CARSON CITY (1952, André De Toth)
Si hubiera que destacar un elemento que se enseñorea por la totalidad del metraje de CARSON CITY (1952, André De Toth), este es sin duda la presencia del progreso. Por más que en su metraje se encuentren seres nobles y villanos, se inserten voluntades de empresarios que se encuentran en ciudades ya alejadas del contexto del Oeste –como los mandatarios que residen en la próspera San Francisco-, su acción proporciones una mixtura entre el western y el cine de aventuras y, de manera bastante sutil, se inserte en su discurrir la concurrencia de esa amalgama de intereses por parte de una sociedad que, aun insertándose en el ámbito de un mundo primitivo, se encuentra presta a una transformación que casi supera la propia vivencia cotidiana que respiran sus principales personajes. No voy a afirmar como señalan otros especialistas más cualificados, que nos encontremos entre los exponentes más valiosos de la colaboración que mantuvieron De Toth con el actor Randoph Scott –quizá en ella eche de menos una mayor capacidad de densidad a la hora de tratar determinadas subtramas, como puede ser la que liga a su protagonista con la joven Susan Mitchell (Lucille Norman)-. Scott encarna a Jeff Kincaid, un ingeniero encargado de ejecutar obras destinadas a la prolongación de ese ferrocarril destinado a trasformar la sociedad rural que hasta entonces ha definido en la vida rural americana, en un rol que muy bien podría haber protagonizado Errol Flynn –ya que nos encontramos ante una producción de la Warner y el carácter de su personaje deviene más jovial de lo habitual en su tono interpretativo-. Este acepta el encargo, animado ante todo por el padrinazgo del máximo responsable del banco local, cansado de sufrir constantes ataques en sus diligencias que diezman sus ingresos.
Será en la expresión de uno de dichos asaltos, cuando CARSON CITY ya muestre esos elementos de singularidad que son, a fin de cuentas, unido al brillante cromatismo que describen sus imágenes, y a ciertos set pièces que se encuentran en su metraje, se brindan como los estilemas del moderado atractivo que plantea su propuesta. En esos pasajes iniciales, planificados de manera magnífica atendiendo la agreste rugosidad de un paso entre montañas rocosas, un grupo de bandidos asaltará una de dichas diligencias, robando el cargamento de dinero que la misma sobrelleva, pero al mismo tiempo atendiendo amablemente a sus tripulantes ¡Sirviéndoles una suculenta vivienda a la que acompañan delicados manteles y cubiertos, e incluso degustando botellas de champagne! –un elemento de guión que tendrá una gran importancia en el devenir de la película-. Será la primera señal en la intención de los responsables del film, de dotar al mismo de un cierto grado de singularidad –lo que en sí mismo no quiere decir que estos se caractericen siempre por su acierto-. Sin embargo, sí que es cierto que De Toth intenta por todos los medios hacer sobresalir su propuesta del terreno de lo convencional, y quizá teniendo como base el elemento sociológico que le proporciona su base dramática, dejando en un segundo término convenciones más o menos emergentes en la iconografía del género, para centrarse por el contrario en ese componente sociológico que marca el desconcierto e incluso la lucha de intereses que asume la ciudad protagonista, cuando se ve abocada a la llegada del ferrocarril, procedente de Virginia City. Será una novedad que irritará al veterano propietario de la empresa de caravanas –temeroso de que su negocio vaya a la ruina-, incluso al propietario del periódico de la localidad y, sobre todo, al malvado de elegantes maneras Jack Davies (Raymond Massey), propietario de una mina fantasmal, pero que en realidad alcanza su fortuna con sus bien urdidos golpes que ejecutan los componentes que tiene bajo su mando.
Todo ese contexto se encuentra bastante bien planteado a través de la mirada crítica propuesta por De Toth, aunque en ella no se ausenten convenciones que limitan en no poca medida su conjunto. Uno de ellos, y no el menos importante, es el relativo al romance que han vivido en el pasado Jeff y la joven Susan –hija del propietario del periódico-, que por otra parte es cortejada por el hermanastro de este –Alan (Richard Webb)-. Si el primero ha faltado durante bastantes años de la ciudad y la muchacha es bastante joven, poca credibilidad puede albergar el hecho de esa repentina fascinación por un hombre que le aventaja demasiado en edad, aunque la película resuelva el triángulo de la manera más previsible posible.
Pero más allá de estas convenciones, por otra parte recurrentes en una producción que se enmarca dentro de un contexto de serie B de cierto alcance, no cabe duda que CARSON CITY ofrece suficientes motivos de interés. Desde la brutalidad con la que su director resuelve una de sus casi habituales peleas en el interior del saloon, entre Jack y uno de los hombres de Davies, la brillante secuencia en la que nuestro protagonista logra reducir al único vigilante de la banda de este que se encuentra en la mina, logrando con ello enterarse de las intenciones de Davies de asaltar el tren cargado de oro en su viaje inaugural, o la ya señalada importancia que tiene esa presencia del champagne como elemento determinante a la hora de reconocer la implicación del villano encarnado por Massey en cualquiera de sus turbias maniobras –el asesinato del director del periódico; el asalto del ferrocarril-. En cualquier caso, más allá de estos logros parciales que permiten otorgar un apreciable atractivo al conjunto del film, justo es destacar el aprovechamiento de esos exteriores rocosos en los que se desarrollan algunos parajes de la película y, sobre todo, la brillantez y fuerza que adquiere el episodio en el que diversos de los trabajadores del túnel ejecutado quedan enterrados –incluido Jeff- debido a un desprendimiento. Serán unos minutos angustiosos de los que De Toth sabe extraer la máxima tensión a través de la utilización del rostro de los actores, controlando su expresiones, dominando la utilización claustrofóbica del interior del túnel, de su oscuridad, y que me recordó pasajes similares de la previa TYCOON (Hombres de presa, 1947. Richard Wallace). Más allá de dichas similitudes, de la singularidad que proporciona CARSON CITY como fresco que describe un universo dispuesto a la transformación por medio del progreso, de las convenciones que no logra soslayar, y de esa sensación de jovialidad que quizá se manifiesta más de lo debido, no podemos dejar de reconocer que se trata de una propuesta solvente que, sin estar situada entre lo mejor de la obra de André De Toth, da buena muestra de su competencia profesional, demostrando además la astucia de Randolph Scott a la hora de ir consolidando su perfil como intérprete arquetípico del western.
Calificación: 2’5
1 comentario
Alfredo -
¿Me das permiso para incluir este articulo por supuesto mencionando la fuente en mi Blog?
Sea como fuere gracias.
Un saludo.