LATLANTIDE (1932, George Wilhelm Pabst) La Atlántida
Películas como L’ATLANTIDE (La Atlántida, 1932) deberían servir en primer lugar para certificar que, en el actual estado de las cosas, restan muchos títulos de notable relieve por emerger a la luz del sol dentro del cine de los primeros años del sonoro. Al mismo tiempo, traen a una relativa actualidad la figura de su director, el alemán Geroge Wilhelm Pabst, de cuya obra esta película supone, bajo mi punto de vista, un ejemplo paradigmático de cualidades, al tiempo que marca un cierto límite en las posibilidades de su cine. No he podido contemplar hasta la fecha demasiados de sus títulos –aunque sí algunos de los más significativos-, detectando en ellos unas notables virtudes a la hora de plasmar una atractiva, sugerente y creativa imaginería visual. Pero al mismo tiempo sus películas se enfrentan a esa tendencia que orilla cualquier funcionalidad narrativa, en su apuesta por proyectos que funcionan antes a nivel de secuencias, de relámpagos de inspiración en cierto modo inconexos, que por el seguimiento de un patrón argumental más o menos tradicional. Nada hay de malo en ello, y en buena medida ello da medida de la inventiva de Pabst, al tiempo que la herencia que en su obra marcó unos modos expresionistas que intentó adaptar a su personalidad, imbuyendo sus películas de un grado psicoanalítico de ascendencia sexual, que dominan buena parte de sus más prestigiosos films silentes. En la medida que de forma paulatina van emergiendo a la luz los segmentos de la obra de un cineasta hasta hace no demasiados años relegado a un interés arqueológico, bueno será que conozcamos y apreciemos esta adaptación de la obra del popular escritor francés Pierre Benoit, que Pabst asumió en su realización, tras haber rechazado el proyecto Jacques Feyder –responsable de su versión muda-, logrando el alemán filmar en apenas cinco meses las tres versiones que, de forma paralela, se rodaron –la que comentamos es la francesa, pero se rodaron otras alemana e inglesa, en todas ellas contando con Brigitte Helm encarnando a la fascinante Antinéa-, brindando una de las propuestas más singulares de fantastique que registraron los primeros años del sonoro en Europa.
L’ATLANTIDE nos relata la odisea vivida por el capitán de Saint-Avit (Pierre Blanchar), un oficial francés destinado a un puesto del Sahara, quien en un traslado, realizado por su fiel amigo, el capitán Morhange (Jean Angelo), se verá inesperadamente imbuido a un contexto que parece anclado en el tiempo, en el que domina la figura de la joven Antinéa. Allí mantendrá una extraña atracción no correspondida por la mandataria del lugar, quien sin embargo sí se encuentra enamorada –por vez primera- de Morhange. Ese rechazo provocará el deseo de que muera, asesinado por Saint-Avit ante los deseos de ella. Saint-Avit será rescatado tras abandonar aquel fantasmagórico refugio acompañado por una misteriosa habitante del mismo que fallecerá por el camino. Sin embargo, el paso del tiempo no evitará que lo vivido haga una profunda mella en él, hasta el punto que pese al paso de dos años, no deje de mostrar una irrefrenable fascinación por regresar a aquel territorio, en el que se entremezcla una pasión amorosa… quizá solo presente en su imaginación.
Desde sus primeros instantes, el film de Pabst destaca por la búsqueda de una fuerza visual, que queda de manifiesto en esos planos descritos con atractivos movimientos de cámara, que enlazan el discurso radiofónico de un desconocido y previsible hombre de ciencia, apostando por la existencia de la mítica Atlántida en un recóndito lugar del Sahara, en vez de las aguas oceánicas que pregonaba la leyenda. Esas panorámicas nos trasladarán al fortín en donde Saint-Avit se avendrá a relatar a su compañero el recuerdo de su lejana vivencia, que marcará el flash-back que ocupará la casi totalidad del metraje. Será el primero de los elementos indicativos de un film delirante –en el mejor sentido del término-, destacado en esas secuencias del traslado de los dos militares por tierras desérticas el perfecto uso de un agreste paraje rocoso, que por momentos parece introducirnos en un marco de un western que en aquellos años aún se encontraba casi en estado embrionario. Los detalles sugerentes se manifestarán cuando encuentren un esqueleto semienterrado en las arenas del desierto, introduciéndose poco a poco en una atmósfera extraña y mórbida, en la que contemplarán el discurrir de un río que, de manera inesperada, supondrá la muerte de uno de los componentes del destacamento con el que viajan. Tras una situación misteriosa Saint-Avit despertará en un extraño recinto. A partir de ese momento, Pabst se empleará a fondo en la apuesta por una dirección artística destacada en elementos arquitectónicos, que utilizará creando una serie de atmósferas opresivas e incluso surrealistas. Todo un manto sugerente e incluso etéreo, que brindarán los que en mi opinión resultan los instantes más fascinantes de L’ATLANTIDE. Estoy refiriéndome al sorprendente recorrido inicial del capitán ya instalado, por medio de unos extraños pasillos en exteriores, en donde contemplará rostros ausentes y miradas inquietantes de sus habitantes ¡hasta escuchar la música de un cancan por el sonido de un inesperado gramófono! Desde ese momento, el militar francés no dejará de asistir atónico a un extraño mundo, que de alguna manera le será explicado por el extraño Hetman de Jitomín –encarnado por el veterano actor ruso Vladimir Sokoloff-. Este intentará ejercer como guía de su nuevo destino, evocándole el encuentro mantenido con Atenéa en otro “flash-back” que nos la retrotrae a veinte años atrás, contemplando como un residente –probablemente otro ser perdido en un pasado más o menos cercano-, se corta las venas –en un terrible fuera de campo-, incapaz de poder seguir viviendo con su acentuada drogadicción, y el desprecio que sufre por parte de la mujer más deseada del lugar. En su primer encuentro con ella, Saint-Avit jugará una partida de ajedrez –llena de sugerencias e incluso ecos ligados a la sexualidad-, ganándola ella. El militar intentará huir pero ella ordenará su muerte.
Como si sus imágenes preludiaran la apuesta arquitectónica de THE BLACK CAT (Satanás, 1934. Edgar G. Ulmer), L’ATLANTIDE despliega sus mejores atractivos en la atmósfera que se despliega en los interiores de ese misterioso lugar, dominado por columnas que no parecen tener fin, en la que nadie ajeno parece poder huir, como si se encontrara en un exótico laberinto dominado por la efigie de Antinéa –inolvidable el plano en el que este se superpone a un lado de la misma-. Entre insinuaciones representadas siempre en torno al rostro y la presencia del personaje que encarna con enorme magnetismo la inolvidable intérprete de METRÓPOLIS, con un extraño sentido mítico, el film de Pabst ofrece imágenes de extraña y rara fascinación, adelantando en algunos momentos el universo de Jean Cocteau, en otros la fuerza expresiva del Bergman de sus primeros triunfos, aunque en algunos momentos se resiente de esa sequedad que en algunos momentos se convierte en morosidad, o de la teatralidad de sus intérpretes masculinos –en especial el cargante Pierre Blanchar-. No son, por otro lado, motivos suficientes para orillar el caudal de fascinación que emana de una propuesta insólita y a contracorriente, durante tantos años postergada a un injusto olvido.
Calificación: 3
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Jorge Trejo Rayón -