Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE COLOSSUS OF NEW YORK (1958, Eugène Lourié)

THE COLOSSUS OF NEW YORK (1958, Eugène Lourié)

A pesar del nunca excesivo aprecio que sigo manteniendo dentro del cómputo de la prolija producción de la S/F norteamericana en la década de los cincuenta, he de reconocer que me he visto gratamente sorprendido al acceder a THE COLOSSUS OF NEW YORK (1958), una de las escasas ocasiones en las que el especialista Eugène Lourié accedió al estatus de realizador cinematográfico. Y lo estimulante en esta ocasión reside en el hecho de despojarme de entrada de cualquier consideración que pudiera tener prefijada, de suponer un relato más o menos centrado en la figura de un monstruo –recuerdo el lejanísimo reportaje de dos páginas que publicó hace décadas sobre la película, la desaparecida revista “Terror Fantástico”-. Por el contrario, ya de entrada nos encontramos ante un film provisto de una extraña atonalidad, a la que contribuyen de forma decisiva dos importantes elementos –quizá más incluso que las tareas de dirección de Lousié- a dotar de esta sencilla producción de poco más setenta minutos, de una acusada personalidad. Me refiero por un lado a la elegante pero al mismo tiempo inquietante fotografía en blanco y negro de John F. Warren, y de otro –de manera muy punitiva- al originalísimo fondo sonoro brindado por Van Cleave, centrado en fragmentos al piano, con cuya audición se envuelven aquellos detalles y elementos más inquietantes propuestos por una película que, al igual que THE FLY (La mosca, 1959. Kurt Newmann), proponen una alianza de la ciencia-ficción con el melodrama. Con ello propondrán una atractiva propuesta, en la que se intercalan y contraponen no pocos ejes de referencia, pero que curiosamente no interfieren en esta serie B que apenas tuvo ocho días de rodaje, y en la que pese a detectarse ciertos fallos, sinceramente he de reconocer que en ningún momento tuve la impresión de apreciar un producto apresurado y apenas esbozado, como sucedió con tantos y tantos exponentes del género en aquellos años, incluso en títulos muchos más prestigiados que el que nos ocupa –del que apenas se ofrece reseña alguna-.

De entrada, THE COLOSSUS OF NEW YORK se inicia de la manera más inesperada posible –al margen del lado inquietante que nos ofrecerá ese plano general fijo sobre las instalaciones exteriores de las Naciones Unidas-, describiendo de manera bastante cotidiana, la feliz circunstancia vivida por el joven y jovial científico Jerry Spensser (Ross Martin, el futuro ayudante de Robert Conrad en la serie televisiva The Wild, Wild, West). Casado y con un hijo, Spensser es la viva imagen de un hombre pleno y feliz, considerado un auténtico benefactor por la sociedad merced a unos descubrimientos que permitirán la creación de bancos de alimentación en las zonas polares. Por sus descubrimientos será galardonado con el Premio Nóbel de la Paz. Todo este bloque de noticias y presentación de personajes, se sucederá en apenas pocos minutos, vislumbrando el espectador más aguzado entre líneas, la predilección que por Jerry siente su padre –el Dr. William Spensser (Otto Krugger)-, dejando un tanto de lado a su otro hijo y al mismo tiempo ayudante de Jerry. Se trata de Henry (John Baragrey) –secretamente enamorado de la esposa de su hermano –Anne (Mala Powers)-. El uso de la elipsis nos permitirá contemplar el rápido regreso del galardonado y, con ello, la inesperada y trágica circunstancia que le llevará a su inesperada muerte, debido a un accidente con un camión. En las honras fúnebres, el padre negará amargamente el destino que proclama el rabino –es interesante a este respecto esa apuesta por una valoración del cerebro como algo inmortal pero carente de trascendencia-, probando en el secreto laboratorio una serie de investigaciones totalmente ocultas al resto de residentes en la misma –incluso la esposa de Jerry y el propio Henry-.

En una ocasión, el veterano científico se atreverá a mostrar a su hijo el fruto de sus investigaciones, centradas ante todo en haber salvaguardado de la muerte el cerebro de Jerry, que ha conservado en óptimas condiciones, permitiendo que de él emerjan fluidos y señales que avalan su condición vital. Pese al rechazo inicial de su hermano mayor, este se dejará llevar por la inquietud mostrada por su padre, creando entre los dos una criatura que albergue el cerebro del infortunado hermano, y a partir de la cual se pueda seguir utilizando la ingente capacidad generadora de investigación de su cerebro.

Todo ello será el punto de partida de una modesta producción en la que sus responsables quisieron tomar como base el modelo de la leyenda de “El Golem”, pero que personalmente encuentro más cercana a las adaptaciones de Frankenstein en la Universal –el primer encuentro del gigante con su hijo, desconociendo este que se encuentra con la mente de su fallecido pasdre-. Por otro lado, resultaría interesante saber cuando se rodó una u otra película, ya que ese grado de melodrama doméstico que alberga el film de Lourié y el citado THE FLY de Kurt Newmann –retomando ambos al pequeño Charles Herbert-, deviene bastante singular. A pesar de encontrarnos ante una película que quizá precisaba de una mayor duración para ahondar en numerosas sugerencias que quedan expuestas de manera no demasiado profundas –el devenir sentimental de Anne, dividida entre Henry y el Dr. Robert Carrington (Robert Hutton)-, no deja de albergar en su guión una serie de facetas inquietantes, como los celos que el gigante con la mente de Jerry siente al descubrir que su hermano se encuentra relacionado con su esposa, lograr mediante sus poderes apropiarse de la personalidad de su propio padre, o como sin pretenderlo alberga aptitudes paranormales –releva un accidente marítimo-. Y todo ello es narrado con un notable sentido de la atonalidad por parte de Lourié, sin alzar nunca demasiado el tono, dentro de una mansión que es mostrada mediante una maqueta y aparece como un inquietante anacronismo, en determinados instantes que sirven como encargue entre secuencias, como lo puede hacer la propia mostración de la tumba de Jerry, ante la cual este –ya convertido en creación artificial, comenzará a sentir una creciente sensación de engaño.

Y es que, en realidad, THE COLOSSUS OF NEW YORK, deviene un mélo al uso como los que se podrían contemplar en las pantallas norteamericanas de la época. Un folletín como los que muy poco tiempo después filmarían con más medios directores como Mark Robson, pero envueltos dentro del ropaje de la ciencia-ficción, dentro de unos mimbres tan modestos como atractivos –son interesantes a este respecto las secuencias de interiores, en función de la ubicación de los actores dentro de su escenografía-. Como lo son los dos fascinantes momentos en los que la criatura camina por el fondo del río, ofreciendo una estampa fantasmagórica, la primera de ellas destinada a ejecutar a su propio hermano, que considera lo ha traicionado –es significativo el detalle como la cámara sitúa a Henry, poco antes de ser liquidado, delante de un rótulo comercial en el muelle del puerto, donde se lee la palabra Condemned. Cierto es que la conclusión del film de Lourié no logra trascender el cúmulo de sugerencias albergado en el conjunto de un metraje que, sinceramente, considero bastante atractivo. Sin embargo, ello no me impide reconocer en esta sencilla pero al mismo tiempo singular producción de la Paramount, el grado inquietante que podrían transmitirme otros títulos de dicha corriente –igualmente infravalorados- como podría ejemplificar THE AMAZING TRANSPARENT MAN (1960) de Edgar G. Ulmer. Ejemplos ambos que a través de un muy ajustado diseño de producción, sabían ofrecer entre líneas, no solo un competente resultado, sino reflexiones nada banales sobre cuestiones de plena actualidad de la sociedad de su tiempo.

Calificación: 3

0 comentarios