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CINEMA DE PERRA GORDA

RIDING SHOTGUN (1954, André De Toth) [El vigilante de la diligecia]

RIDING SHOTGUN (1954, André De Toth) [El vigilante de la diligecia]

RIDING SHOTGUN (1954) –carente de estreno comercial en nuestro país y titulada EL VIGILANTE DE LA DILIGENCIA en su edición digital-, supone el cuarto de los cinco títulos que la estrella del western Randolph Scott filmó con el estupendo André De Toth, realizador en el que encontró una especial sintonía, ofreciendo en todos ellos un resultado no solo atractivo, sino fundamentalmente homogéneo. Es curioso señalar, a este respecto, como una de las estrellas más significativas del género –aunque nunca llegara al nivel icónico de John Wayne-, estructuró buena parte de su aportación al cine del Oeste, prodigándose en ciclos que a lo largo del tiempo se desarrollaron con cineastas tan dispares como Henry Hathaway en los años treinta, William A. Seiter, Edwin L. Marinm, Ray Enright o el citado De Toth, aunque en realidad su figura hoy día es recordada por la inclinación final que marcó con sus films crepusculares filmados por Budd Boetticher, culminando al igual que Joel McCrea su aportación al género –y casi al cine-, con ese notable cántico que proporcionó Sam Peckimpah con RIDE IN THE HIDE COUNTRY (Duelo en alta sierra, 1962).

Articulada dentro del seno de la Warner, y imbuido en una duración muy ajustada –en realidad se echa de menos algo más de metraje sobre todo en esa conclusión demasiado acomodaticia y acelerada, que de alguna manera rompe la desasosegadora atmósfera que hasta entonces ha albergado su argumento, será este quizá el mayor inconveniente a objetar, en un western en el que desde el primer momento destaca el acierto en el uso de la voz en off por parte del principal personaje de la función. Se trata de Larry Delong (Scott), a quien conoceremos siendo el guía de una diligencia, pero que nos relatará con presteza que su aparente oficio no es más que la máscara exterior del auténtico anhelo de su existencia durante los últimos tres años de su vida; poder liquidar al bandido Dan Marady –más adelante sabremos que fue el asesino de su hermana y el hijo de esta-. Para ello ha asumido esta profesión, siempre con la intención puesta en localizar el sendero de este. El destino le hará caer en una trampa tendida precisamente por los hombres de Marady, quienes lo atraparán –el detalle de esa pequeña pistola que tanta importancia tendrá en el discurrir de la historia-, dejándolo atado para que el sol pueda con él, y logrando con ello dejar despejada la ciudad de la que Delong procede, asaltando en ella su casino. No cabe duda que puede parecer algo simplista la manera con la que se manifiesta el punto de partida, pero también resulta innegable señalar que De Toth logra elevar esa circunstancia, trasladando el elemento de interés de RIDING SHOTGUN en una auténtica coreografía de la desconfianza, que el pequeño colectivo que en realidad protagonizará la película, mostrará cuando Larry regrese hasta allí, siendo acusado de forma automática y sin ninguna oportunidad de defensa del asalto a la diligencia que este dejó al caer en la trampa que le tendieron los hombres de Marady. Con una evidente connotación antimacarthista –un elemento que se manifestó en varios de los films de De Toth, entre ellos su inmediatamente precedente propuesta policíaca CRIME WAVE (1954)-, dentro de un corriente que tuvo un considerable calado dentro del cine del Oeste de aquellos años, el veterano cineasta acierta al mostrar una colectividad en la que la mezquindad, la ausencia de todo sentido del respeto a la ley, que es capaz de condenar a una persona basándose en una percepción que es fruto de la propia intransigencia colectiva –los instantes en los que Delong recorre las calles de la población a su regreso son enormemente representativos al respecto-, y que poco a poco se va revelando como una inmensa coreografía humana de casi insoportable presencia. Cierto es que dicha circunstancia no se revela con la misma contundencia que en la excelente SILVER LODE (Filón de plata, 1954) de Allan Dwan, pero no es menos cierto que poco a poco nuestro cineasta sabe tejer una inmensa tela de araña a la hora de describir esa comunidad de aparente talante pacífico, pero en realidad corrompida por prejuicios y puritanismos –que no dejan la ocasión incluso de mostrar a dos mujeres que en su oculta reprimida sexualidad advierten una oculta admirador por el aparente asesino en que se ha convertido el protagonista por parte de sus convecinos-.

A partir de ese objetivo primordial, De Toth no olvida la ocasión de insertar bloques narrativos centrados ante todo en el creciente asedio que vive el incomprensiblemente proscrito Larry, quien tendrá que encontrar su lugar de refugio en la más degradada taberna de la localidad, donde es sometido a un casi inhumano asedio, pese al intento de mediación ofrecido por el cabal ayudante del sheriff Tub Murphy (Wayne Morris) –este último se encuentra en la búsqueda de los asaltantes de la diligencia, sin conocer las circunstancias que vive la localidad ni el retorno del protagonista-. Sin obviar un componente humorístico –el rol del interesado dueño de la taberna, encarnado por el muy divertido Fritz Feld, inolvidable como jefe de dependientes en WHO’S MINDING THE STORE? (Lío en los grandes almacenes, 1963. Frank Tashlin)-, solo preocupado por conservar ese espejo que se erige como único elemento atractivo en su desvencijada taberna. RIDING SHOTGUN destaca en su adecuado sentido de la progresión, introduciendo matices en la evolución de determinados personajes secundarios, que poco a poco van modificando ese rechazo generalizado al que es sometido nuestro atribulado protagonista. Y como no podía ser de otra manera, el realizador no desaprovecha la ocasión para introducir un par de magníficas set pièces de pura acción, modélicas en su planificación, como son el manera con la que este resiste el asedio en la vieja taberna –apagando la vela que iluminaba su interior-, o el duelo final que se establecerá entre Larry y Marady en el interior del casino, cuando este y sus esbirros estaban consumando su asalto. Un magnífico episodio, que se resolverá precisamente con esa pequeña pistola que inició el discurrir narrativo del film, combinado con una muestra previa del ingenio de Delong –cortar las sillas de montar de los componentes de su banda para evitar su huída-, y que nos llevará a asistir a una conclusión demasiado complaciente, como señalaba al inicio de estas líneas. Esta circunstancia concreta, y la presencia del enervante personaje secundario del vaquero en todo momento dispuesto a ahorcar a Delon y acariciando la cuerda que porta en sus brazos, son probablemente las únicas objeciones que se pueden formular a una aportación al cine del Oeste tan modesta en su concepción, como atractiva en su esencia.

Calificación: 3

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