OF HUMAN BONDAGE (1964, Ken Hughes y Henry Hathaway -escenas adicionales-) Servidumbre humana
En el momento de la realización de OF HUMAN BONGAGE (Servidumbre humana, 1964. Ken Hughes y Henry Hatahway), esta tercera adaptación de la novela de W. Somerset Maughan se inserta dentro de un terreno abonado ya para una fagocitación del Free Cinema inglés. En 1964, cuando Ken Hughes asume la puesta en marcha –junto con la participación del veterano y magnífico Henry Hathaway en instancias al parecer bastante puntuales, y que realmente son difíciles de apreciar contemplado el conjunto-, contaban con la producción de James Wolf –artífice de un éxito precursor del Free como ROOM AT THE TOP (Un lugar en la cumbre, 1959. Jack Clayton), del que importó el protagonismo de Lawrence Harvey-, intentando asumir la fórmula de un melodrama de época en el que se internara un determinado conflicto de clases, utilizando para ello la conocida novela que ya había sido llevada anteriormente al cine –con bastante mejor fortuna- en 1934 por John Crownwell, y posteriormente en 1946 por Edmund Goulding –en una versión que no he tenido oportunidad de contemplar, aunque intuyo que no carecerá de atractivo-.
En su oposición, nos encontramos ante una nueva traslación fílmica, en la que de antemano podemos destacar el esmero de una ambientación de época, potenciada por la fuerza que le imprime el magnífico blanco y negro aplicado por el excelente operador Oswald Morris. Ya desde sus primeros instantes, con la secuencia pregenérico, se nos muestra a Philip Carey siendo aún niño, donde es sometido a vejación por parte de sus compañeros. De inmediato nos introduciremos en los títulos de crédito ideados por Maurice Binder, a través de la sucesión de esculturas de Rodín, contrastando por un lado con la deformidad de Carey, y por otro en la sensación de fracaso que le brindará su intento de vocación artística, que será dejado de lado en la secuencia que se insertará de inmediato, en el que ya bajo el rostro de Lawrence Harvey se verá cuestionado en su incapacidad para ejercer como artista en Paris. Por ello, retornará hasta Inglaterra, donde iniciará sus estudios de medicina, en la intención de desarrollar una vocación que proporcione sentido a su existencia –en un momento dado señalará que disponer de una pequeña herencia de su difunto tío, le ha permitido salir adelante-. A partir de ese momento, el film de Hughes se desarrolla en torno a una rutinaria sucesión de secuencias, separada por una serie de encadenados caracterizados en su mayor parte por lo abrupto de su montaje –en no pocos momentos se tiene la impresión de asistir a un relato incompleto, dada esa carencia de relajación en el montaje efectuado, dando demasiado margen a la presencia de la elipsis al insertarse esta con poca sutileza. Carencia de sutileza que se percibe igualmente en el desarrollo de la degradación que se produce en la inestable y al mismo tiempo enfermiza relación establecida entre el aspirante a doctor, y la voluptuosa y provocadora Mildred Rogers (Kim Novak), camarera en una tasca, con la que desde el primer momento se sentirá atraído Carey.
En el mundo del cine, no hace falta que el argumento expresado en la pantalla sea lo suficientemente poco conocido como provocar la atracción del espectador. Es más, en numerosas ocasiones bases dramáticas suficientemente populares han logrado plasmar versiones posteriores que han llegado a superar sus precedentes fílmicos. Lamentablemente, no es este el caso. Partiendo de la escasa entidad de la descripción de los estudios médicos que formula el protagonista –en los que la presencia de Robert Morley como profesor, acentuando un lado de comedia que no ayuda a dar de la necesaria credibilidad a una narración esencialmente dramática-, nos encontramos con elementos que inciden en la incapacidad del conjunto para adquirir vida propia. Entre ellos, uno de los más visibles es la reiteración en la planificación demostrada, y en la que la mayor parte de sus secuencias parten de la inclusión en un primer término del encuadre de uno de sus principales personajes, mientras que su interlocutor se sitúa al fondo del mismo. A esa carencia de una puesta en escena más sutil, que llegará a resultar molesta en algunos momentos, se impondrá por otro lado lo chirriante de la banda sonora propuesta por Ron Goodwin –extendida realmente en un par de temas que se reiterarán de forma machacona a lo largo del metraje-, el hieratismo aplicado por Lawrence Harvey a su rol –en realidad no hace más que extender su repertorio de tics habituales-, y la inadecuación de Kim Novak para un cometido dramático al que casi en ningún momento dota de la necesaria densidad, conforman un conjunto en el que todo denota una sensación de déjà vu. No hay en la película esa intensidad que pide a gritos su entramado dramático. Realmente parece que el personaje del estudiante arrastrado casi a la humillación personal, por el atractivo de una mujer de vida fácil, carece de la necesaria fuerza. Tal parece el tupé de ese Lawrence Harvey, que en casi ningún momento del film parece alterarse de su ubicación.
Entre ese montaje casi impertinente que se dedica al impedir que la progresión dramática del film adquiera su necesaria temperatura, la frialdad de su pareja protagonista le impida atisbar su proverbial credibilidad, y la propia narrativa del conjunto se asiente sobre una falsa actualización de una planificación, que en manos de un Joseph Losey en aquellos años estaba funcionando con verdadero éxito, lo cierto es que OF HUMAN BONDAGE es un film inofensivo pero carente de vida. Una autentica simplificación de un referente dramático y psicológico, que sin duda en aquellos años en que el cine británico se estaba caracterizando por su hondura, hubieran merecido mejor suerte que la proporcionada por un Ken Hughes –nunca destacado artesano de aquel país-, en su conjunto. Haciendo una valoración de la grisura del relato, hay sin duda instantes que dan la medida de lo que habría podido ofrecer el mismo caso de haberse encontrado con unas manos más inspiradas. Es algo que se puede apreciar en las secuencias en las que aparecen roles secundarios como el de la acomodada, culta y sensible Nora Nesbitt (Siobhan McKenna), una mujer que se enamora de Carey, intuyendo con sabiduría el momento en que su relación se ha ido al garete, dada la inquebrantable fascinación de este por Mildred, o la presencia en escena del veterano e inteligente Thorpe Athelny (el magnífico Roger Livesey, toda una institución en Gran Bretaña), quien introducirá a su sobrina Nanette en entorno del joven doctor. La presencia de esos roles complementarios, pero a fin de cuentas más atractivos que los propios protagonistas, o la inserción de instantes caracterizados por su dureza –la visita de Philiph a la sórdida habitación donde su enamorada se encuentra ejerciendo la prostitución, en la que casi se puede “oler” esa podredumbre, el instante final que describe el funeral de esta junto a la vía del tren y en plena campiña, durante una húmeda mañana, aunque aparezca casi como una secuencia insertada a contrapelo- son, a fin de cuentas, los aspectos más atractivos de esta película sin vida, dominada por una serie de convenciones visuales muy de su época, salvada siquiera sea mínimamente por ese esmero en la ambientación y reconstrucción de época, aunque ello no evite la mediocridad de una adaptación absolutamente olvidable.
Calificación: 1’5
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