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CINEMA DE PERRA GORDA

INSIDE THE WALLS OF FOLSON PRISON (1951, Crane Wilbur)

INSIDE THE WALLS OF FOLSON PRISON (1951, Crane Wilbur)

Aunque su aportación como guionista se extienda puntualmente al cine anticomunista, bíblico o milagrero, lo cierto es que en Crane Wilbur (1886 – 1973) encontramos una de las figuras más singulares y desconcertantes del cine norteamericano en las décadas de los cuarenta y cincuenta –participando ocasionalmente como actor-. Artífice de numerosos guiones centrados en el cine policíaco y noir e incluso el de terror, también probó sus armas como realizador, centrándose en títulos escorados a dichos géneros, antes de iniciar su andadura en pleno cine silente, en unos referentes que se encuentran invisibles o probablemente perdidos, probando más adelante su experiencia en el cortometraje y ya, a partir de finales de los cuarenta, reiniciando su condición de director con CANON CITY (1948), una estupenda aproximación al subgénero del cine carcelario. Curiosamente, tres años después reincidió en dicha vertiente temática con INSIDE THE WALLS OF FOLSOM PRISON (1951). Una clara serie B de la Warner Bros, centrada en la narración de un determinado episodio vivido en la prisión de Folsom, en California, allá por los años cuarenta. De entrada, partimos de la base de situar la narración de manera singular, con el relato en off de una personificación del propio recinto, que en sus minutos iniciales desgranará acompañada de la imagen, los orígenes y la gestación de la misma, desde el trabajo casi brutal de centenares y centenares de presos a finales del siglo XIX. El relato pronto se nos interna en el espacio temporal señalado, para describir las duras condiciones que mantiene el sádico alcalde Ben Rickley (un rotundo Ted De Corsia), más cercano en sus comportamientos a la simulación del capo de un gang de la mafia, que el regente de un recinto penitenciario en teoría encomendado a propiciar las condiciones necesarias para la reinserción de los mismos. Por el contrario, mantendrá unas normas de alimentaciones deplorables, obligará a mantener en silencio a los internos en las horas de comida, y no dudará en mostrarse especialmente renuente a la hora de contemplar como alguno de estos se encuentra a punto de adquirir la libertad condicional.

Esa magnífica descripción de Rickley, que trasciende lo que podía haber sido un estereotipo, será una de las cualidades que esgrime este seco exponente del cine carcelario, que mantendrá dos valiosas singularidades. La primera de ellas contar en el reparto a auténticos presos –los títulos de crédito así lo atestiguan- y la segunda y principal, dotar a su metraje de un especial protagonismo físico a la propia prisión. Las tomas que describen su recinto interior central, aquellas que nos acentúan la mineralidad con la que está construida, al aire opresivo que describen las celdas donde se encuentran hacinados sus ocupantes, esas puertas y cerraduras que aparecen casi inexpugnables, los malos tratos que reciben los presos más rebeldes, que serán encadenados a las mismas, las miradas de los reclusos por las pequeñas aberturas de la puerta en momentos de especial tensión. Todo ello logra que más allá de la dramatización que contemple el espectador, y que tendrá su primer punto de inflexión en la rebelión de un grupo de presos que será abatida por el sádico alcaide, constando sin embargo la vida de un comisario más permisivo, nos introduzca en una precisa galería de caracteres. Una conjunción de seres en los que es curioso como –adelantando un poco el Jacques Becker de LE TROU (La evasión, 1960)-, se anatemizará la figura del chivato, tanto por parte de los mandos de la prisión –y especialmente por su sádico alcaide-, aunque no por ello se deje de utilizar sus servicios, siendo por ello en realidad terribles víctimas de situaciones extremas que coartarán su posible reinserción en la sociedad.

La llegada al recinto del nuevo comisario –Mark Benson (un David Brian abandonando sus habituales roles de malvado)-, intentará modificar los tremendos métodos esgrimidos por el alcaide, apostando por la introducción de mejoras psicológicas para intentar una humanización de la estancia en prisión. Estas en un principio propiciarán una mayor cercanía entre los reclusos, pero una serie de trágicas consecuencias violentarán de forma rotunda el devenir del recinto de Folson, en el que Benson había legado a dimitir de su cargo, y cuyas responsabilidades tendrá que asumir en la dramática rebelión que comandará el líder de los presos –Chuck Daniels (Steve Cochran)-. Sin embargo, antes escuchará de su más estrecho amigo la confesión de que accidentalmente delató la fuga de Nick Ferretti (William Campbell), cuando se encontraba a punto de salir en uno de los camiones para recoger la dinamita con la que proseguir las obras en la mina –una secuencia ejemplar en su resolución-.

Será en el último tercio, donde el film de Wilbur propondrá una lógica y creciente espiral de violencia, como catarsis a la tensión que de manera casi irrespirable se irá registrando, con la muerte – asesinato del joven que casi de manera obligada se ha visto forzado a delatar al preso que se quería fugar, bajo la presión de que si no lo hacía su próxima condicional se viera eliminada. A partir de ese momento, Daniels ejecutará con enorme precisión su plan de fuga, escondiéndose entre los recovecos de la misma con la fuerza de un trapecista, logrando vencer a los vigilantes de la zona y liberando a una serie de presos, con los que auspiciará el motín. Serán unos minutos percutantes, magníficos, en los que los contraplanos de las miradas de los seres que aún se encuentran en sus celdas, se aunarán con el alcance expresado por el personaje encarnado con su habitual fuerza y al mismo tiempo vulnerabilidad por Cochran, vengándose por un lado de ese alcaide que intentará sofocar la rebelión –en una secuencia dotada de un impacto eléctrico digno de Samuel Fuller- y, poco a poco, percibiendo que la misma se encuentra abocada al fracaso, merced a las indicaciones que irá anunciando Benson cuando asuma el mando de las operaciones. Sin embargo, aún tendrá tiempo para llevar a cabo un acto suicida, vengando con ello la muerte de ese amigo al que las circunstancias convirtieron en un indeseado delator y, por ello, ser condenado a muerte por sus propios compañeros, instigados indirectamente por el ya eliminado alcaide.

Una vez más, y tal y como sucedió en tantos títulos policíacos de la época, INSIDE THE WALLS OF FOLSON PRISON concluye trasladando la vida de la prisión a tiempo presente, y mostrando al entonces responsable auténtico de la misma, aplicando un epílogo moralista siempre innecesario que, sin embargo, no puede ocultar el caudal de interés que atesora esta seca, concisa, dura y, hasta cierto punto, original aportación al cine carcelario.

Calificación: 3

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