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CINEMA DE PERRA GORDA

L’UOMO DE PAGLIA (1958, Pietro Germi) El hombre de paja

L’UOMO DE PAGLIA (1958, Pietro Germi) El hombre de paja

Es fácil poder calificar L’UOMO DE PAGLIA (El hombre de paja, 1958) como uno de los títulos más notables de la filmografía del italiano Pietro Germi, en su calidad de servir –junto a la inmediatamente posterior UN MALEDETTO IMBROGLIO (Un maldito embrollo, 1959)-, como puente para una segunda mitad de su obra, ligada a un tono de comedia más o menos chusca, que de forma inexplicable cosechó un gran éxito en su momento –hasta el punto de alcanzar la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1966 con SIGNORE & SIGNORI (Señoras y señores, 1966)-, pero que muy pronto demostró que el sendero seguido por este era cuanto menos cuestionable en sus resultados ¿Quizá en realidad su cine no poseía la carga de profundidad que sus obras más perdurables prefiguraban? ¿O es que no supo adaptarse a los cambios que acometía el cine italiano llegada la década de los sesenta? De algo hay a la hora de analizar la filmografía de este realizador, que quizá en ningún momento pudiera ser clasificado como uno de los grandes nombres de dicha cinematografía, pero que en la primera mitad de la misma brindó logros ocasionales de no poca valía. Puede decirse que L’UOMO DI PAGLIA es uno de ellos, aunque dentro del innegable grado de interés que plantea su propuesta, sí que se eche de menos ese grado de absoluta inventiva que, en manos de otro cineasta quizá más cualificado para trasladar a la pantalla los sentimientos y frustraciones que emanan de su base argumental –y entonces el cine italiano estaba bien surtido de ellos-, hubiera confluido en un logro absoluto. Sin embargo, cualquier película es lo que esta ofrece, y justo es reconocer que en esta ocasión Pietro Germi supo plasmar un drama cotidiano, cercano a cualquier ámbito más o menos urbano, y que de manera paradójica ya había planteado el cine americano en tono de comedia algunos años antes con THE SEVEN YEAR ITCH (La tentación vive arriba, 1955. Billy Wilder).

En esta ocasión nos situamos en un entorno de ciudad media italiana, donde vive de manera apacible y rutinaria la familia Zaccardi. Su cabeza, Andrea (interpretado por el propio Germi), participa en cacerías con sus amigos todos los domingos, acompañándole su hijo. La primera escena del film nos describirá una de dichas cacerías, en la que se manifestará la repentina enfermedad que vivirá el pequeño Giulio (Edoardo Nevola). Será una grave afección que incluso estará a punto de costarle la vida, pero de la que se restablecerá, aunque tenga que ser trasladado a una zona costera para que su recuperación sea completa. Para ello, será la esposa de Andrea –Luisa (Luisa Della Noce)- quien acompañará al pequeño, dejando a su esposo vivir en soledad la rutina laboral en una fábrica. Nada habrá de extraordinario en una separación más o menos cercana, y en la que todos los domingos los tres miembros de la familia se encontrarán y conivirán como siempre. Será esta la cotidianeidad que explicará la voz en off de Andrea –uno de los elementos mejor insertados en el discurrir del film-, dejando entrever esa aura de rutina que, bajo las costuras de una familia formada, consolidada y más o menos segura económicamente, se mostrarán con más facilidad de la deseada. Y para ello no hará falta más que aparezca la joven Rita (Franca Bettioia), novia de un joven aspirante a jugador de futbol, con la de manera inesperada trabará contacto en una de sus visitas familiares a la playa. Allí se iniciará entre ellos un inesperado romance basado en gestos comunes, paseos, sentimientos siempre soterrados y, en definitiva, en la sensible exteriorización de la insatisfacción que expresa Andrea bajo su en apariencia cómoda existencia, y la manifestada por la sensible aunque áspera Rita, que en absoluto está dispuesta a vivir lo que en el futuro puede plantearle su unión con Gino, que no sería más que una reedición de lo manifestado por ese hombre maduro por el que se ha sentido fascinado casi de manera incomprensible.

Es cierto que una de las principales cualidades de L’UOMO DI PAGLIA, reside precisamente en hacer creíble esta efímera, intensa, huidiza y, finalmente, trágica, relación. Resulta más difícil de lo que pudiera parecer a primera vista, plantear esta relación sin visos de futuro, que se esgrime como un auténtico oasis existencial para dos seres que en apariencia albergan seguridad en sus vidas, pero que en una mirada interna sobre las mismas en el fondo se encuentran vacíos. Germi logra transmitir ese sentimiento de desolación, solo tamizado por esos encuentros cada vez más furtivos manifestados por los dos insólitos amantes –a Andrea le ayudará a esconderlos su fiel amigo Beppe (Saro Urzi)-, en medio de una Italia que se encuentra introducida en ese progreso formado por lugares aún faltos de vitalidad, pero en el que emergen tanto viviendas de nueva creación junto a otras más antiguas –como la que vive el matrimonio protagonista-. Allí se transmitirá el deseo colectivo de sus habitantes por emerger del trauma del pasado bélico forjado en el fascismo, basándose en su actitud valiente y activa con su trabajo en esas fábricas de las que tiene que emerger la prosperidad del país. Todo ello es mostrado por Germi combinando con bastante acierto el apunte colectivo, el contrapunto social, y el carácter intimista y casi patético de esa imposible historia de amor, en la que desde el primer momento atisbamos la sensación de asistir a un punto sin retorno en la misma.

Un punto de inflexión en la misma emergerá a partir del inesperado retorno de Luisa a su casa acompañado por su pequeño, ya recuperado. A partir de ese momento, la cámara del realizador –unido a la brillante labor interpretativa de la actriz-, propondrá leves movimientos de cámara que le harán percibir ese romance que solo podrá intuir a partir de pequeños detalles –como ese momento en el que detecta un aroma a perfume en el jersey de su esposo-, y llegando a reconocer ante este  –en una conversación dominada por una sinceridad casi sobrecogedora en su sencillez-, que la presencia de una pequeña infidelidad sería incluso permisible para reforzar los lazos matrimoniales de ambos. En realidad, a partir de ese momento los Zaccardi iniciarán un nuevo tiempo para una presunta felicidad. Será un vano intento, ya que dos terribles secuencias pondrán a prueba ese punto de unión que en realidad no se ha logrado mantener en el matrimonio. Uno de ellos se producirá en la secuencia producida a partir de la llamada de una desesperada Rita, a la que acudirá Andrea sin saber que le sigue su hijo y su perro, culminando la misma con el trágico atropellamiento del mismo. Más dolorosa será la que concluya con el suicidio de la joven y nunca resignada al pasado amante, quien de manera inesperada se tirará desde su balcón del cuarto piso, provocando la desazón de la vecindad. Aunque Andrea intente disimular el dolor de la situación, la contemplación desde la ventana del casi solitario cortejo, o la visión de su imagen en la estampilla funeraria, serán elementos que imposibilitarán ocultar a su esposa el peso que invade su conciencia –desarrollado en una extraordinaria escena desarrollada en el interior del templo al que asisten a misa, y donde Luisa decidirá a última hora no recibir el sacramento de la comunión, abandonando a su esposo durante unas semanas. Será una separación no demasiado extensa, pero si lo suficiente para atormentar a Andrea –dado por completo a la bebida-, hasta que llegado el fin de año contemple con lágrimas en los ojos el regreso de su esposa e hijo. No será, sin embargo, ese final feliz que pudiera suponer a primera vista. Germi propondrá de forma sorprendente la voz en off de la esposa –jamás presente en el resto del metraje-, quien en sus breve comentario señalará la cicatríz que para siempre se establecerá en el seno de la pareja.

Cuando L’UOMO DI PAGLIA se rueda, el cine italiano caminaba muy por delante en su articulación dramática, mediante propuestas de cineastas tan prestigiosos como Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini o Federico Fellini, que habían logrado con anterioridad plasmar crisis de pareja e incluso retratos sociales con mucha mayor contundencia en su contenido, y modernidad en su plasmación narrativa. Sin embargo, ello no impide dejar de reconocer la valía de una propuesta como la que propone Germi o, en un terreno similar, pero con resultados aún más logrados, la posterior LA RAGAZZA DI BUBE (La chica de Bube, 1963. Luigi Comencini). Son, ambos títulos, dramas planteados con convicción y valentía, que en esta ocasión solo destacarían en un sentido negativo en la partitura ofrecida por el por lo general afortunado Carlo Rustichelli. Se trata de un pequeño lunar en una crónica que alberga la suficiente lucidez para eludir la tentación del moralismo más ramplón y ofrecer, por el contrario, una mirada en voz baja sobre ese desencanto existencial que, con más facilidad de lo perceptible en una primera instancia, se encontraba presente en la sociedad italiana de la época.

Calificación: 3

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