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CINEMA DE PERRA GORDA

DÉDÉE D’ANVERS (1948, Yves Allégret)

DÉDÉE D’ANVERS (1948, Yves Allégret)

Yves Allégret fue uno más de los cineastas sometidos a la desdichada “purga” que los críticos de Cahiers de Cinema implantaron en torno al cine francés que ellos consideraron trasnochado y anquilosado. Una toma de postura por todos conocida, efectuada por cineastas como Truffaut, Godard y tantos otros, que en definitiva solo sirvió para arruinar la valía de profesionales de diverso calado, al objeto de encontrar ellos el hueco en la industria para poner en práctica sus respectivas obras. Y contemplando un título de la envergadura de DÉDÉE D’ANVERS (1948), uno no deja de sentir cierto grado de indignación –aunque haya pasado tanto tiempo-, a la hora de defenestrar a cineastas capaces de dar vida a títulos caracterizados por la densidad de esta muestra tardía del realismo poético francés, combinada con una nada solapada combinación del noir heredado del cine USA de su tiempo. Todo ello, planteado dentro de un ámbito atrevido, valiente e incluso me atrevería a señalar que osado, en el que profesiones, acciones y sentimientos –incluso la utilización del léxico-, marcan un grado de sinceridad cinematográfica realmente insólita y, quizá por ello, vigente tanto en sus formas como en sus contenidos.

Dédée (una fascinante y bellísima en su juventud Simone Signoret), es una prostituta que trabaja en el club que regenta el contundente pero al mismo tiempo considerado Mr. Rene (magnífico Bernand Blier). Los primeros compases del film estarán dedicados a mostrarnos por un lado la fascinación que desprende la protagonista, mientras cruza mediante una plataforma el puerto de Amberes, llamando la atención de los hombres que la contemplan a su paso, en medio de una ambientación matutina neblinosa –uno de sus elementos más valiosos, y que le concederán personalidad propia-. Entre los hombres que le miran, se encontrará uno que más tarde reconocerá en Francesco (Marcello Pagliero), capitán de barco italiano que ha llegado hasta Ameberes para realizar negocios con André. Por su parte, la muchacha no podrá zafarse de la nefasta influencia que sobre ella ejerce su chulo –Marco (Marcel Dalio)-, un ser despreciable que no duda en amenazar e incluso agredir a su supuesta protegida, y que querrá obtener pingües beneficios al participar de un negocio de compra de drogas. La secuencia en la que se encuentran las chicas del club de René, la personalidad de este mismo, y el desprecio que les provoca Marco, todos ellos reunidos comiendo en el interior del recinto, servirá para ofrecer una mirada colectiva, describiendo el marco de actuación en el que se desarrollará la historia -repleta de grisura existencial-, de nuestra protagonista. Esa joven de extrema belleza que no ha encontrado el asidero que le permita salir de esa tela de araña que la oprime, por más que el propietario del establecimiento en el fondo desee interiormente que logre encontrar su auténtico lugar en la vida, lejos del limitado y cada vez más decreciente ámbito que representa tanto este club, como los que se encuentran en la zona –los clientes prefieren viajar hasta Hamburgo-.

Sin embargo, la presencia de Francesco, representará para la muchacha ese soplo vital que hasta entonces no se le había presentado. Este por su parte es también un hombre desprovisto de asidero vital pese a la fortaleza exterior que ofrece. Será magnifico el episodio en el que se produzca el primer encuentro entre ambos, conversando recostados en plena noche ente la luna y la niebla, viviendo una sensación de sinceridad compartida, que probablemente nunca habían vivido con ninguna otra persona. Será el inicio de algo que exteriormente no desean –sobre todo ella, temerosa de las reacciones de Marco-, pero en el fondo les ha marcado profundamente, hasta el punto de que en poco tiempo se atreverán a asumir la posibilidad de una vida en común, por más que para la joven suponga en principio solo abandonar el club, viajar con Francesco en el barco hasta que este la deje en un destino, donde periódicamente se reúna con ella. El romance entre dos seres tan dispares pero en el fondo tan similares en su soledad, irá acompañado por los nervios que Marco sufrirá a la hora de ver como se le escapa su negocio de drogas, dado que René se niega a prestarle dinero, por lo cual se planteará la posibilidad de utilizar a Dédée para –sin que ella lo sepa- lo lleve hasta el capìtán de barco, logrando con el uso de la violencia ese dinero que podría cerrarle la operación.

Lo cierto es que uno no sabe que admirar más en DÉDÉE D’AMBERS. Si la fascinación que producen sus casi fantasmagóricas y ensoñadoras secuencias de exteriores, dominadas por esas interminables nieblas que transmiten al espectador una sensación de perenne humedad. La presencia de detalles insólitos como esa orquesta de muñecos animados que dota de música al club. La sensación de veracidad lograda en todas las secuencias de exteriores, a lo que habría que añadir la insólita muestra de violencia, que estará presente tanto en la manera con la que nuestra protagonista se recrea viendo la pelea que se contempla en plena calle, como en las agresiones que ella misma sufre por parte de Marco –quizá una cosa provenga de la otra-. En el magnífico film de Allégret destaca por un lado esa entrañable sensación de comprensión marcada en René –en quien se intuye que a la trágica conclusión del film, se apoyará finalmente nuestra entrañable y bella prostituta, quizá encontrando en ello un apoyo mutuo-. Pero por encima de todo, la película alcanzará una rara intensidad en la creciente y vertiginosa atracción marcada entre la prostituta y Francesco, que tendrá un punto de máxima expresión física cuando ambos acudan a un hotel cercano y hagan el amor –magnífica la elipsis que nos marca el paso de la noche al día-. Junto a ello, el realizador galo no dejará de aprovechar la ocasión para demostrar su arrojo cinematográfico, en ese plano –sin duda, el más hermoso de la película-, en el que con cámara en mano seguirá el descenso de huída de Marco por las escaleras, tras ser despedido definitivamente del club, horas antes de que Dédée se marche con Francesco. Será una elección formal de sorprendente efectividad, adquiriendo un considerable tinte trágico ese final desasosegador, en el que la esperanza y al mismo tiempo el temor han desparecido para nuestra protagonista, mientras junto a René y en su coche matan a Marco en su supuesto accidente pasando por encima de su cuerpo herido, poco antes de hacerse el día, e iniciarse esa jornada laboral que, para ellos, es tiempo de descanso. Nuestra joven prostituta no ha podido escapar de su tela de araña, pero sin duda a partir de ese día, vivir dentro de ella, supondrá una carga más llevadera. Todo ello, en una brillante película, que a mi juicio llega a superar el alcance y la garra de otras muestras más reputadas de ese señalado realismo poético francés, tan presente en la cinematografía gala la década precedente.

Calificación: 3’5

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