ENTRELOBOS (2010, Gerardo Olivares)
Más allá de su intrínsecas virtudes, de la sensibilidad –que no sensiblería- que esgrime su historia, de saber orillar no pocos clichés en los que podía haber incurrido, de la propia originalidad que plantea la historia de Marcos Rodríguez Pantoja –el personaje real en que se basa el largometraje-, hay un elemento que me gustaría destacar en ENTRELOBOS (2010, Gerardo Olivares). Indudablemente no es el principal de la película, pero sotto vocce, demuestra como se puede describir en un relato inscrito en el formato del cine de aventuras, una visión demoledora de la dureza y crueldad de la dictadura franquista, sin incurrir en el defecto simplificador de tantas y tantas películas centradas en dicha vertiente, que se dejaron por el camino que lo principal es conjugar el buen cine y no productos dominados por el estereotipo más ramplón. En todo momento, Gerardo Olivares tiene como referencia el trasfondo de la incidencia en la vida rural de la Granada de los años cincuenta y sesenta. Un mundo caciquil alentado por un poder que apenas veremos, más que representado en esos guardias civiles que se erigen como cerrada representación de una opresión que se enfrenta a la libertad de la naturaleza.
Y es quizá esa oposición, una de las constantes que define la singladura de Marcos (magnífico Manuel Camacho), un niño que desde pequeño encuentra el rechazo de su madrastra y la timidez de su padre, un hombre de corta personalidad, sometidos ambos a los designios del mandamás de turno. Ya desde sus primeros instantes, el director aplica una narrativa clásica, basada en planos de detalle, en un tempo ajustado, en la presencia de unas sensaciones latentes, superando ampliamente el ya olvidado y estimable TASIO (1984) de Montxo Armendáriz. Será una elección formal que definirá el conjunto de este largometraje siempre ajustado en su discurrir, que acierta al ofrecer el oportuno contraste a la hora de mostrar la miseria de esos pobres súbditos de una Andalucía condenada a un ostracismo cultural e incluso existencial, con la fuerza e incluso la aterradora belleza que exhibirá la naturaleza andaluza en la que se adentrará el pequeño Marcos, dejándolo acompañando al veterano pastor Atanasio (un excelente y hondo Sancho Gracia). Se trata de un pastor perfectamente conocedor de su profesión, pero que al mismo tiempo es mirado con tanto respeto como recelo por los responsables del territorio, ya que conocen su vinculación con “El Balila”, un forajido que se refugia en la inmensidad del bosque y es incansablemente perseguido por la guardia civil de la zona. Así pues, con la base de un relato en esencia revestido de una sencillez aplastante, Gerardo Olivares extiende una considerable sensibilidad cinematográfica. Lo esgrime a partir del trazado de unos personajes que en matices revelan su autenticidad, en una belleza formal que solo en contados momentos deja paso a un cierto esteticismo –quizá algunos de los pocos ralentis del film estarían de más-, basada en pequeños episodios, revestidos de un didactismo que introducirán al espectador en la fascinación del mundo natural. Lo harán del mismo modo que le permitirán de manera progresiva adentrarse en el manejo de los secretos que con tanta sabiduría le brinda Atanasio, con quien descubrirá del mismo modo el cariño que ha tenido ausente en su padre y su madrastra. Antes lo señalaba, pese a la historia real que desarrolla con precisión la película, era fácil que ENTRELOBOS hubiera caído en no pocos clichés.
Por fortuna ello no sucede, encontrándonos con una producción cuidada y sensible, pero al mismo tiempo revestida de autenticidad. Con la humildad de plasmar un producto artesanal, el más que prometedor Olivares sabe trazar esa interacción entre un mundo natural, tan agreste y duro de plasmar en la convivencia, como noble si se sabe vivir en su seno cumpliendo las reglas tácitas de convivencia. Será algo que poco a poco irá contemplando y aprendiendo a pasos agigantados al pequeño Marcos, hasta que la tan esperada como triste desaparición de Atanasio lo deje solo entre un marco natural y una cueva en la que destacarán esos lobos, con los que poco apoco irá acercándose. En especial uno de ellos, estableciendo una bella simbiosis de amistad, mostrada en la pantalla con tanta sensibilidad como naturalidad. La película, pese a esa visión sincera del mundo natural, no dejará de describir el aspecto cruel de la lucha por la supervivencia en la misma. Esa irrupción de buitres comiéndose el cadáver de Atanasio, al que dejarán en los huesos, la timidez del muchacho en solitario a la hora de enfrentarse con un mundo del que ya ha atisbado e incluso aprendido a escondidas, observando a ese veterano pastor que, antes de morir, le ha confesado que su hijo era ese “Balilla” tan perseguido por las autoridades franquistas de la zona. Dotado de una enorme capacidad para la descripción, el pequeño detalle, la interacción del mundo animal, una belleza fotográfica que logra insertar el relato de un aire telúrico, y de una estupenda banda sonora que sabe puntear los diversos meandros del film, lo cierto es que ENTRELOBOS triunfa en el esmero y la inspiración con que se descrito no solo el amplio periodo infantil de Marcos Rodríguez Pantoja, sino también en el impecable cambio de escenario que se ofrece al mostrar mediante una impactante elipsis que nos trasladará en los últimos veinte minutos de la película al protagonista con veinte años de edad (bajo los rasgos de un rotundo Juan José Ballesta, en un trabajo cuya entrega, riesgo y empatía no podía encontrar otros rasgos que los del joven intérprete de Parla).
Será un fragmento en el que se insertará la tensión, cuando la guardia civil y los responsables del latifundio llegarán a capturar a Marcos, atándolo y siendo arrastrado por todos ellos hacia la humilde cabaña de uno de los campesinos sojuzgados por el cacique de la zona. Será la hija de este la que enviará, en un arranque de astucia, al segundo de a bordo, hacia un lugar en el que la naturaleza ejerza como elemento de justicia ante la búsqueda de un fuera de la ley al que han entronizado como auténtico opositor a un poder dictatorial. Será aquella niña a la que Marcos de niño dejó caer en su paso un saquito de trigo para poder saciar su hambre, y a la que este ya convertido en un joven curtido, mirará con una extraña mezcla de atracción, miedo en la posible delación de “El Balilla”, y complicidad al contemplar la astucia con que ha demostrado subvertir los deseos de los adláteres de ese régimen en su vertiente rural. Unos representantes del más arcaico poder que, en el fondo, desean acabar con este, más que nada como muestra de arrogancia ante un ser rebelde que logra escabullirse en medio de una naturaleza que se encuentra, se encontrará siempre, desprovista de cualquier marco de opresión, y en la que la leyes serán inapelables, por más que uno de los personajes más singulares de la España de aquel tiempo, supiera encontrar en su seno no solo un marco de supervivencia, sino el trasfondo para convertirse en un auténtico símbolo de libertad, dentro de un país sometido a una férrea dictadura. Un marco de opresión en el que, por circunstancias familiares dolorosas, el auténtico personaje se escabulló, teniendo la oportunidad de desarrollar buena parte de su existencia al margen de la vida comunitaria. El homenaje final que el relato de Olivares le dedica –tan sobrio como el conjunto del film-, cierra una película destacada en el conjunto de nuestra cinematografía e los últimos años. Lo hace en primer lugar por el acierto de la historia real elegida, pero también por la sensibilidad, sinceridad, humildad y garra que esgrimen tanto sus personajes –sean estos de la vertiente que sea, por fortuna no nos encontramos con estereotipos-, como, sobre todo, esa preponderancia que ofrece el bellísimo, lánguido y al mismo tiempo pavoroso marco natural en el que se desarrolla en su mayor parte.
Calificación: 3
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