Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE FIRST ON THE FEW (1942, Leslie Howard) El gran Mitchell

THE FIRST ON THE FEW (1942, Leslie Howard) El gran Mitchell

Hay dos elementos que proporcionan una extraña singularidad a THE FIRST ON THE FEW (El gran Mitchell, 1942). El primero de ellos ser la penúltima de las cuatro realizaciones que firmó a lo largo de su carrera el conocido actor británico Leslie Howard –poco después acometió la dirección de THE GENTLE SEX (1943)-, que tuvo que culminar Maurice Elvey sin acreditar-, con la triste casualidad de ofrecerse como un título que narra la historia de una conocida figura del mundo de la aviación británica, y poco después fallecer el actor en un accidente aéreo. La otra, proponer un nada solapado precedente de una de las menos conocidos, pero no por ello menos brillantes películas de la filmografía de David Lean –THE SOUND BARRIER (La barrera del sonido, 1952)-. Conocida es la activa implicación que Howard dispuso en contra de la amenaza nazi desde el primer momento en que la misma fue revelando sus fauces, incrementando en ello sus orígenes judíos. Es algo que le impelíó incluso a resucitar su exitoso personaje de la Pimpinela Escarlata con ‘PIMPERNEL` SMITH (1941) en la que los nazis aparecían convenientemente caricaturizados. Dentro de dichas intenciones, lo cierto es que THE FIRST ON THE FEW –que me sorprende fuera estrenada comercialmente en la España franquista, aunque en ella se destile el detalle del bombardeo de una población española por parte de los alemanes- muestra desde sus primeros compases, de alcance casi documental, como se va extendiendo la invasión del III Reich en diferentes países europeos, centrando la misma como una palpable amenaza de cara a una Gran Bretaña que se muestra como objetivo casi inmediato en la boca de los principales responsables nazis –apareciendo en imagen tanto Hitler como Goebbles en manifestaciones concretas a este respecto, al tiempo que la célebre arenga de Churchill animando a la población británica-. La acción muy pronto se nos introduce en la oposición que la aviación británica ejerce contra la alemana. Lo hará de manera contundente con los denominados modelos Spitfire, cuya eficacia no será mostrada con la actuación de un grupo de jóvenes pilotos, que tienen como superior a Geoffrey Crisp (David Niven). En la conversación de los muchachos con este surgirá el nombre del creador del modelo, comprobando Crisp como en realidad tienen pocas nociones de quien fue ele creador del diseño; R. J. Mitchell (Leslie Howard). Es en ese momento cuando la cámara se elevará al cielo atendiendo la mirada evocadora del mando aéreo que servirá como narrador del flash-back que se extenderá en la casi totalidad del film, retrotrayéndonos a la los años veinte, donde un joven Mitchell trabaja como ingeniero aeronáutico, aunque en su ímpetu y capacidad de intuición se vislumbre la posibilidad de dar un auténtico paso de gigante a la hora de avanzar en el progresote dicha parcela técnica. Confiando en el progreso del individualismo –algo extendido en no pocas producciones inglesas-, el relato de Howard se detiene en pequeños episodios narrados con un notable sentido de la concisión, utilizando en cuantas ocasiones lo precisa pequeños travellings de retroceso o una constante atención y gusto por el detalle, entendiendo el mismo como elementos enriquecedor del relato.

Es este último aspecto el que se manifiesta en momentos tan reveladores como el plano en el que Mitchell tira al suelo el modelo de diseño que ha bocetado, borrándose su tinta por el discurrir de la lluvia y marcando con ello una atractiva elipsis, o los numerosos apartes que se efectúan detallando titulares de prensa que ayudarán a su progresión dramática, o la especial configuración de algunas secuencias y personajes secundarios, que en todo momento se integran para contribuir a configurar un entrañable sentido del ritmo a lo que podría articularse como una pequeña epopeya, pero que Howard convierte en un atractivo biopic que, por estar narrado con ese sentido de la cotidianeidad por lo demás tan característico del cine inglés, ha logrado pervivir con fuerza siete décadas después de su realización. La presencia de personajes tan episódicos y característicos como Lady Houston (Toni Edgar Bruce), una acaudalada dama caracterizada por su oposición al gobierno inglés pero siempre poniendo en primer lugar el amor a su pueblo, y que en un momento dado se erigirá como factor determinante para que los progresos aeronáuticos del protagonista puedan ser realidad, cuando por parte de las autoridades apenas puede contar con subvención.

Optando por lo general por un tono cotidiano y hasta familiar en el desarrollo de su premisa argumental, el film de Howard no omite las referencias al creciente peligro nazi que se cierne sobre Inglaterra. Lo hará en primer lugar esgrimiendo un tinte paródico en torno al carácter casi de pantomima que esgrime el fascismo italiano en los primeros años treinta –las manifestaciones y los telegramas del Duce cuando los ingleses compiten y ganan en un torneo en Venecia-, y lo manifestarán de manera muy especial cuando el matrimonio acompañado por Crisp –que siempre se autodefinirá de manera muy irónica- viajen de vacaciones hasta una Alemania en teoría pacífica pero ya bajo el dominio de Hitler, en donde descubrían en su trato con mandos militares no solo el hecho de la fabricación de aviones como objetivo militar  –contraviniendo el Tratado de Versalles-, sino la creciente sensación de amenaza de unas autoridades que bajo sus amables modales esconden siniestros propósitos –en una de las secuencias además más brillantemente modeladas del conjunto-. No será, sin embargo, el único instante de especial brillantez de la película. Destaremos la emoción de Mitchell cuando logre el triunfo su avión en el trofeo de Venecia, que manifestará tapándose pudorosamente la cara, la fuerza y dramatismo del episodio en el que consultará a su doctor, y este le señalará con crudeza su cercana muerte si no detiene su exhaustivo ritmo de trabajo –una secuencia trabajada a través del uso de las sombras y el alcance mortuorio que las mismas destilan- o, finalmente, el instante en el que Crisp lo visitará por última vez cuando este se encuentra postrado en el jardín, despidiéndose con esa especial complicidad que siempre mantuvieran, advirtiendo ambos que será la última vez que se contemplen.

De nuevo la mirada al cielo nos retrotraerá a esos años de guerra que devuelven la película al momento presente, a ese cielo que traerá todos esos recuerdos a quien convivió con este visionario de la aviación, en una película de notable interés, demostrativa de la fuerza y vigencia de la cinematografía inglesa de aquellos años de lucha antinazi y, de manera muy especial, el empeño de un actor honesto en sus convicciones, al que una inesperada tragedia impidió proseguir en esta línea y, quien sabe, haber forjado una filmografía como director de cierto empaque.

Calificación: 3

1 comentario

Klam -

Vaya, con lo duro que eres en general con las películas, me sorprende que le des la bendición a esta hagiografía propagandística que falsea la historia para lucimiento de Howard y Niven. Ni Mitchell visitó Alemania, ni descubrió que los nazis se estaban rearmando contraviniendo el Tratado de Versalles, ni dio la voz de alarma a su Gobierno, ni convirtió en el leitmotiv de su vida diseñar el Spitfire para combatir la amenaza fascista, ni cayó enfermo por exceso de trabajo (tenía cáncer). Sí, es un film que se deja ver y la labor de Howard tras la cámara no desmerece, pero la manipulación de la historia para aumentar el interés de la trama, la propaganda descarada (como tantas otras películas de la época, claro) y el exceso de metraje hacen de "El gran Mitchell" una obra menor que en mi opinión no merece el aprobado.