STRAW DOGS (2011, Rod Lurie) Perros de paja
Estoy convencido que desde el mismo momento en que se anunciara este remake de la película de Sam Peckimpah STRAW DOGS (Perros de paja, 1971), no fueron pocos los que lanzaron el grito en el cielo cuando alguien se atrevió a retomar una película –de base literaria-, de un director tan “intocable” como, bajo mi punto de vista, sobrevalorado. Y es precisamente esta una de las producciones sobre la que se sustenta la –a mi juicio- excesiva mitología establecida sobre un hombre de cine en ocasiones interesante –eso es innegable- pero mucho más irregular de lo que se le suele reconocer, y al que sus constantes enfrentamientos con las productoras y su aura de malditismo, quizá le permitió mantener un aura que, preciso es reconocerlo, se mantiene en ciertos sectores hasta nuestros días. Un aura que, también he de reconocerlo, no comparto, lo que no me ha impedido disfrutar en ocasiones de su cine aunque, en el mismo he podido detectar en muchas más ocasiones de las deseables una serie de elecciones visuales que, además de alejarme de sus mejores cualidades, estoy convencido nunca le hubieran sido perdonadas a otros cineastas despojados de ese bálsamo fílmico.
Dicho esto, y aún reconociendo que la versión 2011 de STRAW DOGS (Perros de paja) filmada por Rod Lurie apenas ha suscitado un especial interés, al menos tampoco ha sido objeto de una enconada y generalizada ira, lo cual a mi modo de ver puede reflejar que algo de interés podría albergar esta actualización de una historia que, lo reconozco, asumió en su momento uno de los films de Peckimpah que menos interés suscitaron en mí –reconozco de antemano la necesidad de una revisión para ratificar dicho enunciado-. Es por ello, que pendiente de dicha revisión, de antemano señalo que la cercana versión de STRAW DOGS no solo me parece un título apreciable considerado en sí mismo, sino superior al mitificado film de Peckimpah –bajo mi punto de vista tan sobrevalorado y pobre cinematográficamente como otros supuestos “mitos” de aquel periodo, como DELIVERANCE (Defensa, 1972. John Boorman)-. De antemano, la adaptación y cambio de personajes me parece inteligente, situando en esta ocasión la historia en torno al joven y vacilante matrimonio formado por David (un estupendo James Marsden) y Amy Summer (impecable Kate Bosworth). Él es un considerado guionista pendiente de un trabajo relacionado con la batalla de Leningrado, que condicionó el final de la II Guerra Mundial, decidiéndose trasladarse a la localidad de Blackwater, en el Sur de USA –en concreto, en Mississipi-, en donde David pueda proseguir con tranquilidad en sus trabajos, al tiempo que sirva de reencuentro con el entorno de la infancia de su esposa. Muy pronto, aquella repentina placidez se tornará en una sinuosa y creciente espiral de elementos inquietantes, que más adelante revelarán su claro matiz violento, propios de un contexto rural, represivo y puritano.
Para cualquier persona que en su momento se acercara al referente previo de Peckimpah, cierto es que el seguimiento del de Lurie –del que recuerdo con agrado su drama judicial THE CONTENDER (Candidata al poder, 2000), sería recibidas con no pocas anteojeras-. Es por ello que la mejor manera de apreciar las cualidades que alberga esta nueva versión, podrían centrarse de entrada en la adecuada actualización de su entramado dramático, en donde dos jóvenes procedentes del mundo cinematográfico y televisivo, se encuentran en una actualidad sureña –en lugar de la Inglaterra planteada en la versión anterior-, en la que el tiempo parece haberse detenido, y cuyos habitantes desahogan su mediocridad en la tasca de la localidad consumiendo cervezas, hablando sobre deporte apasionadamente, detectando ecos de la política internacional –los sutiles ecos sobre el Tea Party son contundentes, mezclando su integrismo religioso con el apoyo a su equipo de béisbol local, y con una visión de las relaciones sexuales en la que la figura de la mujer ejerce como mero objeto. Algo así debió suceder con Amy poco tiempo atrás, en la relación mantenida con el atractivo y arrogante Charlie (poderoso Alexander Skarsgärd), quien pese a la presencia de David, no dejará de mostrar su coqueteo en torno a su ex novia. Al mismo tiempo, la cuadrilla de Charlie ha sido contratada por David para reparar el granero de la casa de campo en donde van a establecer su residencia, lo que no supondrá más que la piedra de toque del crescendo dramático de la película.
De antemano, STRAW DOGS ofrece una narrativa solvente, despojada de la suciedad de la de Peckimpah, sin que ello vaya en menoscabo al sustrato dramático de su argumento. Desde la manera como con pequeñas pinceladas se nos va mostrando la inseguridad de la nueva pareja, el carácter pacífico de David, el contraste de su sumisión a la moda de la ciudad, en contraste con la regresión existente en ese sur que han elegido como residencia, Lurie se toma su tiempo para trabar un completo entramado de aspectos y elementos, sin duda más “limpios” que en el film precedente, pero acertados en su actualización, e igualmente adecuados en su aplicación visual. No cabe duda que ese proceso en el que el civilizado y mesurado guionista se convertirá, merced a un contexto de horror, en una bestia del mismo calibre de cuantos le asaltaron –ganando por utilizar en contra de ellos su superior capacidad intelectual-, se encuentra graduado de manera casi ejemplar, partiendo de vacilaciones en sus respuestas, en su aceptación a situaciones que le resultan poco gratas –las insinuaciones del ex novio de Amy, las molestas preguntas del entrenador sobre sus zapatillas sin cordones-. Ayudado por la sutileza mostrada por el siempre infravalorado Marsden –al que su atractivo físico le impide ser reconocido en su valía, cosa que no sucede a estrellas de mucho menos calado interpretativo y similares características, como DiCaprio o Matt Damon-, irá conformando una creciente corriente de inestabilidad en la que, justo es reconocerlo, hay un episodio que chirría, dentro de un conjunto bastante armonizado. Me refiero al que refleja el partido de fútbol americano, en donde tanto el montaje como su expresión visual rompe con el tempo adquirido hasta entonces, aunque justo es reconocer sirva como preludio para la catarsis posterior. En dicho episodio, se contempla además un elemento que no tendrá un ulterior desarrollo dramático, como será el asesinato accidental de la joven hija del agresivo entrenador, de manos del joven retrasado mental al que la muchacha siempre se ha acercado. Pese a estar filmado de manera magnífica, -un plano nos muestra los pies inertes de esta-, ya muerta por asfixia al ser sujetada violentamente por este al escuchar los gritos de búsqueda, que sin duda culminarían con su linchamiento, la situación en realidad no tendrá más consecuencia dramática que la huída del joven retrasado, sin que en ningún instante posterior ninguno de los personajes sepa que la joven ha sido asesinada.
A pesar de esta laguna argumental –que sin duda hubiera permitido una supuesta justificación de la actuación de los violentos energúmenos que se situarán en torno a la vivienda de David y Amy, protegiendo al joven a la espera de la presencia de la justicia y en prevención de un linchamiento-, lo cierto es que el fragmento final de STRAW DOGS deviene revestido de la máxima tensión, y al mismo huyendo de innecesarios efectismos –los que contemplamos, se encuentran insertos sin gratuidades-. Sin embargo, por encima de estos puntos fuertes, y también de esas carencias o ciertos maniqueísmos que definen algunos de sus personajes –por ejemplo, el irascible entrenador que encarna el veterano James Woods-, a mi juicio los dos elementos más valiosos del film de Lurie se encuentran en esos planos iniciales –que describen el casi fantasmal paraje sureño de los pantanos, o secuencias tan inquietantes, como las que nos muestran a David enfrentado en solitario a su debut en la caza, precisamente dentro de dichos marcos físicos, aunque esos instantes se encuentren tamizados por unas, a mi juicio, incómodas elecciones de montaje alterno de situaciones. Su otro elemento subversivo, proviene en esa implícita comparación de modelos de masculinidad –los representados por parte de David y Charlie- que se establecen, más que en su referente cinematográfico, en una insospechada pugna como tal relevancia a la hora de erigirse como machos en un contexto que, en última instancia, se tornará ritual. En definitiva, y sin ser una película de las que perduren en la memoria, he de reconocer que la versión 2011 de STRAW DOGS me parece uno de los remakes más dignos propuestos por el cine mainstream en los últimos años, al margen de un modelo de cómo actualizar sin traicionar, un film y un texto de base preexistente.
Calificación: 2’5
2 comentarios
tonapar1 -
En cristiano puedo entender que no te guste el amigo sam, pero que lo linches lo unico que me indica es tu carencia de personalidad xd
john harker -
Dios mío, en qué mundo de miopes vivimos... Ya puestos pongámonos a decir que Mozart componía como la mierda o que un niño de cinco años pintaba mejor que Leonardo Da Vinci.