HOLLYWOOD OR BUST (1956, Frank Tashlin) Loco por Anita
Cuando uno contempla HOLLYWOOD OR BUST (Loco por Anita, 1956. Frank Tashlin), sorprende en primer lugar conocer que en el rodaje sus protagonistas, Dean Martin y Jerry Lewis, apenas se hablaban. Tras cerca de una década unidos y formando una tremendamente exitosa pareja en mundo del espectáculo, con su lógica repercusión en la pantalla a través de sus numerosos títulos rodados siempre para la Paramount, lo cierto es que en los fotogramas de este su segundo –y último para el tandem- rodaje de las manos de Frank Tashlin, sigue percibiéndose esa química que los hizo célebres en el mundo del cine. Y resulta curioso señalar como el paso de los años ha otorgado más fama al primer encuentro de la pareja con Tashlin –ARTISTS AND MODELS (1955)-, que a esta magnífica sátira de la obsesión por el mundo del cine, que siempre ha parecido quedar en un segundo término a la hora de la valoración de la obra del gran director. Recuerdo –y es una evocación personal-, lo divertido que me resultó su descubrimiento en una sesión veraniega de la filmoteca valenciana a mediados de los ochenta. Y tres décadas después sigue manteniendo para mi esa misma frescura, centrada en la cohabitación obligada de la pareja formada por Steve (Martin) y Malcolm (Lewis). El primero es un sinvergüenza que ha preparado una estratagema para lograr el premio en la rifa de un vehículo con la que saldará una deuda de tres mil dólares que mantiene con unos mafiosos. El segundo, propone el retrato de un caricaturesco amante del cine –sin duda, un precedente de los “frikis” de nuestros días-, enamorado platónicamente de Anita Ekberg. Uno fraudulentamente y otro con la legalidad en la mano, poseerán sendas papeletas que, de forma imprevista, les hará compartir el coche. Con la intención de deshacerse de Malcolm, Steve le engañará diciéndole que vive en Holywood y es vecino de la Ekberg, iniciando ambos un viaje hasta la meca del cine, en el que las incidencias y el encuentro con la joven Terry (Pat Crowley), marcarán un relato en el que tendrá un especial protagonismo mr. Bascom, el perro mascota de Malcolm.
Aunque en 1956 la comedia norteamericana todavía no había traspasado la barrera de una renovación de sus códigos, HOLLYWOOD OR BUST es un título que, al igual que el citado ARTISTS AND MODELS, muestra la capacidad de Tashlin –curiosamente en esta ocasión no ejerciendo como guionista-, por traspasar esa frontera en la que se da de la mano una concepción quizá algo anticuada a los ojos de nuestros días, pero estilizada y modernizada de la mano de su director, ensayando nuevos procedimientos que potenciaría de inmediato –THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957) rodada al año siguiente, y primera obra que rodó con Lewis en solitario, que sigo considerando no solo su obra maestra, sino la mejor comedia realizada en dicha década-. Todo ello, hasta llegar a unos extremos de modernidad dentro de los contornos del género, en los que tendría una indudable importancia la simbiosis que alcanzó con la creatividad de un Lewis que a partir de 1960 se lanzaría a la dirección.
Sin salirnos del contexto que nos ocupa, HOLLYWOOD OR BUST se revela como una comedia no solo divertida, que combina a la perfección pasajes musicales, gags hilarantes, e incluso pequeños intervalos melodramáticos –una de las facultades que Tashlin supo integrar con mayor acierto en su cine, sin que por lo general se le haya reconocido-. De entrada es la primera ocasión en la que el director entra por completo a parodiar de forma directa el universo del fanatismo emanado por Hollywood. Cierto es que siempre en su obra precedente se ha dado cita su asombrosa capacidad para la inserción de los “private joke” de ascendencia cinematográfica –son numerosos los que se dan cita en este caso-. No obstante, en HOLLYWOOD OR BUST –curiosa traducción de”Hollywood o busto”, se da cita ese homenaje a varios niveles. Uno de ellos es el propio nudo argumental central, el segundo la recurrencia a diversos géneros –esos ecos del noir que rodea al personaje de Martin-, los que proporciona el divertido recorrido musical por diversos estados del país, que nos retrotraerá ecos de géneros como el Oeste. Sin embargo, el gran acierto del film reside, a mi juicio, en la manera con la que Tashlin sabe incorporar ambos elementos, integrándolos en un relato repleto de elementos que se distancian de un argumento que en otras manos no hubiera dejado de proporcionar un divertimento más o menos convencional.
Por el contrario, el cineasta no deja de apostar por disgresiones, recuperando de algún modo el slapstick mudo –el instante en el que Martin cree que el perro se ha alejado y al instante lo ve en el capó sentado; el modo en que Lewis enciende una hoguera de manera surreal, imitando los presuntos modos de Gregory Peck en cierta película-. En otros insertando un sorprendente elemento erótico –sobre todo tratándose de una comedia destinada a todos los públicos-, siempre tamizado con la ironía y la mirada revestida de desmonte del kitsch con la que siempre jugó con acierto, a la hora de introducir esas inesperadas señoritas ligeras de ropa que aparecen a lo largo del recorrido en coche que comporta la parte central del film, o incluso en esas “postales” con las que se presenta a Anita Ekberg en los títulos de crédito, por no mencionar las alusiones del personaje de Lewis a la ropa interior de la actriz-. Y junto a ello, aparecerá de nuevo su herencia previa en el cartoon, centrada en la impagable presencia de mr. Bascom, ese perro que inaugurará la presencia de animales en algunos de sus films –el ejemplo más memorable sería el conejito de la ya mencionada THE GEISHA BOY-. En la unión de todos estos elementos, HOLLYWOOD OR BUST mantiene intacta de forma sorprendente su vigencia, erigiéndose como una comedia que demuestra la personalidad de su artífice, anticipando algunos de los rasgos de Lewis –ese desdoblamiento de personajes en la presentación previa a los títulos de crédito-.
Pero lo que al final destaca en el título que comentamos, reside sobre todo en esa capacidad de Tashlin para lograr la carcajada del espectador con una serie de pequeños episodios o pinceladas que sobresalen de un argumento sencillo, al que sabe extraer el máximo resultado. Desde esa ancianita que se revela una inesperada atracadora –provocando la huída del perro-, el viejo vehículo que porta la joven Terry que se cae literalmente a pedazos, la manera con la que mr. Bascom se come esa hamburguesa que Lewis le da escondidas de Martin –no tienen dinero ni para comida-, los tics que anuncian a Malcolm su racha de suerte –atención a como despeina a la espectadora que se encuentra delante de él en el sorteo del vehículo-, las gracias que inesperadamente se ofrece como eco del Gran Cañón a los elogios de los inesperados visitantes, el romance entre mr. Bascom y la delicada perrita de Anita Ekberg –que por cierto luce bellísima-, los ecos de los ronquidos en el Holywood Bowl, el encuentro con “Harry el tonto”, que les compra el coche a un precio irrisorio, poniéndolo en venta a continuación triplicando ampliamente la cantidad que les ha entregado, o la impagable recorrido por los estudios de la Paramount, donde no se sabe si es más divertido, contemplar como un director intenta darle las indicaciones adecuadas a la Ekberg para interpretar a la esposa de Napoleón, o la caída de ese barril a una lucha de vaqueros que –lo reconozco- sigue provocando en mi una carcajada inevitable. En definitiva, con la voz callada y aparentemente artesanal que Tashlin asumió a lo largo de toda su carrera, con los tonos luminosos que proporciona la fotografía de Daniel L. Fapp -ayudado por el siempre imprescindible técnico de color Richard Mueller- HOLLYWOOD OR BUST sigue resultando una comedia no solo deliciosa, sino que posee mucha más miga de la que se le ha concedido hasta el momento. De manera simbólica, y ello es un detalle meta cinematográfico, la película finalizará con un acercamiento a la cámara de sus dos protagonistas hasta un fundido en negro de la imagen. El último plano juntos de una pareja que hizo historia en la comedia de aquella década, dejando paso a la posterior colaboración de Tashlin con Lewis en solitario, una de las más valiosas del segundo y último periodo dorado de la comedia americana.
Calificación: 3’5
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