HETS (1944, Alf Sjöberg) Tortura
Que el drama nórdico sigue siendo uno de los grandes desconocidos para los amantes del cine, es una evidencia poco menos que incontestable. Desde las muestras silentes de Victor Sjöstrom y Maurice Stiller, hasta las más conocidas –aunque siempre minoritarias-, de Ingmar Bergman, se advierte un corpus fílmico en el que muy pocos aficionados –me encuentro entre ellos, lo reconozco- no nos hemos acercado con la debida profundidad. Quizá la propia lejanía que nos podían manifestar sus enunciados dramáticos –aunque no sea ello óbice para percibir cinematografías mucho más lejanas en su configuración e incluso iconografía como las orientales-, fueron motivo para esa mirada de soslayo a una corriente que, justo es reconocerlo, se admiraba en un Dreyer y algún ejemplo aislado más, pero que en su conjunto se encuentra bastante ajeno para numerosos aficionados. Es por ello que merece destacar la oportuna iniciativa del lanzamiento en DVD de HETS (Tortura, 1944), que me ha permitido atisbar por vez primera –prometo que no será la última- el cine del sueco Alf Sjöberg, artífice de una obra que se acerca a los veinte largometrajes –iniciada en pleno periodo silente, y extendida hasta finales de los sesenta-, y cuya figura podría establecerse como auténtico puente entre todos los nombres señalados, aunque su repercusión no pueda ser ubicada a la altura de los nombre señalados, pese a lograr galardones en diversos festivales cinematográficos –en especial el de Cannes- donde en 1966 logró una discutida Palma de Oro ex aequo junto a UN HOMME ET UNE FEMME (Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch)-. Ya nada podría, en todo caso, valer como impulso para la andadura fílmica de un Sjöberg que falleció bastantes años después –en 1980-. Dicho esto, es bastante probable que si algo se tiene en cuenta en HETS resida en el hecho de suponer la primera aportación de Ingmar Bergman, antes incluso de su debut en la realización. Bueno es que así sea aunque, con franqueza, si algo destaca en este apreciable melodrama, no reside fundamentalmente en la fuerza o la hondura que le proporciona su planteamiento dramático –bastante superado en propuestas superiores-, sino precisamente en los modos narrativos que despliega el director sueco, en una producción que corrió a cargo del referente inexcusable de un ya veterano Sjóstrom, y en el que el autor de SMULTRONTRÄLLET (Fresas salvajes, 1957) ejercería como guionista.
Una terna de lujo para un drama desarrollado en el entorno de un colegio de acomodada extracción, en el que muy pronto advertiremos la tortuosa personalidad demostrada por el profesor de Latín (Stig Järrel), apodado “Calígula” por el conjunto de alumnos. Muy pronto comprobaremos sus peculiares a la hora de sojuzgar a sus alumnos, a los que tiene totalmente atemorizados mediante la aplicación de unas particulares maneras, que más que la exteriorización de una violencia física, se centran en la aplicación de otra de matiz psicológico centradas en diversos alumnos, pero de manera muy especial en el joven y sensible Jan-Erik Widgren (Alf Kjellin). Este es un muchacho de semblante triste, buena familia, y que no ha respondido en su desapego hacia los estudios las expectativas puestas sobre él, especialmente por su padre. Sin embargo, a esta situación ya de por sí compleja, se añadirá el inesperado acercamiento del joven con la empleada de un estanco –Bertha (Mai Zetterling)-, caracterizada por su escasa reputación, pero que sin embargo irá despertando en Widgren un sentimiento amoroso no solo ausente en su personalidad hasta entonces, sino que quizá necesitaba a alguien como la propia Bertha para hacerlo llegar a la intimidad de su alma. Sin embargo, esta pareja que parece ir soldificándose pese a las dificultades existentes –la muchacha vive de forma muy modesta, y es seguro que no contaría con la aprobación de los padres de Jan-Erik-, contará con un inesperado aunque poderosísimo inconveniente, inesperado sobre todo para el joven; la extraña relación mantenida entre el siniestro profesor y la empleada del estanco. Una relación que en la película queda muy velada en gestos y miradas, pero que en definitiva supone el epicentro de lo que en última instancia llegará a convertirse en una auténtica tragedia. No obstante, HETS destacará a mi modo de ver de manera muy especial por la utilización del espacio escénico. Es algo que advertiremos en los primeros instantes del film, cuando la cámara del realizador sigue con considerable pericia el juego de un pequeño que ha llegado tarde a las letanías religiosas que inician la jornada matinal, y con el uso de las grúas nos describe una persecución de este por parte de uno de los profesores. Esa utilización sobre todo de interiores –aunque algunas secuencias de exteriores, como aquella casi de conclusión, en la que Jan.-Erik junto a su mejor amigo, se encuentre junto a una tumba del cementerio, asistiendo distantes al casi solitario cortejo de esa muchacha que ha llegado a amar, y que en la práctica se ha sometido como la víctima de un extrañísimo triángulo que no podríamos denominar amoroso. Y es que este sentimiento solo se planteará entre los dos jóvenes, siendo el del oscuro profesor –del que destaca la contención y trauma interior que esgrime su compleja personalidad-, el elemento que en realidad contribuya a plantear sobre el tapete un elemento de dominio que se extenderá –sin que el joven sepa la circunstancia, ya que desconoce la relación que Bertha mantenía hasta entonces con él- al incidir con especial inquina sobre este.
En realidad, lo que propone HETS no se puede decir que resulte, casi siete décadas después de su realización, especialmente novedoso. Cuantiosa, variada y contrapuesta, ha resultado la filmografía dedicada al mundo de los colegios e internados, que van en el cine moderno de títulos como DER JUNGE TÖRLESSS (El joven Torless, 1996. Volker Schlondorf) al IF… (1968) de Lindsay. Incluso la expresión fílmica de profesores aquejados de psicologías tortuosas y amargadas, como las que expresaba el drama de Terence Rattigan en THE BROWNING VERSION, que tuvo sus dos valiosas manifestaciones fílmicas en las realizaciones de Anthony Asquith en 1951 y Mike Figgis en 1994. Sin embargo, me va a permitir el espectador que en este conjunto de títulos, muestre mi especial debilidad por una notable y sensible producción de un realizador francés que por gozar en aquellos momentos de una general anatemización, no se valoró en su justa medida –me refiero a LES AMITIÉS PARTICULIÈRES del francés Jean Delannoy-. Al margen de evocar todo un subgénero, lo cierto es que el film de Sjóberg destaca por el alcance sombrío de su propuesta, el adecuado uso de las sombras, que en no pocas ocasiones se ofrecen como amenazantes sugerencias y en algunos instantes –las que describen la mano del profesor que se ciernen sobre la joven empleada-, parecen retrotraernos al Fritz Lang de M (M: el vampiro de Düsseldorf, 1931). Hay quien ha detectado incluso en la personalidad de ese atormentado maestro de latín, ecos de un nazismo al margen de la sociedad sueca, pero muy cercanos a la misma. Sin embargo, no dejo de reconocer en la película un cierto alcance primitivo, una incapacidad que emerge del propio material dramático del posterior maestro sueco, para describir una mayor complejidad en la escasa galería de personajes que pueblan la ficción plasmada con algo más que oficio por Sjöberg. Y es precisamente en esa capacidad para describir una sociedad sombría –un elemento consustancial a la dramaturgia fílmica nórdica- donde se encuentran los mayores valores de HETS. Lo hará en esas secuencias procedentes de los instantes finales, en los que el muchacho descubre el cadáver de Bertha, en el semblante triste que esgrime en toda la película –la dirección de actores de la misma es magnífica-, o en esos ya señalados instantes en el cementerio, de clara ascendencia expresionista, que me parecen con diferencia los más dolorosamente hermosos del film. Será un elemento de inflexión para que el muchacho decida instalarse en la muy modesta morada en la que vivía Bertha, hasta que la llegada de uno de los superiores del colegio –del que ha sido expulsado al estallar su ira contra ese profesor que, en realidad, ha provocado la muerte de su amada-, le haga reflexionar, y entender que el discurrir de la vida ha de seguir, y en ella pese a los sinsabores hay, ante todo, que dar la oportunidad a la experimentación, e incluso de nuevo a la llegada del amor.
No cabe duda que estos elementos serán utilizados por el propio Bergman en títulos posteriores como SOMMARLEK (Juegos de verano, 1951) y otros de su primer –y poco apreciado- periodo. Ello no nos impide valorar en la medida que merece esta apreciable propuesta, donde quizá se pueda detectar ese grado medio que albergaba el cine de su director, y que nos sirve para incorporar un peldaño más a esa tan poco estudiada dramaturgia fílmica del cine nórdico.
Calificación: 2’5
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