THE COLDITZ STORY (1955, Guy Hamilton)
Unos cuantos años antes del enorme –y a mi juicio desmesurado- éxito de THE GREAT ESCAPE (La gran evasión, 1963. John Sturges), y también pocos años después de STALAG 17 (Traidor en el infierno, 1953. Billy Wilder), se inserta esta casi ignota delicatessen, nueva muestra de la casi interminable cosecha de buen cine inglés, que ha permanecido oculta –como tantos otros exponentes de la misma- y como no podía ser otra manera, carente de estreno en nuestro país. Cuarta obra en la filmografía del británico Guy Hamilton, no cabe duda que THE COLDITZ STORY (1955) se erige como uno de los exponentes más valiosos de la misma, apostando en su trazado como una muestra más que la cinematografía inglesa demostró en la expresión de los dramas bélicos –evocar KING AND COUNTRY (Rey y patria, 1964. Joseph Losey) o el previo THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI (El puente sobre el río Kwai, 1957. David Lean), son ejemplos pertinentes, por más que la valoración de ambos pueda ser cuestionable, como me sucede en el caso del segundo de los citados-. Esa tradición existente a la hora de describir relatos enmarcados en la II Guerra Mundial, constituye a mi modo de ver una veta de considerable riqueza en el seno de una cinematografía que vivió la contienda desde el riesgo de ser ocupada, pero manteniendo su independencia y alcance democrático, desafiando con el ello al gigante nazi.
El film de Hamilton –también coautor de su guión, junto a Ivan Foxwell, partiendo la base de la novela de P. R. Reid, basado en unos hechos reales que en la película tomarán como protagonista al propio Pat Reid-, se inicia con la llegada hasta el imponente castillo de Colditz, ubicado en un promontorio de Alemania, del propio Reid (John Mills) junto con McGuill (Christopher Rhodes). Nos encontramos en 1940, y ambos se trasladan hasta allí en calidad de presos británicos fugados previamente de otras prisiones. Muy pronto comprobarán que el recinto al que han sido trasladados –que alberga presos ingleses, franceses, holandeses y polacos- describe un panorama casi surrealista. Los presos se relacionan solo entre los de su propia nacionalidad, en una situación caótica dentro de una fortaleza surcada por innumerables túneles que albergan constantes y frustrados intentos de fuga –como si supusiera un gigantesco queso de gruyere-. Esa sensación de caos y desorganización será percibida del mismo modo con la llegada del coronel Richmond -un espléndido Eric Portman, que quince años atrás encarnara a un depravado nazi en 49th PARALLEL (Los invasores, 1940. Michael Powell)-. Este es un veterano militar especializado en fugas, quien desde el primer momento observará el caos reinante, reuniendo a todos los presos para explicarles que para intentar cualquier intentona, ha de ser esencial una organización que supere la carencia absoluta de la misma que impera en el recinto.
Aunque las primeras imágenes nos puedan predisponer a contemplar un drama bélico en toda la acepción de la palabra –la planificación de sus primeros instantes, aunado con la magnífica, sombría y verista fotografía en blanco y negro de Gordon Dines-, lo cierto es que la mayor sorpresa que proporciona THE COLDITZ STORY reside en la equilibrada y casi insólita combinación de su componente dramático como un contrapunto irónico y humorístico, muy cercano a los modos de la Ealing. Se trata de una mirada en la que ese equilibrio se encuentra depositado fundamentalmente en la contundente descripción psicológica de sus personajes, y en la que se obvia el maniqueísmo incluso entre el personal nazi responsable del recinto. Es un aspecto este en el que se cuenta además con el contrapunto de la visión realista –y lúdica- que marca el responsable de la prisión –más conocedor de la realidad y las necesidades de los prisioneros- y el delegado nazi, que en cierto modo es ridiculizado tanto por estos, como por su propio correligionario. A partir de dichas premisas, la película va conformando los distintos e infructuosos intentos de los presos, encabezados por Reid, buscando la colaboración de los representantes de las distintas nacionalidades presentes. Una huída será propiciada por el disfraz de Rhodes, simulando ser uno de los veteranos vigilantes alemanes, siendo de nuevo interceptada por estos. Una nueva fuga se saldará con un aparente éxito, pero del mismo modo llevará a sus responsables a ser incomunicados durante un tiempo. Finalmente, se planteará otra, a través de la idea de uno de los oficiales británicos, que por su sencillez y simplicidad parecerá idónea. Ello propiciará el último tercio del film, el más intenso y rico en matices, describiendo la preparación de una idea que requerirá una intensa organización colectiva, y en la que su plasmación llevará al veterano coronel a desaconsejar a su artífice que participe en el mismo, ya que su estatura favorecería el fracaso del plan. Ello proporcionará “de facto” el suicidio de este –camuflado bajo una insensata huída de las verjas que delimitan la frontera del recinto-, y el deseo de los participantes –empezando por el propio Reid- de dejar de lado el plan. Sin embargo, la insistencia de Rhodes animará al desarrollo del mismo, en un fragmento de admirable tensión, dramatismo y al mismo tiempo sentido del humor –las letrillas irónicas de los actuantes-, mientras se desarrolla la fiesta que los presos británicos ofrecen a todos los inquilinos de Colditz –autoridades alemanas inclusive-. Combinando casi a la perfección el entramado de la huída, la colaboración entre bambalinas de todos los reclusos, un montaje y ritmo perfecto, se describe con todo detalle y desde diferentes puntos de vista la huída de esos cuatro recusos que inicialmente se llevará a buen puerto, aunque poco tiempo después dos de ellos retornen a la prisión. Pese a esta circunstancia adversa, la consolidación de la fuga de dos de ellos –que mandarán un escrito simulando sus identidades, que Rhodes leerá ante todos los presos ingleses-, supondrán el triunfo de la unión y la solidaridad.
THE COLDITZ STORY es una muestra muy poco conocida pero bastante valiosa de la capacidad que el cine inglés demostraba en el manejo de unas temáticas que les eran familiares, basándose –al igual que en el cine italiano de su época- en la competencia de una formidable conjunción de talentos, aunando un mecanismo de relojería que tiene en esta -una de las mejores películas de Hamilton- un perfecto exponente. Es difícil resaltar algún elemento concreto dentro de un conjunto tan compacto –cierto es que su tercio final deviene magnífico-, pero sí me gustaría destacar la intensidad y el suspense de los instantes en los que Reid se encuentra tras una puerta sin cerradura (inmenso John Mills) a la que se acercarán los vigilantes alemanes, o el dramatismo que describe el ya señalado suicidio del desengañado preso que asume que no puede protagonizar la huída que él mismo ha proyectado. Pero junto a ello, se contrarrestan momentos hilarantes, como esa interminable y ridícula revista improvisada en pleno patio por los ingleses para favorecer la huída de Jimmy (el posterior director Bryan Forbes, de nuevo participando como actor en una película de Hamilton), camuflado dentro de la funda de un colchón. Es precisamente en esa contrastada habilidad para realizar una mirada directa y al mismo tiempo distanciada de la historia narrada, donde el film del inglés se adelanta, de manera más sencilla, a propuestas que en el cine americano comenzaron a cuestionar las rígidas normas militares –como sucediera con OPERATION MAD BALL (1957, Richard Quine)-
Calificación: 3
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jorge trejo -