THE WOMAN IN WHITE (1948, Peter Godfrey)
De orígenes británicos –una ascendencia que se percibe en su cine- aunque ligado posteriormente en el seno de la Warner Bros a la hora de desarrollar su andadura norteamericana, la figura de Peter Godfrey (1989 – 1970) representa a la de tantos y tantos artesanos de su tiempo, capaces de plasmar en su cine aciertos y limitaciones en ocasiones a partes iguales, pero ante todo capaces de dar forma activa a un tipo de cine hoy día prácticamente desaparecido. Artífice de una filmografía que supera ligeramente la veintena de largometrajes –posteriormente se inclinaría a una dilatada andadura televisiva, como tantos otros compañeros de generación-, quizá el más conocido de todos ellos sea THE TWO MRS. CARROLLS (Las dos señoras Carroll, 1947), probablemente por el atractivo que le brindaba su pareja protagonista; Humphrey Bogart y Barbara Stanwyck. Pero lo cierto es que apenas un año después, y del mismo modo para la Warner, Godfrey llevó a la pantalla una conocida novela de suspense de ambientación victoriana; THE WOMAN IN WHITE (1948), en la que se reiteran no pocos de los estilemas de suspense que el propio realizador ensayara en el título antes señalado. Basado en una novela de Wilkie Collins, la acción nos traslada a la Inglaterra de mediados del siglo XIX, a través de la voz en off del joven y atractivo Walter Hartright (Gig Young), quien ha sido demandado por el hipocondríaco Frederick Fairlie (John Abbott), para que ejerza como profesor de dibujo de su descendiente Laura (Eleanor Parker). Sin embargo, y ya antes de llegar a la mansión de los Fairlie, en el trayecto nocturno por el campo –ha llegado con retraso en un tren nocturno, lo que ha impedido que fuera recogido por los sirvientes de la misma-, se encuentre en el camino por una extraña y bella mujer caracterizada por ir ataviada de blanco por completo.
Será el inicio de una peripecia folletinesca, en la que Godfrey introducirá una serie de elementos de ascendencia gótica –quizá los más valiosos de su conjunto-, al tiempo que insertará en ellos otros menos logrados en su alcance –la descripción que se ofrece de Fairlie, convertido en un torpe y escasamente divertido remedio del Roderick Usher de Poe en su constante aversión a cualquier tipo de molestia que agudice sus sentidos-. Lo cierto es que para valorar los atractivos que encierra esta, con todo, atractiva producción de la Warner, el espectador ha de dejar de lado las relativas incongruencias o los estereotipos que se desprenden de su desarrollo argumental, o el exceso de diálogos –quizá consecuencia de la ascendencia teatral de su realizador, o bien por pura imposición de su guionista; Stephen Morehouse Avery-. Si se logran solventar ambos inconvenientes, lo cierto es que podremos tener lugar para un relativo regocijo. Algo que se plasmará en la atractiva planificación que Godfrey dispondrá de los interiores de la mansión protagonista, en los contrastes que se vislumbrarán en no pocos de sus personajes, o en el cierto grado de misterio que se logrará mantener en la presencia de esos dos seres que tanto se parecen –la misteriosa mujer de blanco y Laura, que en el primer tercio del film propiciará aspectos incluso de índole sobrenatural. Todo ello, hasta que en un momento determinado se describa la secuencia en la tormenta en la que Marian Halcombe (Alexis Smith) descubra el plan urdido por el siniestro Conde Fosco (Sidney Greenstreet). Para ello contará con la ayuda del no menos siniestro Sir Percival Glyde (John Emery), para casarse este último con Laura y lograr con ello la fortuna que posee, aunque sea a costa de su vida.
Ni que decir tiene, que en THE WOMAN IN WHITE se expanden no pocos tópicos y estereotipos a la hora de desarrollar una trama en la que no faltarán los elementos románticos, centrados ante todo en la dualidad y la duda existente en Hartright –el rol positivo de la función- a la hora de dirigir sus sentimientos amorosos, entre Laura o Marian, hasta que en un momento dado, y cuando la primera de ellas finalmente ha decidido casarse con Percival, abandone su cometido y la propia mansión. Pero, como antes señalaba, el principal aliciente del film de Godfrey no se centra en el seguimiento de una serie de peripecias en no pocas ocasiones pueriles. Por el contrario, su mérito lo percibimos en instantes en los que se atisba incluso lo perturbador. Son momentos como aquel en el que vemos a la denominada mujer de blanco –en realidad una hermana gemela y oculta de Laura, manipulada por los conocimientos psiquiátricos de Fosco-, fallecida dentro de su ataúd, simulando ser su hermana. Lo ofrecen esos pasadizos en los que esa misma mujer de blanco se encuentra oculta y protegida por parte de la Condesa Fosco (Agnes Moorehead), en la oportuna presencia de las tormentas, en la utilización que se ofrece del personaje que espléndidamente encarna Greenstreet –impagable su aparición tras unos cortinajes ante Marian –como del mismo modo había hecho Humphrey Bogart en la anteriormente citada THE TWO MRS. CARROLLS-, y al que de nuevo se mostrará en diversas ocasiones en un amenazante contrapicado –hasta en la magnífica secuencia de su muerte-. En ese cómputo de elementos atractivos, lo cierto es que no se utiliza a fondo esa frontera de lo sobrenatural que podría proponer en primera instancia esa extraña y bella mujer ataviada de blanco –aunque en un momento dado se planifique una secuencia donde esta se encuentra delante de la tumba de la que luego sabremos es su madre-.
Así pues, dentro de una combinación de fragmentos en los que el exceso de verborrea llegan a hacerse molestos y algunos personajes no quedan bien definidos, coexistirán otros en los que su alcance siniestro llegan hasta su más profunda expresión, dentro de un engranaje en el que el estereotipo se combinará con un cuidado diseño de producción, conformando una historia gótica, en la que el recuerdo de REBECCA (Rebeca, 1940. Alfred Hitchcock) se encuentra bastante presente.
Calificación: 2’5
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