las hermanas, 1938). En esta ocasión la que sería principal estrella del género en aquel estudio coprotagonizó este melodrama, ubicado temporalmente en el París de mediados del siglo XIX, dentro de un periodo convulso previo al advenimiento de la Revolución Francesa. En realidad, la ficción surgida a través de la exitosa novela de Rachel Field, trasladada en forma de guión de la mano del especialista Casey Robinson, se enmarca dentro de un contexto centrado en un colegio universitario estadounidense, donde Henriette Deluzy (Bette Davis) se dedicará a dar clase de francés a jóvenes muchachas, conocedoras de su pasado pretendidamente escandaloso. La explicación por parte de esta de las circunstancias que han motivado las actitudes hostiles de las alumnas, conformarán un flash-back que se extenderá en la casi totalidad de un abultado metraje de casi dos horas y cuarto de duración, trasladándonos a la capital francesa de algún tiempo atrás, donde nuestra protagonista viajará para ponerse al servicio de los duques de Praslin. El matrimonio está formado por Theo, el duque –un magnífico Charles Boyer- y su esposa, la recelosa e incluso esquizofrénica duquesa Fanny –Barbara O’Neil-, advirtiendo desde el primer momento la recién admitida institutriz que el matrimonio acarrea serios problemas en sus relaciones, que la esposa ha llegado a exteriorizar en el demostrado desapego que mantiene en torno a sus cuatro hijos. Será esa ausencia de cariño, la que Henriette ocupará con sus desvelos hacia las tres niñas y el pequeño Reynald, al que llegará a salvar de una grave enfermedad de difteria. De manera paulatina, la institutriz aportará un rayo de cordialidad y cariño a una mansión en la que hasta entonces solo predominaba la frialdad, la hipocresía y, sobre todo, la ausencia de auténtico amor. Un amor que, de manera siempre latente, se establecerá entre el duque y la institutriz, aunque el respeto a la existencia de una esposa castrante y perdida para encontrar en el ella el más mínimo sentimiento amoroso, es el que impida hacer visibles unos sentimientos que jamás tendrán ninguna demostración exterior entre ambos,
Al ver como Henriette se gana de forma sincera el cariño de sus hijos, la duquesa utilizará todas sus argucias y esgrimirá su enorme influencia, para lograr finalmente que sea despedida como tal institutriz, prometiéndole como desagravio escribir una carta de recomendación llena de halagos hacia su labor. Los meses pasarán, sin que nuestra protagonista reciba el escrito, hasta que en una de las escasas visitas que reciba del noble Theo y sus hijos, la dueña del edifico donde esta reside en una humilde habitación, pondrá en conocimiento del duque la situación, lo que forzará en este la intención de que su esposa le facilite dicho escrito. Fanny se burlará cruelmente de él, negándose a facilitar tal salvoconducto, lo que provocará en su esposo un tremendo ataque de ira que tendrá como consecuencia el asesinato de su esposa. Será el inicio de una dramática andadura para él y, sobre todo, para la Henriette, a la que llegarán a encarcelar.
A la hora de analizar las cualidades existentes en ALL THIS…, una de ellas sería el ritmo que caracteriza el relato, que permite que las dos horas y cuarto de duración de su metraje sean bastante llevaderas. Con ello no voy a ocultar la convicción de que con unos veinte minutos menos, la película hubiera ganado en agilidad. Aún con dicho elemento en contra, lo cierto es que nos encontramos con una suntuosa producción de Warner, en la que no se escatimó en nada a la hora de mostrar una escenografía convincente –magnífica, por otra parte, la fotografía en blanco y negro, ofrecida por Ernest Haller-. Un diseño de producción del cual Litvak sabe extraer un notable sentido de la composición escénica, centrada en su mayor parte en las secuencias de interiores, en las que incluso introducirá atractivas elecciones visuales –la bajada de escalera de Henriette, desde su sencilla habitación hasta el salón en el que espera al duque y sus hijos, tras haber abandonado sus servicios-. Hay un elemento que otorga un especial interés a la película, como es la feliz idea de guión de trasladar los momentos más dramáticos del crimen cometido por el duque contra Fanny, como un motivo de clara agitación en la población parisina, que desembocaría poco después en la Revolución. De hecho, en unas secuencias previas, la presencia de la figura del Rey en un baile organizado por los Praslin, en el momento en que sus hijas contemplen furtivas al monarca invitado, una de ellas señala ese estado de inquietud existente entre la población, diciendo que se trataba de un rey al que querían cortar la cabeza.
No cabe duda que en ese sentido, el de proporcionar al relato una cierta base histórica en la que pudiera ser insertado, la intención está planteada de forma adecuada. Sin embargo, destacaremos en su extenso metraje la capacidad de intimismo que representa la propia relación mantenida por la institutriz, la estructuración por bloques que mantiene la función, o la capacidad de Litvak por introducir en buena parte de ellos una variada muestra de emociones y sensaciones de todo tipo. En realidad, será esta la cualidad que caracterizará los instantes más brillantes de la película. Con ello me refiero al episodio en el que el pequeño Raynald se encuentra a punto de morir, logrando Henriette y el duque que supere esa difteria, en buena medida provocada por la ausencia de sensibilidad de su madre. Será una intensidad –esta de otro punto-, la vivida por los cuatro hijos del duque, cuando viajen junto a Henriette a la mansión vacacional, en donde vivirán la celebración de la fiesta de Halloween, en medio de una secuencia entre la nieve, ambientada en el bosque que se encuentra en el exterior de la mansión, y en donde tanto la institutriz como los cuatro niños se divertirán al tiempo que mostrarán cierto temor, agudizado por la cercanía de un ser siniestro entre la noche… ¡que resultará ser su padre! Esta situación marcará el inicio de un episodio en el que la cercanía entre el aristócrata y la institutriz alcanzará su máximo grado, y en el que la presencia de una nieve constante ejercerá como telón de fondo para un deseo compartido, que ambos sabrán nunca podrán hacer realidad, sobre todo por la imposibilidad de desmarcarse de los opresivos condicionamientos sociales, que impiden a Theo ser libre y feliz en su vida. Ese aspecto crítico irá adueñándose de la película según nos vayamos acercando a su conclusión, habiéndonos permitido a nivel narrativo contemplar esa magnífica secuencia, situada a través de la mirada de Henriette desde los cristales del patio central, comprobando los enfrentamientos constantes que mantienen los duques.
Antes lo señalaba. Al ágil film de Anatole Litvak le sobran unos veinte minutos, que le hubieran permitido ir más “al grano” en su premisa argumental, dejando de lado secuencias y situaciones secundarias que en poco enriquecen su conjunto. Pero al mismo tiempo, uno hecha de menos una mayor ambivalencia en la caracterización de la duquesa Fanny, que en ningún momento puede sobresalir del esquematismo con el que está definida, algo de lo que se resentirá la narración. Y, finalmente, considero que introducir el relato central a partir de un flash-back, deviene del todo punto innecesario, permitiendo una chorreosa conclusión del film, volviendo a la clase del inicio, en donde todas las alumnas llorarán arrepentidas por la hostilidad con la que la habían recibido. Se trata, sin duda, de una conclusión indigna de un film que, en sus mejores momentos, revela un cuidadoso trabajo de puesta en escena y, sobre todo, una magnífica compenetración de sus principales intérpretes, empezando por Boyer y Davis, y culminando con la aportación de magníficos intérpretes de carácter como Harry Davenport o Henry Daniell. Ese desequilibrio es el que impide que consideremos su conjunto como totalmente logrado, pero sus ocasionales aciertos y el adecuado tono general, sí nos permite acoger esta vieja producción de Warner Bros con un considerable grado de simpatía.
Calificación: 2’5
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