ST. BENNY THE DIP (1951, Edgar G. Ulmer)
Conforme se va hacienda más accesible el corpus de la obra de Edgar G. Ulmer, además de permitirnos descubrir sus virtudes como personalísimo cineasta, su innata adscripción como uno de los más destacados representantes del fatalismo en la pantalla, y también el irregular equilibrio existente en su talento como director y las dificultades y limitaciones de su conjunto de rodajes, ha ido insertándose otra característica reseñable; su versatilidad. En efecto, más allá que su adscripción a diversos géneros haya ido colándose su personalísima visión del mundo, hemos ido descubriendo que junto a su querencia por el fantastique, el melodrama más desaforado o el relato policíaco, Ulmer supo inscribirse con rasgos propios en otras vertientes como el western –THE NAKED DAWN (1955)-, el cine de aventuras –THE WIFE OF MONTECRISTO (1946), I PIRATI DI CAPRI (1949)- o incluso, en las postrimerías de su carrera, la experiencia nudie –THE NAKED VENUS (1959)-. En cualquier caso, era poco previsible que el cineasta incursionara en el ámbito de la comedia… y que además el resultado fuera atractivo, demostrando que podía ser personal incluso en su aportación a una vertiente opuesta a esa visión del mundo tan característica de su cine. Opuesta como lo podían plantear los tres protagonistas de ST. BENNY THE DIP (1951), en el entorno en que se brindará su singladura en el contexto de los bajos fondos newyorkinos. Estos son tres pobres diablos que se ganan la vida robando a incautos en partidas de cartas que organizan, tal y como describirá ejemplarmente la secuencia inicial, tras unos escuetos planos que nos insertan muy pronto en la localización del film. Nuestros protagonistas son Benny (el cantante Dick Haymes), un joven caracterizado por su carisma, liderando un trio que se compone también del veterano y bonachón Matthew (Rolad Young) y el cascarrabias Monk (Lionel Stander). Ambos se encuentran a punto de llevar a cabo uno de sus “golpes”, siendo localizados por la policía, huyendo y refugiándose finalmente en un viejo local abandonado, tras pasar por un edificio religioso, del que robarán sendos uniformes de sacerdotes para lograr escapar del acoso policial, aspecto este en el que contarán con la inesperada anuencia del mandatario de la entidad religiosa.
Ya en sus instantes iniciales, ST. BENNY THE DIP destacará por la puesta en escena aplicada por Ulmer, que tendrá su prolongación en el resto del metraje, caracterizada por planos de larga duración caracterizados por su dominio del reencuadre y la ubicación de los intérpretes y objetos dentro del mismo. Trascendiendo con ello las limitaciones de producción, el realizador vienés logrará instantes caracterizados por una considerable estilización, en los que se ayudará en no pocas ocasiones con una banda sonora caracterizada por su pertinencia y modernidad –obra de Robert W. Stringer-. En realidad, lo que propone el film es una serie B en la que se combinan esa contraposición de caracteres que podrían brindar referentes fordianos como 3 BAD MEN (Tres hombres malos, 1926), su remake sonoro 3 GODFATHERS (1948), o el posterior THE LADY KILLERS (El quinteto de la muerte, 1955. Alexander Mackendrick). Es decir, nos encontramos con un trío de bondadosos sinvergüenzas, que verán alteradas sus habituales costumbres al enfrentarse inesperadamente con la suplantación de sendos religiosos. Un encuentro en el viejo lugar con unos agentes de piolicia, les llevará inesperadamente a tener que seguir asumiendo su falsa identidad, siendo empujados por los agentes a que vuelvan a reutilizar aquel recinto como la misión religiosa que fuera anteriormente. En definitiva, que bajo los sencillos ropajes de la comedia, la película se erigirá como un modesto pero contundente apólogo moral, en el que cada uno de los tres inofensivos maleantes se reencuentren consigo mismos, intentando buscar su definitivo lugar en el mundo. Así pues Benny encontrará una joven –Linda (Nina Foch)-, hija de un decadente músico, en quien verá la oportunidad de establecerse en la normalidad de la vida diaria. Monk en un momento determinado se reencontrará con dos jóvenes delincuentes en los que identificará a sus hijos, postulándose para retornar con su esposa y volver a su antiguo trabajo como taxista. Finalmente, Matthew será quien más cerca se verá de identificarse con su falsa personalidad como religioso, faceta esta en la que encontrará el apoyo final del reverendo Miles y su ayudante, el joven Wilbur (un Freddie Bartolomew ya talludito), siendo empujado para prolongar su tarea, incluso cuando ha sido descubierto por la policia y se encontraba a punto de huir.
Bajo dichas premisas, el film de Ulmer se caracterizará por su determinismo, la audacia y credibilidad de su ambientación newyorkina, las cargas de profundidad que albergará el desarrollo de su base argumental, y la pericia narrativa puesta a punto por el cineasta, en la que junto al juego de cámara habría que unir su estupenda dirección de actores –especialmente destacable en el caso del veterano Roland Young-. Con lejanos ecos del mundo literario de Damon Runyon, en muchas ocasiones la ironía e incluso la carcajada se da de la mano con la mirada reflexiva e incluso bordeando lo conmovedor en algunos instantes –el episodio en el que un viejo vagabundo entrega a Matthew una importante cantidad de dinero para ayudar a la misión, tras escuchar el servicio religioso en el que ha encontrado un sentido último a su vida-. Todo ello se da de la mano con un extraño sentido de la armonía dramática, en la que lo miserabilista –ese tugurio en el que duermen los tres protagonistas, caracterizado por la presencia de una bombilla con tres cordones para ser activada-, se aúna en ocasiones con el acercamiento a unos nuevos modos para la comedia que estaban a la vuelta de la esquina, y de los que sorprendentemente, Ulmer pudo haberse erigido como uno de sus primeros practicantes –incluso en esa última ceremonia religiosa, ante un grupo de vagabundos, Haymes entonará una canción que parece anticiparnos unos modos de comedia puestos en practica poco después por Edwards, Quine o Tashlin entre otros, en sus primeras obras-.
Limitada por una conclusión un tanto precipitada, aunque no carente de ingenio –el arranque de Linda para casarse con Benny aunque este se muestre renuente al revelar su auténtica personalidad, siendo contemplada por Matthew, los clérigos y el agente Monahan tras una claraboya-, ST. BENNY THE DIP ofrece instantes magníficos, revestidos de una extraña musicalidad, como la llegada de nuestros tres protagonistas al templo en los primeros minutos del film. Un fragmento inicial este, que bastaría para revelar el talento de Ulmer, capaz de trazar las vigas de su película, enganchar al espectador, y ofrecer un entrañable retrato de caracteres. Todo ello con el sentido de la síntesis que siempre caracterizó a uno de los maestros del cine de bajo presupuesto, en ocasiones lindante con la serie Z.
Calificación: 3
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