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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GODDESS (1958, John Cromwell) [La diosa]

THE GODDESS (1958, John Cromwell) [La diosa]

Ni el decalage de edad que se produce con la encarnación de una Kim Stanley como actriz protagonista en el primer tramo, en donde aparenta menos de veinte años, ni el cierto alcance discursivo que adquieren algunos pasajes del diálogo. Ni siquiera las quejas que el propio John Cromwell formuló en tanto al montaje que finalmente había proporcionado el guionista Paddy Chayefsky al conjunto, impiden borrar las excelencias de esta singular THE GODDESS (1958), por lo general dispuesta con un lugar especial a la hora de analizar la filmografía de Cromwell, pero durante largos años condenada al ostracismo. De hecho, en nuestro país nunca ha llegado a estrenarse comercialmente. Ni siquiera  ha conocido el honor de una normalización en pases televisivos. Solo ahora, con su recuperación en DVD bajo el título de LA DIOSA, nos permite acercarnos no solo a una de las más singulares propuestas de lo que comúnmente denominamos “cine dentro del cine” sino, ante todo, asistir a una de las más apasionantes –y menos conocidas- disgresiones que el cine ha planteado en torno al tema de la locura.

Basada lejanamente en la biografía de Marylyn Monroe, y dividida en tres actos, que se centran en la descripción de la protagonista niña, joven y convertida en una estrella de cine, desde sus primeros instantes adquirimos la sensación de encontrarnos ante una propuesta revestida de singularidad. Singularidad que se manifiesta ya en las imágenes que contemplamos al discurrir los títulos de crédito, describiendo una zona rural y degrada de los Estados Unidos –en el estado de Tennesse-, hacia donde acude Laureen Faulkner (Betty Lou Holland), en busca de su hermano y su cuñada, y acompañada por la pequeña Emily Ann (Patty Duke). Hace muy poco que ha fallecido su marido, y ha quedado prácticamente en la ruina. Mujer mundana, ha decidido mantener una vida más o menos libre decidiendo dejar a la pequeña con sus familiares. Será en este episodio, donde la verborrea de las intervenciones de Laureen alcancen ese ya señalado carácter discursivo, intentando con la palabra sustituir la descripción del pasado y la personalidad de su carácter. Sin embargo, desde el primer momento llamará la atención en la película una clara tendencia a la contención, evitando los estallidos melodramáticos e inclinándose fundamentalmente a un grado descriptivo, y una fuerza en sus imágenes en la que no se excluirá el uso de planos largos combinados con un excelente uso del reencuadre. Unamos a ello la fuerza de su poderoso y sombrío blanco y negro –obra del operador Arthur J. Ornitz-, que contribuirá de manera destacada a la creación de una atmósfera asfixiante y opresiva, centrada ante todo en la delimitación de esa niña solitaria y carente de afecto familiar, que se convertirá en una joven rechazada por todos, hasta adquirir ya en esos años de adolescencia unas patologías neuróticas.

Será todo ello marcado con una precisa evolución, a través de una serie de episodios insertos con un gran sentido de la pertinencia, siempre apelando a la sobriedad de lo narrado, y al mismo tiempo con ello delimitando la evolución de Emily, ya bajo el semblante de la actriz Kim Stanley, quien efectuará en su retrato de la protagonista una admirable composición a la que sus inclinaciones teatrales no privarán de su extraordinaria gama de matices. La muchacha se ha convertido en un ser alienado, que solo encuentra en sus evocaciones con respecto al universo cinematográfico un asidero emocional, que tendrá que resignarse a que un apuesto muchacho de la ciudad solo la lleve al cine para aprovecharse de ella, y que en el fondo lleva en su interior la carencia afectiva por un lado de su padre muerto, y por otra la desatención de una madre que prácticamente la ha dejado sola en su destino. Todo este proceso que describirá el segundo acto, se mostrará atendiendo a esa estructura en forma de pequeños episodios, huyendo en todo momento de cualquier enfoque moralizante, mientras la acción se va extendiendo en el tiempo, utilizando la elipsis a la hora de soslayar aspectos específicamente melodramáticos. En su deambular se encontrará con John Tower, hijo de un conocido actor de Hollywood, que se ha convertido en un soldado que huye de sí mismo refugiado en el alcohol, con quien se casará y tendrá una niña, aunque la película evite mostrarnos de dicha relación más que las mínimas secuencias posibles, tal es su elección formal, basada antes en la evocación y la sugerencia, que en la plasmación de sus situaciones más espinosas. Esta elección dramática, es sin duda una de las singularidades que al paso de los años, proporciona más validez al retrato de esta actriz que casi lleva al mismo tiempo fama y locura, distanciándose de referentes como A STREETCAR NAMED DESIRE (Un tranvía llamado deseo, 1951. Elia Kazan), y adelantando exponentes posteriores tan reconocidos como LILITH (1964, Robert Rossen o REPULSION (Repulsión, 1965, Roman Polanski).

Esa capacidad para describir de forma tan penetrante, angustiosa y al mismo tiempo serena, la complejidad de la patología sufrida por Emily, se irá prolongando cuando esta se case con un boxeador que ha iniciado la pendiente del fracaso –Dutch Seymour (Lloyd Bridges)-, intentando encontrar en este nuevo matrimonio no solo un asidero a la caída en el abismo, sino la posibilidad para ir encarrilando su carrera como actriz de cine. Será este el último acto del film, en donde se describirá de forma sintética el proceso por el cual se convertirá en una estrella. Huyendo de los consabidos tópicos sobre el entorno de Hollywood, y recurriendo una vez más a unas pocas secuencias en las que se describirá con notable contundencia los manejos de los dirigentes de los estudios a la hora de dar vida a sus nuevos valores, nos encontraremos lejos tanto de dichas convenciones, como del alcance discursivo que, incluso a nivel narrativo, poseían en su ámbito de denuncia, títulos como el previo THE BIG KNIFE (1955, Robert Aldrich). En esta ocasión no veremos ni muchedumbres persiguiendo a la ya cotizada actriz, ni secuencias de rodaje, ni la descripción con especial saña de las mentes siniestras de los estudios. Por el contrario, una vez más se elige un prisma diferente, relatándonos la cotidianeidad de la ya consagrada estrella en el ámbito de su lujosa residencia, viéndose cada vez más presa de sus desequilibrios emocionales, a lo que contribuirá el retorno de su madre, que de su vida disoluta del pasado se ha convertido en una triste, circunspecta y férrea adventista del séptimo día –lo que propiciará uno de los escasos estallidos emocionales del film, cuando la progenitora abandona la cómoda vida de su hija, y esta como réplica le oponga que “Dios no existe”-.

Poco a poco Emily irá cayendo presa de su alienación, sin encontrar fórmula para aliviar esa espiral en la que se ha ido introduciendo, y que solo abandonará cuando sus rodajes se lo permitan. Secuencias como la visita de un director de cine y su esposa a su mansión para interesarse por su estado de salud, pero que en el fondo ha sufrido una pérdida de dinero en un rodaje por los retrasos producidos por las psicopatías de Emily, son reveladoras al respecto. Como lo serán las que describan la muerte y el entierro de la madre de la protagonista, una vez esta ha regresado con sus familiares y se ha alejado definitivamente de su hija, que por momentos nos recuerdan una versión sombría, gris y rural del colofón de la coetánea IMITATION OF LIFE (Imitación a la vida, 1959. Douglas Sirk). En ese fragmento final, se combinará a la perfección esa doble mirada sobre la falsedad del mundo de las estrellas –el comentario del sacerdote al ironizar sobre el supuesto dolor de Emily al salir tras el féretro de su madre, cuando en realidad se encuentra bebida, la presencia de numerosos vecinos y espectadores, el estallido emocional de esta en el funeral, en realidad sobrepasada por su propia y perturbada mente, o ese encuentro final con su antiguo marido, John Toser, pidiéndole una oportunidad para aceptar y ver a su hija, a la que hasta entonces ha mantenido al margen de cualquier relación-. Será este último aspecto, el que centrará las lúcidas reflexiones de la secretaria de la actriz, quien en su diálogo con Tower hará explícita la realidad que rodea a la actriz y el mito encarnado en Emily Ann Faulkner. En definitiva, se trata de una mujer consumida y refugiada en el abismo de la locura, ámbito desde el que no se espera que salga, y del que ocasionalmente solo podrá emerger bajo tratamiento psiquiátrico.

Así pues, con la resignación por parte de John a la imposibilidad de retornar a una relación madre – hija, la cámara se alejará del mundo cerrado y asfixiante de esa actriz de éxito, que en realidad carece del menor atisbo y posibilidad de realizarse como tal ser humano. Triste y dura en su fondo, admirablemente contenida en sus formas, centrada en la fuerza de su atmósfera y la poderosa dirección de actores, THE GODDESS puede ser considerada no solo una de las películas más valiosas que el cine ha legado dentro de la incursión en los contornos de la locura, quizá la obra más personal y lograda de la filmografía del interesante cineasta que fue John Cromwell, y al mismo tiempo una de sus mejores obras del fértil periodo enmarcado en el cine norteamericano de finales de los años cincuenta.

Calificación: 4

1 comentario

JOSE MANUEL -

Acabo de terminar de ver la película y leyendo tu crítica no puedo estar más de acuerdo con tu apreciación.Gracias por descubrirnos tantas películas "desconocidas"