MOTHER CAREYS CHCKENS (1938, Rowland V. Lee)
Cuando Rowland V. Lee acomete la realización bajo los auspicios de la R.K.O. de MOTHER CAREY’S CHCKENS en 1938, una parte importante de su filmografía –que se interrumpió inesperadamente en 1945, aunque su vida se prolongara tres décadas después-, se encontraba ya en una fase avanzada. Cierto es que restaban por emerger exponentes caracterizados por su querencia en el cine historicista y de alcance siniestro que en buena medida se encuentran entre los más conocidos de su obra. No obstante, en la misma ya se habían plasmado exponentes hoy día de culto como ZOO IN BUDAPEST (1933) –a la que confieso le debo una revisión, ya que en el momento en que la contemplé quizá no atendí en exceso sus supuestas cualidades-. Lo cierto es que algo del extraño romanticismo que presidía dicha producción de la Fox Films Corporation, se encuentra en esta propuesta inscrita por derecho propio en el ámbito de Americana que, por fortuna, sabe orillar los excesos propios del melodrama familiar que se harían populares en las adaptaciones de las edulcoradas novelas de Louise May Alcott. No es este dicho referente, por fortuna, retomándose la adaptación de la obra literaria de Kate Douglas Wiggin, combinando con extraño acierto esa vertiente melodramática, su inclusión en la señalada adscripción genérica, o ecos nada solapados de inclusión en la producción enmarcada en el seno de la gran depresión norteamericana –por más que su acción se desarrolle en otro ámbito; en concreto en las postrimerías de la Guerra de Cuba a finales del siglo XIX-. Incluso la presencia de elementos de comedia ligados al nonsense –centrados ante todo en la descripción y el comportamiento del pequeño de la familia Carey –Peter (Donnie Dunagan)-.
Lo cierto es que la película de Lee se inicia con unos augurios poco estimulantes, describiendo la llegada del capitán John Carey (un poco reconocible y algo envarado Ralph Morgan), de un permiso de guerra al hogar familiar ubicado en Rhode Island. De esta manera, en función de cómo es recibido por parte de su esposa y sus hijos, el espectador va descubriendo la psicología de los personajes que nos van a acompañar durante el resto de la película. La actitud de sus hijas, del hijo mayor –Gilbert (Jackie Moran)- que desea aparentar una mayor condición adulta que la que manifiesta su edad, nos permiten con sutiles trazados describir el retrato de una familia de aparentes contornos felices y cotidianos, que muy pronto se verán atenazados por la tragedia y, junto a ello, un modo de vida cercano a la miseria. Ya la emocionante secuencia de la despedida del padre nos adelantará ese sentido melancólico que muy pronto se adueñará del relato. Esa actitud de Gilbert de romper su pretendido estado adulto al decidirse a abrazar a su padre, o el bello plano general que nos muestra a este alzado sobre un pequeño velero despidiéndose de su familia, de alguna manera nos adelanta su desaparición, de la cual se enterará su esposa –Margaret (la siempre excelente Fay Bainter)-, mediante un telegrama recibido mientras la familia se dispone a festejar en su ausencia precisamente el cumpleaños del patriarca. La secuencia es modélica en su construcción y en los negros augurios que plantea la inesperada recepción de dicho telegrama, que ya la sirvienta intuirá trae malas noticias. La cámara del director nos mostrará la lectura del mismo encuadrándola de espaldas a Margaret, sin siquiera tener que recurrir a conocer su texto. La sutileza del momento y la capacidad que esgrime la disposición del encuadre con el lenguaje corporal expresado por la actriz –que se desplomará finalmente por las escaleras-, dará paso a una elipsis que fundirá con la explicación de una de las hermanas –entre lágrimas- al pequeño Carey, de lo que supone la desaparición definitiva del patriarca de la familia, dentro de las entendederas que puede manifestar el niño.
Sin duda, toda una lección que demuestra la cineasta de Lee, adelantándonos el uso de dichas elipsis, a la hora de mostrar la progresiva vivencia de dificultades por parte de una familia que de repente se verá abocada a una progresiva carencia de recursos. Será el inicio de una escalada de preocupaciones familiares, que el cineasta mostrará con delicadeza. Entre ellas estará la oferta de la tía Bertha (Alma Kruger), de proporcionar ayuda a la familia, a costa de disgregar a sus componentes –algo que en última instancia estos rechazarán pese a las dificultades vividas-, el accidente sufrido por la madre que le imposibilitará seguir trabajando, o la necesidad de la familia de acoger una vivienda más pequeña. Entre estas vivencias, se introducirá en la película un joven y atractivo profesor de latín –Ralph (James Ellison)-, del cual quedarán atraídos de inmediato las dos hermanas Carey –Nancy (Anne Shirley) y Kitty (Ruby Keeler)-. Ello proporcionará al relato un matiz cercano a las novelas rosa, descubriendo ambos una vieja y amplia vivienda, en la que encontrarán finalmente una solución de futuro, al invertir todos sus ahorros –quinientos dólares-, en su adecentamiento. A partir de ese momento parece que la estabilidad de los Carey va a poder formar parte de su vida cotidiana, al ofrecer habitaciones y hospedaje a posibles clientes. Sin embargos, dos nuevos elementos de conflicto se establecerán en ellas. Por un lado el conflicto sentimental planteado por la presencia del amable Ralph entre las dos hermanas –ambas enamoradas de él, decidiendo este finalmente por Nancy-, y de otra la decisión de comprar la vivienda –que había sido arrendada a bajo coste por un año por sus componentes, debido al interés codicioso manifestado por el matrimonio Fuller –en el que encontraremos a la siempre caricaturesca Margaret Hamilton-.
El gran mérito de MOTHER CAREY’S CHCKENS, reside sobre todo en encontrar un curioso equilibrio a la hora de abordar un material que en otra manos menos diestras, hubiera acabado en un relato empalagoso. Dentro del ámbito de la serie B en que queda inscrita –y quizá precisamente por ello-, su director logra articular un relato en el que su fondo ligero le permite modular las facetas antes señaladas, con un sentido de la delicadeza y la sobriedad cinematográfica que deja bien a las claras las manos diestras de un cineasta que poco a poco va adquiriendo una justa revalorización. Esa capacidad para tratar con humanidad personajes –el que encarna Walter Brennan, en principio hostil a la llegada de los Carey a la vieja mansión de la que él se encuentra encargado de custodiar-, la manera con la que es expuesta la elección de Ralph por Nancy, a la hora de ser visto besándose ante la mirada sorpresiva de Kitty, el modo con el que esta se resigna ante su hermana –mostrándonos en primer plano su dolor cuando la abraza, aunque le transmita exteriormente lo contrario que piensa-. Son aspectos como la ligereza con la que se plantean las situaciones melodramáticas –la enfermedad del pequeño, la incidencia de la compra de la vivienda que posibilita un rápido desahucio de la familia-, integrando episodios humorísticos –la argucia integrando la falsa presencia de un fantasma para forzar que los Fuller se decidan a romper su compromiso de compra de la restaurada vivienda.
Y a esa vertiente dramática que se plantea de cara al sentimiento que por Ralph sienten las dos hermanas, el argumento introducirá la presencia de Tom Hamilton (Frank Albertson), el hijo de la familia propietaria del inmueble, que acudirá hasta el mismo para anunciar el desahucio, y que finalmente conocerá un acercamiento hacia Kitty, resolviendo el conflicto sentimental existente. Sin duda una concesión a la convención, que no impide que valoremos las cualidades de esta agradable película, en la que destacan los apuntes casi absurdos planteados por el pequeño de la familia –impagable ver intentando preparar una tira de papel en el `proceso de reforma de la vivienda- o el personaje de esa joven desgarbada que en días alternos lleva puestas las botas del revés para evitar que se desgasten prematuramente –en un momento determinado su madre acertará que se encuentra en viernes al contemplar las botas de la muchacha, que por otro lado se encuentra atraída hasta extremos absurdos por Gilbert-. En esa manera de combinar la descripción de personajes, la amabilidad del conjunto sin por ello omitir aspectos que revelan un determinado grado de sordidez en la vida cotidiana de la familia, se encuentra una de las mayores virtudes de una película que se mantiene con un notable grado de vigencia, que prolonga esa aura romántica ya comprobada en la señalada ZOO IN BUDAPEST –y quizá en tros títulos no conocidos de su cine precedente-. Sin lugar a duda, el visionado de MOTHER CAREY’S CHICKENS –por más que contemplarla con un doblaje atroz limita la placidez de sus posibilidades-, abre nuevos senderos en el redescubrimiento de un cineasta poco a poco más cercano a nosotros, como es Rowland V. Lee, además de notable, más versátil en sus vertientes fílmicas de lo que pudiera parecer.
Calificación: 3
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