THE INTERRUMPYED JOURNEY (1949, Daniel Birt) A mitad de camino
Aunque hoy día evocar su nombre sea una tarea estéril, y en realidad su periodo como estrella más o menos conocida fuera bastante efímero, el actor británico Richard Todd tuvo sus años de gloria, a partir del éxito que lograra en su rol del amargado oficial escocés de THE HASTY HEART (Alma en tinieblas, 1949. Vincent Sherman), por el que alcanzó incluso una nominación a los Oscar de aquel año. Fue el inicio de una corta popularidad que asumió el rodaje de esta muy poco conocida producción británica –THE INTERRUPTED JOURNEY (A mitad de camino, 1949. Daniel Birt), su casi inmediata incorporación al thriller de Alfred Hitchcock STAGE FRIGHT (Pánico en la escena, 1950) y, finalmente, en el siempre infravalorado e interesante drama de suspense LIGHTNING STRIKES TWICE (La luz brilló dos veces, 1951. King Vidor). En ambos títulos cimentó las características por las que de alguna manera será recordado; la de un joven atractivo, vulnerable y atormentado, dominado por un turbulento mundo interior que expresaba convincentemente en su mirada, y cuyos modos interpretativos lo cierto es que fueron poco apreciados en su momento y, evidentemente, pronto cayeron en desuso. Sin embargo, no cabe duda que buena parte de la eficacia que sigue manteniendo THE INTERRUPTED JOURNEY recae ante todo en el auténtico calvario personal vivido por su protagonista, el joven escritor John North –una faceta que solo tendrá un peso específico en la narración, cuando este intente recapitular las circunstancias que atenazan la situación que vive casi sin poder dar crédito a la misma-.
Como si se estableciera en una de las historias de DEAD OF NIGHT (Al morir la noche, 1945. Dearden, Cavalcanti, Hamer y Crichton), aunque bajo el formato de un largometraje de ajustada duración –se entenderá esta aseveración al constatar el sorprendente giro que la misma propone en sus minutos finales-, lo cierto es que el film del casi desconocido Daniel Birt destaca sobre todo por la consecución de una magnífica atmósfera, que tendrá su máxima efectividad en el tercio final del metraje. Hasta entonces, el argumento de Michael Petwee –posteriormente cotizado en sus propuestas de comedia-, nos describe la huída de North con una amante –Susan (Christine Norden)-, esposa de su editor, caracterizado por su afición al alcohol. Ambos han decidido dar un arriesgado giro a sus vidas, aunque ya en esos primeros instantes comprobemos el carácter indeciso del protagonista –esa carta que ha dudado en dejar a su esposa, explicándole las razones de su huída, y que no sin vacilaciones remitirá por correo-. Pese a la decisión que exteriormente manifiesta, poco a poco se adueñará en su mente el arrepentimiento por abandonar a su mujer, para lo cual aprovechará que Susan se encuentra durmiendo, e incentivado también por la sospechosa presencia de un hombre del que desconoce su origen, y que los seguirá incluso dentro del tren. Es en esos instantes, donde ayudado por la presencia del humo provocado al tirar de la cadena que provoca un paro forzoso del ferrocarril -cuando este discurre cerca de su casa-, donde se producirá un magnífico fragmento de suspense, que por momentos parecerá introducirnos en un aura fantastique. El retorno de John a su hogar –donde un reloj siempre se detiene diez minutos antes de las diez de la noche, una pista de cómo su argumento cobrará un inesperado giro en sus minutos de clausura-, de entrada servirá para que este recobre esa normalidad transgredida durante unas horas, pero muy poco después comprobará como esta cobra tintes de tragedia al ver que presuntamente su parada forzosa ha provocado un descarrilamiento, causando más de veinte muertes, entre ellas de la de su amante. Pese a ocultarle tal circunstancia a Carol (Valerie Hobson), su esposa, el trágico accidente no supondrá más que el inicio de una serie de angustiosas situaciones, en las que se combinará el tormento interior de John por sentirse culpable del mismo, haber engañado a su esposa, y de otro modo la constante persecución que sufrirá por parte del investigador de la compañía de ferrocarril –Waterson (Ralph Truman)-. A partir de ese nuevo punto de partida, la presencia de determinados indicios, forzarán a John a confesar a su esposa la situación vivida, aunque con posterioridad descubra para su alivio que él no fue el autor del accidente –este se produjo por un corrimiento de tierra-. Sin embargo, sobre su mente se cernirá una nueva circunstancia; la aparición del cadáver de su amante con un disparo de bala, teniendo todos los indicios en su contra, para incriminarle en un homicidio que con certeza sabe que no ha cometido ¿O si?
El acierto que cobra a partir de ese momento THE INTERRUPTED JOURNEY se centra en un último tercio en el que John tendrá que poner en práctica su huída, para poder esclarecer las causas de un crimen que sabe a ciencia cierta no ha realizado, pero cuya inocencia no puede demostrar. Para ello, escapará con la ayuda de su esposa, acertando al ratificar la motivación e incluso la persona que pudo cometer tal crimen, no sin impedir que ello le provoque vivir una serie de angustiosas vivencias que la cámara de Birt acertará a aplicar. Lo hará con la ayuda de un montaje de tintes expresionistas –casi wellesianos-, ayudado de la misma manera con los contrastes lumínicos que acentuarán esa sensación de pesadilla que, en un momento determinado, estarán a punto de costar la vida a nuestro joven novelista, que por un momento parece vivir en carne propia el más peregrino de sus argumentos –nunca sabremos a ciencia cierta el género que cultivaba en esos argumentos que con tanto desdén repudiaba su esposa, al reprocharle constantemente la inutilidad de proseguir en sus intentos como escritor, en vez de aceptar un seguro empleo en la empresa de su padre-.
Con ser un film apreciable, que destaca ante todo en el logro de una atmósfera exterior dominado por claroscuros –la mayor parte de sus secuencias exteriores se desarrollan en nocturnos, como si fueran fruto de una pesadilla-, en la entrega brindada por Todd en su personaje –en algunos instantes la cámara se acercará de manera casi insultante a sus ojos-, no es menos cierto que se encuentra presente un rol bastante común en muchos títulos británicos de estas características. Me refiero al de Waterson, el clásico investigador que despliega su molesta superioridad, apareciendo como un omnipresente ser que aparenta poseer las claves del caso que investiga. Su excesivo protagonismo, y cierto alcance moralizante presente en la conclusión del film, no deben permitirnos obviar el nada desdeñable caudal de tensión que ofrece un relato pequeño, arquetípico en la producción de intriga brindada por la cinematografía inglesa, que sigue albergando suficiente interés más de seis décadas después de su realización.
Calificación: 2’5
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Alfredo Alonso (Cineyarte) -