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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MERCENAIRES (1967, Jack Cardiff) El último tren a Katanga

THE MERCENAIRES (1967, Jack Cardiff) El último tren a Katanga

Conforme el cine se iba adentrando en la segunda mitad de los sesenta, vivió una progresiva violentación de sus códigos y temáticas, sobre todo en los relacionados a géneros como el bélico, el western y la aventura. Casi como preludiando el conflicto del Vietnam y otras contiendas iniciadas en aquellos tiempos, la aventura se hace cínica, aquilata sus caracteres con el contexto bélico en no pocos de sus exponentes, expresando un estado de ánimo de extremada sordidez, que quizá tuviera su máximo exponente en la aún menospreciada SANDS OF THE KALAHARI (Arenas del Kalahari, 1965. Cyril Endfield). Será en esta y otras muestras del género –podríamos citar THE FLIGHT OF THE PHOENIX (El vuelo del Fénix, 1965), TOO LATE THE HERO (Comando en el mar de china, 1970) –ambas de Robert Aldrich- o PLAY DIRTY (Mercenarios sin gloria, 1969. André De Toth), prolongaron una vertiente ya mostrada años antes con títulos como THE HILL (Sidney Lumet, 1965) y otros referentes injustamente poco o nada apreciados, en la que un colectivo humano se verá sometido a una situación límite a partir generalmente de una base bélica, sirviendo todo ello para mostrar a través del mismo los más bajos instintos de sus componentes. En definitiva, describiendo y narrando su desnudez como auténtico mamífero evolucionado, que en pocos momentos de dichas situaciones hará prevalecer su raciocinio, mostrando por el contrario la facilidad de ingreso en un contexto de irracionalidad y comportamiento cercano a la bestia.

Dentro de dicho capítulo, y a partir de la novela de Wilbur Smith The Dark of the Sun, el gran director de fotografía Jack Cardiff dio vida THE MERCENAIRES (El último tren a Katanga, 1967), uno de los exponentes de la docena de títulos que forjan su andadura como realizador –entre los que se encuentra una obra maestra como SONS AND LOVERS (1960), y una comedia tan atractiva e ignorada como MY GESIHA (Mi dulce geisha, 1962), además de un film de aventuras del que con servo un grato recuerdo, como es THE LONG SHIPS (Los invasores, 1964)-, acometió una película en la que –justo es reconocerlo- no se detectan los rasgos de un inexistente autor –ni falta que le hacía-, pero si asumió hasta las entrañas los matices de una propuesta que curiosamente protagonizó Rod Taylor, uno de los intérpretes más representativos de este auténtico subgénero. La película no se anda con sutilezas, y en pocos instantes nos introduce en el marco de un país del Congo en donde se ha instaurado la democracia en la figura de un nuevo presidente, que desea pacificar el violento contexto en el que se encuentra, aunque para ello deberá contar con la suficiente financiación que le proporcionaría conseguir una fortuna de veinticinco millones de dólares en diamantes que se encuentra custodiada en una pequeña localidad en donde se encuentran unas minas. Para ello reclutará los servicios del experimentado mercenario Capitán Curry (Taylor), así como del nativo Ruffo (Jim Brown). Para el primero, esta es una más de las arriesgadas aventuras que han forjado su prestigio como soldado al mejor postor, mientras que para el segundo esta aventura posee un componente suplementario de lucha contra la crueldad que ha regido la presencia de grupos salvajes en su país, dotándose su trabajo con cincuenta mil dólares. Para llevar a cabo la arriesgada misión que harán de realizar en tren, Curry no dudará en reclutar al siniestro pero valioso en el combate Herlein (Peter Carsten), de oscura ascendencia nazi, o un veterano médico, curtido en un alcoholismo galopante –Wreid (Kenneth More)-. Ellos serán los personajes más significativos de una aventura en la que destacará la brillantez de un montaje en ocasiones casi frenético –gentileza de Ernest Walter-, servido a las intenciones de una singladura que, de manera creciente, nos introducirá en una espiral de violencia casi desenfrenada, donde solo el ingenio humano servirá en ocasiones como único freno para vivir con la más mínima templanza una sucesión de sensaciones casi apocalípticas.

Cardiff asume hasta el fondo –ayudado también por la sucia fotografía en color ofrecida por el gran operador Ted Scaife- un auténtico nubarrón de luchas sin freno, de minutos que aparecen como siglos –esas tres horas en las que la espera para extraer los diamantes en la caja fuerte ejercerán como detonante de una catarsis casi sin límite-, de situaciones en las que el espectador y, con ellos, los propios personajes del film, quedarán noqueados –el asesinato de dos pequeños negros por parte de Herlein, que justificará por considerar que se trataban de espías de la tribu rebelde que los rodean-. No hay, en realidad, espacio para la reflexión en THE MERCENARIES, aunque en realidad si se planteen instantes intimistas, en medio de las luchas y situaciones extremas, sobre todo entre Curry y Ruff. Conversaciones, miradas en las que el contraste de pareceres no impedirá que en ellos se establezca una sincera amistad, que tendrá dos puntos de especial significación. El primero de ellos amable, al comprobar el experimentado mercenario como este ha confiado en él al dejarle en secreto los diamantes en el jeep, cuando ha viajado para lograr provisiones a los supervivientes en el asalto al tren. La otra será, por el contrario, trágica, al comprobar este a su regreso el cadáver de su amigo –extraordinario Taylor, tal vez en el mejor momento de su carrera-, adueñándose de él el lado más animal y brutal de su personalidad, persiguiendo a autor de su muerte –Herlein, que iba en busca de los brillantes-, cuando se dispone a huir en una balsa hacia la frontera de Uganda, en una lucha en donde el hombre dejará paso a la bestia más salvaje, hasta conseguir su propósito de venganza, sin que ello lleve ni la aprobación de su compañero ni, sobre todo, más adelante, de su propio protagonista –esos magníficos y breves flash-backs en los que evocará las conversaciones con su amigo-, que finalmente se someterá a un juicio militar, retornando con ello a esa condición humana a la que, mal que le pese, siempre ha pertenecido.

Más allá de ese proceso evolutivo que vivirá el protagonista, el film de Cardiff resalta en esa buscada suciedad, en su clara voluntad de no escatimar al espectador aspectos que puedan resultarle incómodos –como el director de banco que matará a su mujer y se suicidará en off, antes que dejar a su esposa y a él mismo ser pasto de los guerrilleros-, la auténtica orgía desatada por estos en la población, en la que nuestros dos mercenarios lograrán introducirse mediante una valiosa argucia, iniciando una masacre de incalculables consecuencias, o la huída en tren de estos, sufriendo el ataque de extrema violencia y duras repercusiones. Todo ello, no sin antes comprobar como el viejo doctor ha caído muerto en la emboscada contra la misión religiosa en la que ha decidido culminar un parto de especial dificultad –un ataque que al estar mostrado en off adquiere una mayor emotividad-, o introducirse de manera muy tímida en los sentimientos de Curry esa joven a la que rescatarán antes de llegar a la localidad objetivo de su misión. Me estoy refiriendo a Claire (Yvette Mimieux), que ejercerá con sus miradas y escasos diálogos, como testigo casi mudo de una de las más crudas aventuras cinematográficas que brindó el cine de la segunda mitad de los sesenta. Una propuesta en la que apenas hay motivos para la ironía, en la que casi se puede sentir el aroma del azufre. Un magma de sensaciones que apenas brinda ocasión para que estos se tornen en sentimientos y, por el contrario, emerja en ese lejano país de África, el aspecto más primitivo y brutal de una condición humana capaz de las obras más bellas y generosas, pero también de inclinarse con facilidad en los derroteros más violentos e irracionales de la misma. Sin duda, una atractiva película, que en su discurrir abrupto y seco, quizá alcance su elemento más perdurable.

Calificación. 3

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