STORM CENTER (1956, Daniel Taradash) [En el ojo del huracán]
Recuerdo como hace ya algunas décadas, se tenía muy en cuenta ese curioso y heterogéneo subgénero de películas que constituían las únicas obras de actores, guionistas o cualquier otro tipo de profesionales de diversas ramas cinematográficas. Es curioso señalar como en 1989 el Festival de San Sebastián se hizo eco de aquella circunstancia, programando un ciclo que, si mal no recuerdo, se denominó “Solo se vive una vez”. De cualquier forma, hay que reconocer que el paso de los años solo ha permitido la mitificación –más o menos justificada- de THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton) y, en menor medida, el ONE EYED JACKS (El rostro impenetrable, 1961) de Marlon Brando dentro de dicho contexto. Sin embargo, aún sigue dejando de lado auténticas obras maestras de nombres como Albert Finney ¡Como el gran actor británico no dirigió más!, Martin Gabel o, en menor medida, aunque con gran interés, el propio Peter Lorre. Pues bien, dentro de dicho corpus, debemos insertar por derecho propio STORM CENTER (1956), la única incursión tras la cámara del reputado guionista Daniel Taradash, jamás estrenada comercialmente en nuestro país, y de la que quizá solo se pueda señalar algún lejano pase televisivo. Su edición en DVD bajo el título EN EL OJO DEL HURACÁN supone de entrada la normalización de esta atractiva crónica de costumbres, enmarcada dentro de las postrimerías del periodo maccarthista. De ella me sorprende leer algunos comentarios que no dudan en mirar por encima del hombro la valiente propuesta de un guionista no solo comprometido en su lucha con una auténtica plaga para el pensamiento y las libertades norteamericanas. Es más, la película demostrar que nos encontrábamos, si no ante un cineasta de primera fila, si con un profesional competente que sobresalía de la condición de simple artesano, en la medida que se detecta en líneas generales su implicación en la historia que está narrando –y cuando no lo hace es cuando si se puede resentir el tono en apariencia pausado del mismo-.
STORM CENTER centra su argumento en la azarosa historia vivida por la veterana bibliotecaria de una pequeña y en apariencia idílica localidad norteamericana. Con más de un cuarto de siglo de plena dedicación al mundo de los libros –y, en última instancia, al de esos niños que no pudo tener en su juventud, dada su prematura viudedad-, Alicia Hull (una magnífica Bette Davis) protagonizará en carne propia un episodio de manifiesta falta de libertades cuando los responsables municipales le rueguen inicialmente que retire de las estanterías de la amplia biblioteca el libro denominado “el orgullo comunista” –nada dirán con respecto a la presencia del “Mi lucha” de Hitler-. Serán ejemplares todos ellos que Alicia ha ido destinando en un lugar de las dependencias, precisamente para que sus lectores puedan comprobar la atrocidad de los regímenes totalitarios. Sin embargo, nada de ello podrá convencer a los concejales que, incapaces de entender las razones de la bibliotecaria para negarse a complacer dicha petición, aceptarán su dimisión del cargo.
Indudablemente, el film de Taradash es una propuesta de “mensaje”, lo cual en un momento dado podría volverse en su contra dentro de su aspecto discursivo. Sin embargo –y ello debe constar en el haber de las posibilidades que podría intuirse como realizador-, al contemplar sus imágenes uno tiene la clara sensación de encontrarse con una más de esas entrañables piezas de cámara, que van de títulos como SEPARATE TABLES (Mesas separadas, 1958), o algunos otros de los títulos primigenios títulos del propio Mann. En ellas se observaba una declarada opción por insertarse en un relato caracterizado por su discurrir en voz callada, la huida de histrionismos –pesemos en algunos de los títulos de dicha vertiente que firmara Stanley Kramer pocos años después-, cuidando el pudor de sus personajes –en esta película es de destacar la lejana admiración que el juez Robert Ellerbe (un estupendo y veterano Paul Kelly), tuvo en el pasado por Alicia), y en donde sin duda por falta de valor –un elemento en su personalidad que intentará combatir al final del relato-, no fructificó en una relación postrera tras la muerte del esposo de la protagonista. Por ello, para poder saborear los atractivos de esta interesante película, personalmente recomiendo olvidarse un poco del primer objertivo que podría ofrecer su entramado argumental y, en su lugar, detenerse en la sutileza con la que Taradash sabe mostrar la facilidad con la que en una comunidad pacífica, puede instalarse el temible virus de la intolerancia, incluso con un personaje del que la misma solo se podría mantener orgulloso. Como si asistiéramos a una extraña mezcolanza de un título tan duro como el estupendo STORM WARNING (Stuart Heisler, 1951), y el coetáneo PICNIC (1956, Joshua Logan) –en el que Taradash ejerció como guionista-, este en color e inclinándose por el lirismo inherente al por mí tan admirado Logan. En medio de ambos títulos, logra conformar esa mirada teñida al mismo tiempo de temor y de sensibilidad, en la que destaca la perfecta confluencia de un diseño de producción –el excelente blanco y negro de Burnett Guffey, la magnífica banda sonora de un George Duning que logra salir de sus magníficos registros habituales, logrando articular las oscilaciones dramáticas del film y, por otro lado, la magnífica dirección de actores, que saben en conjunto contribuir a la coralidad del relato. En definitiva, nos encontramos ante un proyecto en el que se nota que el estudio de Harry Cohn se implicó con especial interés, pese a suponer una propuesta intimista y caracterizada por su escasa espectacularidad.
La lucha por la libertad, por conservar la dignidad de un ser humano… Son ambos elementos que se encuentran muy presentes en STORM CENTER. Sin embargo, en el film hay otro elemento que adquiere una singular importancia, como es la relación mantenida entre el pequeño Freddie Slater (Kevin Coughlin), un auténtico devorador de libros –un aspecto este que en algún momento deviene caricaturesco-, y la bibliotecaria, lo que provocará el conflicto con el padre del muchacho (Joe Mantell) –a mi juicio, el personaje menos trabajado y el único estridente del film-. Este desprecia la afición por la cultura de su hijo, ya que preferiría que se dedicara al deporte o a aspectos más considerados en la sociedad USA del momento. Será a mi modo de ver, el frente menos logrado de una propuesta que, pese a ello, posee un interés notable, que ya en sus novedosos e insinuantes títulos de crédito –obra de Saul Bass- introducen al espectador en un argumento en el que sus recovecos –no siempre logrados, como antes he señalado-, no evitan que nos encontremos ante una revisttación tardía de tantos y tantos referentes que, en un periodo tan convulso para la sociedad USA –especialmente en su versión cinematográfica-, supieron trasladar la injustificada histeria anticomunista propugnada por el nefasto McCarthy y sus adláteres. El haberlo logrado además con ese tono de visión en voz baja –el episodio de la reunión de la iglesia, en donde sus asistentes muy pronto aprovecharán la ocasión para diluir la adhesión inicial a Alicia; el doloroso instante en el que esta inaugura el ala infantil de la biblioteca a instancias del veterano juez, con esa casi total ausencia de aplausos, y estallando en el enfrentamiento con el pequeño Freddie-. Ello incluso se extenderá a la hora de describir el indigno y sibilino comportamiento del joven arribista Paul Duncan (Brian Keith), uno de los componentes del concejo, que no tardará en aprovechar el incidente provocado en la biblioteca para utilizarlo como plataforma de lanzamiento de su andadura política. Todo este conglomerado de situaciones, se articulan dentro de una narrativa sencilla pero sumamente eficaz, centrándose en la capacidad para extraer las máximas posibilidades dramáticas de su material de base, dentro de una puesta en escena no por transparente menos convincente, salvo en esas pequeñas lagunas señaladas como lo supone la descripción del padre del muchacho, demasiado estereotipado en su configuración.
Calificación: 3
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