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CINEMA DE PERRA GORDA

MAN IN THE MIDDLE (1963, Guy Hamilton) Entre dos fuegos

MAN IN THE MIDDLE (1963, Guy Hamilton) Entre dos fuegos

Partiendo de la base de la existencia de un corpus de títulos magníficos, muchos de ellos basados en los nobles tintes de la artesanía y la conjunción de talentos, el cine británico sigue siendo un auténtico territorio para el encuentro de pequeños exponentes fílmicos, que en muchas ocasiones desafían la cahierista teoría de los autores. Pero al mismo tiempo, esa misma adscripción que nos puede permitir apreciar títulos más o menos apreciables, también detecta el echar de menos la confluencia de un realizador que supiera extraer de sus planteamientos argumentales y equipos técnicos y artísticos el máximo de sus posibilidades. Esto es lo que bajo mi punto de vista se aprecia en MAN IN THE MIDDLE (Entre dos fuegos, 1963), un apreciable drama bélico en el que no resulta suficiente el oficio demostrado por el británico –aunque nacido en Paris- Guy Hamilton, para lograr convertir la adaptación que Keith Waterhouse –BILLY LIAR (Billy el mentiroso, 1962. John Schlesinger) y Willis Hall, ofrecieron de la novela de Howard Fast The Winston Affair. La misma se puede ligar a una tendencia marcada en aquellos años –de la que un magnífico exponente podría ser el casi desconocido KING RAT (1965, Bryan Forbes)- en la que se expresaban contextos de contienda, a partir de los cuales se recreaban una serie de situaciones encaminadas a cuestionar determinados escenarios bélicos. En esta ocasión la acción se detiene en las postrimerías de la II Guerra Mundial, cuando un hecho criminal conmocionará la forzada convivencia de ingleses y británicos en la lucha aliada contra los nazis. La secuencia progenérico nos transmitirá la ruptura de esa rutina de la espera bélica, rota cuando el norteamericano teniente Winston (Keenan Wynn) dispara a bocajarro contra un teniente británico, provocándole la muerte y retirándose con asumida tranquilidad a su barracón, sin esconderse de su acción.

En realidad, el film de Hamilton describe en su ajustado metraje, una auténtica parábola sobre la importancia de la Ley, incluso en aquellos momentos y situaciones en donde la misma pueda ser puesta en entredicho. El crimen, además de la pérdida del oficial inglés, ejercerá como detonante para acrecentar el recelo existente entre dos ejércitos que en su apariencia combaten para un mismo fin. Por ello, las autoridades militares desean la celebración de un rápido consejo de guerra, en el que las previsibles garantías jurídicas en realidad escondan una pantomima que sirva para llevar a la horca al asesino confeso. Para ello, el general Kempton (Barry Sullivan) requerirá los servicios del teniente coronel Barney Adams (Robert Mitchum), quien llegará hasta la India para cumplir el cometido, herido en una pierna, sin saber en realidad que su destino como abogado defensor en realidad se planteaba como un elemento de puesta en escena. Será el inicio del auténtico drama, en el que de manera paulatina Adams irá percibiendo como una oculta maraña de oscurantismo se establece en torno a la actuación de Winston, a quienes todos desean sacrificar con el deseo de que dicha condena elimine las fricciones existentes, y que el propio abogado –también norteamericano- ya apreciará a su llegada al entorno urbano hindú –una pelea entre componentes de los dos ejércitos ante un puesto de antigüedades, servirán como augurio para el panorama que poco a poco irá percibiendo, y que del mismo modo comprenderá tienen en la figura del extraño Winston –que en modo alguno propone facilidades a su defensor para ejercer su ejercicio-, una especie de chivo expiatorio. Sin embargo, el escéptico y ocasional letrado, irá adquiriendo conciencia del juego al que han querido someter como auténtico peón de un juego dirigido de antemano, y contra el que se revelará, poniendo en juego sus conocimientos de las leyes y, sobre todo, la importancia de la administración y utilización de los mecanismos de la Justicia. Para ello tendrá a su servicio como ayudantes a los tenientes Bender y Morse, más voluntariosos que otra cosa y, sobre todo, a la enfermera del hospital militar Kate Davray (France Nuyen), conocedora de la manipulación del historial médico con el que fue reconocido el encausado. La realidad irá despejándose para un defensor que estará a punto de abandonar su misión, cuando vaya sintiendo el oscuro boicot a su labor por parte precisamente de quienes lo han reclutado. Y es que sus indagaciones y su propia percepción personal –la visión de Winston cuando este sale al patio de la prisión tras uno de sus encuentros-, le harán concluir que el condenado es en realidad un psicópata y, por ello, una persona que no podría ser declarado culpable del un crimen cometido en un estado de absoluta enajenación mental.

Lo mejor de MAN IN THE MIDDLE, reside en la atmósfera física que se logra transmitir desde los primeros instantes del film. Esa sensación de autenticidad que adquieren las secuencias rodadas en ese estado de espera bélica, con unos barracones en donde se desarrolla la vida cotidiana, o la propia visión de la caótica vida urbana en la India que el protagonista –y, por ende, el espectador- percibe. La fuerza que imprime el blanco y negro fotográfico de Wilkie Cooper, unido a la utilización del CinemaScope, permite que se aprecie una cierta espesura narrativa que, por desgracia, no adquiere en la manos de un Guy Hamilton correcto, en ocasiones inspirado, pero en líneas generales incapaz de proporcionar a la propuesta mayores aciertos narrativos que los que ofrece su argumento. En muchos más momentos de los deseables, se tiene la sensación de que Hamilton parece acometer la realización del film como una propuesta revestida de cierta superficialidad. Es cuando el aficionado echa de menos de antemano una mayor duración para que su base dramática adquiera una superior densidad –su tramo final, el que describe la vista contra Winston, resulta demasiado liviano- y, en conjunto, añore que su mismo planteamiento dramático no hubiera caído en las manos de realizadores como un Otto Preminger o el Losey de aquellos años. Sin duda alguna, su resultado se hubiera elevado en muchos enteros, y no hubieran caído en errores tan primitivos como la mayor parte de los compases musicales propuestos por el equivocado fondo sonoro del por lo general estupendo John Barry, alejado casi por completo de ese carácter interiorizado que pedía a gritos su partitura, o la poco desarrollada y bastante improbable relación y efímera relación sentimental establecida entre Adams y Kate –nadie se puede creer que en los cuatro días que el primero tiene para desarrollar el caso, pueda establecer el más mínimo acercamiento-.

Pero su logramos hacer abstracción de estas evidentes limitaciones, no nos resultará complicado destacar aquellos elementos que permiten definir MAN IN THE MIDDLE como una propuesta todo lo irregular o insuficiente que se quiera, pero que en su conjunto manifiesta un cómputo de cualidades cinematográficas nada desdeñables. Además de los elementos de base ya señalados, obvio resulta destacar la impecable labor de todo su cast –Barry Sullivan, Alexnader Knox-, en el que me gustaría la hondura del trabajo de Keenan Wynn, la sinceridad que manifiesta Sam Wanamaker en su encarnación del mayor Kauffman –por momentos parece una precedente físico del joven Robert De Niro-, o la secuencia confesional que se establece en el primer encuentro entre Adams y el mayor Kensington, en la que el veterano Trevor Howard se muestra absolutamente magnífico. Serán quizá estas escenas –la que este confiesa con pasmosa seguridad la psicopatía que define la psique del encausado-, y la del último encuentro entre el defensor y Kauffman –que ha sido expulsado a otra zona alejada del conflicto, para evitar poder ser utilizado como testigo en la causa-, los momentos más densos del relato, dando la medida del nivel a que podría haber llegado en su conjunto, si todo su metraje hubiera adquirido similar coherencia. Pero junto a estos dos fragmentos, hay uno específicamente narrativo, que considero el más valioso del film. Me refiero a ese detalle premonitorio que registrará el jeep que conduce Adams en su búsqueda del lugar donde ha sido confinado Kauffman, para lograr el testimonio de este, al sortear un socavón que se ha convertido en un charco. Será el lugar donde poco después, y mediante el uso de la elipsis, perderá la vida el mayor, en un presunto accidente que Adams recibirá estremecido mediante una nota en plena vista, fundiendo la imagen a la del coche accidentado y boca abajo, siendo retirado el cuerpo sin vida en una camilla. Muy poco después, Guy Hamilton abandonaría –como el abogado militar norteamericano- el escenario de esta no suficientemente sombría pero apreciable MAN IN THE MIDDLE- para sumergirse en el rodaje de uno de las célebres capítulos de la serie de James Bond; GOLDFINGER (James Bond contra Goldfinger, 1964).

Calificación: 2’5

1 comentario

David Breijo -

Siento discrepar, estimado crítico -a quién me gusta haber reencontrado en Tweeter-. Y lo siento más, porque -por principio- tiendo a disfrutar de cualquier film con el gran Bob. Pero es imposible. Cierto es que la década de los 60 no anduvo muy fino escogiendo títulos; por ejemplo, uno de los peores de su filmografía "The Last Time I Saw Archie". El film de Hamilton carece de un buen guión, de tensión, de nervio, de meta. La historia de amor es un pegote. La música del maravilloso Barry es irreconocible, estruendosa e innecesaria en los peores momentos. Solo algún instante del interrogatorio a Knox o el momento final con Howard -soberbio- remontan. Pero son espejismos.
Es verdad que puede que Losey o algún otro la mejorara (revisando el guión), pero también es cierto que "Goldfinger" le salió mejor...