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CINEMA DE PERRA GORDA

IN NOME DELLA LEGGE (1949, Pietro Germi)

IN NOME DELLA LEGGE (1949, Pietro Germi)

Tercera de las cerca de veinte películas que conformaron la filmografía de Pietro Germi, IN NOME DELLA LEGGE (1949) aparece como un título sincero y lleno de fuerza, al que precisamente esas cualidades que en todo momento desprenden sus imágenes, permiten que las limitaciones que se detectan en su trazado, queden por fortuna oscurecidas. No me cansaré de repetir que en muchas ocasiones es preferible un producto imperfecto, aunque pródigo en virtudes, que otro más pulido pero carente de vida. Lo cierto es que Germi –al igual que haría en sus posteriores IL CAMMINO DELLA SPERANZA (1950) e IL BRIGANTE DI TACCA DEL LUPO (1952)- apuesta por un relato físico y árido, contundente y al mismo tiempo humano. Quizá en todos ellos se eche de menos una mayor capacidad para profundizar en los temas y subtramas que aparecen en sus fotogramas, pero ello no impide reconocer en ellas no solo un cine comprometido sino, sobre todo, lleno de vida, en el que sus propiedades visuales emerjen con verdadera contundencia.

 

El joven juez Guido Schiavi (un estoico pero eficaz Mario Girotti), acude a la localidad siciliana de Capodarso. Schiave es un hombre provito de una gran voluntad, convencido del poder ennoblecedor de la justicia, y que desea aplicar esa convicción en su nuevo destino. Muy pronto se dará cuenta que una cosa son sus intenciones y otras las posibilidades a las que puede acceder, en un colectivo descrito en un duro ámbito rural, en donde sus gentes viven dominadas por el miedo que les producen las normas de la mafia, detentada por Turi Passalacqua (estupendo Charles Vanel), encargado de administrar un modo de justicia totalmente opuesto, y donde un trasnochado sentido del honor en casi todo momento se traduce en delitos de sangre. Pero junto a esta casi inmutable forma de comportamiento, el recién llegado se tendrá que enfrentar con ese nuevo poder –dominado por la corrupción-, encarnado por el baron Lo Vasto (Camillo Mastrocinque). Se trata de un influyente hombre de negocios, que por intereses personales mantiene cerrada una mina de azufre que tiempo atrás había abastecido de trabajo a la población. Sin casi poder determinar cual de estos extremos resulta más perjudicial para el desempeño de sus funciones, Guido comprobará como sus dependencias se encuentran ruinosas, e irá descubriendo la tipología de las fuerzas vivas de la localidad, en líneas generales escoradas al mantenimiento de los vicios que ellos consideran “tradiciones” de la ciudad. Dentro de este generalizado ambiente de hostilidad, tan solo encontrará tres apoyos verdaderos. Uno será el comisario Grifò (excelente Saro Urzi), otro el joven Paolino (Bernardo Indelicato) y, por último, encontrará una extraña pasión compartida con la joven y sensible Teresa (sensual Jone Salinas), esposa del barón y, por ello, imposibilitada a exteriorizar sus instintos, aunque en momentos de grave peligro no dude en ayudar al joven juez, en quien ha logrado ver a alguien que comparte su sensibilidad y modo de concebir la existencia.

 

A partir del argumento que proporcionaba la novela de Giuseppe Guido Lo Schiavo –adaptada a la pantalla como guión por un extraordinario equipo –algo habitual en ese gran cine italiano de aquellos años- que incluye nombres como el del propio realizador, Federico Fellini o Mario Monicelli-, Germi no dudó en incorporar a este relato que bascula entre las posibilidades y los límites que la aplicación de la justicia tiene en un contexto dominado por el primitivismo y la rudeza, una textura que aparece claramente vinculada al western cinematográfico. No es de extrañar esta circunstancia –que se convierte en uno de los grandes aciertos de la película-, en la medida que en tantas y tantas muestras del popular género norteamericano abordaron situaciones similares en ese sempiterno enfrentamiento en torno a las leyes del Oeste y la llegada del progreso. A partir de dichas premisas, Germi destaca de manera admirable en la aplicación de los exteriores de la propuesta –algo que quedará descrito a la perfección en el asesinato inicial que se producirá en la campiña siciliana, y que tendrá bastante importancia en el desarrollo posterior del metraje-. Ya en esos momentos nos apercibiremos de la sequedad y aridez del entorno agreste y seco, dominado por la inclemente presencia del sol –atención a la espléndida labor de fotografía de Leonida Barboni-, que llega a traspasar la pantalla e impregnar la retina del espectador. Junto a ello, la película mostrará una dura y áspera galería humana, deteniéndose en esos primeros planos que nos describen rostros casi caricaturescos, como si fueran fantasmagóricos exponentes de la Italia de la posguerra, pero que en ningún momento dejan de ofrecer mengua alguna en su credibilidad. Imagino que uniendo la presencia de lugareños del lugar donde se realizó el rodaje, el realizador se preocupa por dar vida una galería coral de personajes a cual más siniestro, hipócrita y poco de fiar, desglosando una tipología humana en última instancia digna de compasión –tal y como con contundencia el propio juez reprochará a todos ellos en su alegato final delante de la iglesia-. Todo ello entroncado en un comportamiento tan censurable a nuestros ojos –aunque lo cierto es que nuestra sociedad no ha evolucionado demasiado en esencia-, como habitual y hasta cierto punto comprensible en un contexto dominado por la miseria, el embrutecimiento, y una serie de mal asumidas tradiciones, que en realidad no suponen más que la herencia de un sistema de dominio en absoluto compatible con unos modos descritos en las más mínimas normas de progreso y convivencia.

 

Serán estas características un contexto que, de manera creciente, obstaculizará la tarea de un hombre joven e idealista, que tendrá la especial habilidad de lograr la animadversión del conjunto de la población. Puede que sea ese el elemento más atractivo de la película a nivel temático, planteando la enorme dificultad que plantea la conciliación de cualquier ámbito social, especialmente en un ámbito como el planteado, en donde el polvo del camino llega a adquirir tanta o más importancia en algunos momentos que la peripecia de sus personajes. Es por eso que con probabilidad IN NOME... tenga mucha más valía en su aspecto visual que en su faceta narrativa. Puede, llegados a este punto, parecer esta distinción quizá un tanto extraña, pero lo cierto es que en el film de Germi resultan magníficas las composiciones visuales –la manera con la que se muestra elípticamente el asesinato del muchacho amigo del juez, los planos que describen la aridez de la localidad...- antes que una progresión narrativa que registra ciertas oscilaciones. Es algo que destaca sobre todo en la acumulación de peripecias y sucesos que se suceden en el tramo final, en la que la pretendida renuncia del rendido juez –conllevando una posible vida en común con una hastiada Teresa, que no dudará en abandonar a su marido al comprobar como ha ordenado el intento de asesinato de este-, adquirirá un tiente opuesto con la catarsis que se producirá con la muerte de Paolino. La dramática circunstancia provocará la iracunda reacción de un joven hasta ese momento vencido, aunque quizá con ello evitara el desarrollo de una vida cómoda y estimulante, e incluso satisfactoria no solo para él, sino incluso para esta mujer de condición social más o menos elevada, quién sin embargo se encuentra por completo hastiada por un modo de vida viciado y sin salida posible.

 

A partir de estos elementos dramáticos, las imágenes de IN NOME... entroncan de forma paralela con ese cine de fuerte ascendencia neorrealista y rural, y parecen erigirse como interesante referente a una manera de entender el drama, que introducirían cineastas como el propio Fellini, Antonioni, y que incluso llegaría hasta nuestro país de la mano de cineastas como Juan Antonio Bardem. Se trata de un contraste, la conjunción de un relato que conecta con un tipo de cine bastante habitual en aquellos años de posguerra, tendiendo un puente hacia nuevos modos narrativos que muy pronto abordarían la frontera de la modernidad cinematográfica. Si Germi lo logró –pese a las imperfecciones de su relato-, planteado además dentro de una película que aglutina esa singularidad y fisicidad emanada de las influencias westernianas antes señaladas, creo que son motivos suficientes para destacar la validez de una propuesta que quizá no adquiera la celebridad que merece, pero no por ello la vigencia de su resultado resulta poco menos que incontestable.

 

Calificación: 3’5

1 comentario

Zinquirilla -

Yo sigo con mi monotema de cómo conseguir estas pelis :D

Es que además me gusta muho el cine italiano y este título ni lo conocía.

Saludos.