PLANTA 4ª (2003, Antonio Mercero)
Atesorando en su andadura que se inicia en los primeros sesenta, una muy larga aportación en cine y televisión, no cabe duda que el éxito y el reconocimiento ha estado de lado en la figura del guipuzcoano Antonio Mercero (1936). Una larga nómina de galardones, especialmente centrada en algunas míticas producciones televisivas –recordemos LA CABINA (1972) o LOS PAJARITOS (1974)-, que han cimentado su prestigio por encima de una andadura cinematográfica de más menguado calado. Preciso es reconocer que en la misma se han brindado grandes éxitos de taquilla, pero no es menos evidente que nunca se ha dado en Mercero el eco de un gran realizador. Su siempre presente ascendencia televisiva y, sobre todo, esa inveterada tendencia a un sentimentalismo que ha rodeado película si, película también, es evidente que han impedido una mayor valoración de un cine que, por otra parte, en no pocas plataformas y festivales, ha logrado importante galardones.
Dicho esto, y reconociendo de antemano que nunca he tenido especial interés en el seguimiento de su filmografía –en la que se encuentran títulos tan irritantes como LA GUERRA DE PAPÁ (1977)-, el visionado de PLANTA 4ª (2003) no me ofrece sorpresa alguna, y viene a ofrecer un catálogo de lo mejor y lo peor de su cine, quedando en última instancia como un título tan discreto como estimable, en el que se alternan con pasmosa facilidad momentos de buen cine, con otros en los que se dan cita las debilidades más consustanciales a su manera de entender la producción fílmica, sea esta cinematográfica o televisiva. De entrada hay que reconocer a su resultado una virtud; haber logrado la adaptación de un original teatral de Albert Espinosa –“Los pelones”, basada en las experiencias de su autor trasplantadas en el personaje de Izan-, y trasladando su versión cinematográfica sin resabio alguno de sesgo teatral. Guste más o menos, lo cierto es que PLANTA 4ª tiene uno de sus puntos de apoyo en la soltura narrativa que despliega al otorgar su máximo protagonismo a ese hospital que en última instancia se erige como el motor del relato. Por sus dependencias irán desplazándose en silla de ruedas, los tres jóvenes protagonistas del relato. Ellos son Miguel Ángel (Juan José Ballesta), Izan (Luis Ángel Priego) y Dani (Gorka Moreno). Ambos son enfermos de cáncer que están logrando superar su enfermedad, aunque ello les haya obligado a sufrir sendas amputaciones de pierna.
Pese a sus dramáticas circunstancias, la película se articula en un grato tono de comedia, apostando de forma clara por la cotidianeidad de las pequeñas gamberradas y aventuras de este trío de chavales. Sus correrías por las dependencias de un centro médico que conocen como si fuera su propia casa, las disputas que se marcan entre todos ellos, su actitud ante la llegada de un nuevo inquilino al que intentarán captar para pívot de su singular equipo de baloncesto, el conocimiento de demuestran de la psicología de los doctores, conforman una por momentos simpática, en otros previsible y en contadas ocasiones emotiva propuesta, en la que sin duda uno hubiera deseado una mayor densidad dramática en una historia como la presentada. Sería no obstante pedir peras al olmo tratándose de Mercero, y ya es bastante con lograr que la película orille incurrir en exceso hacia los peligrosos clichés a los que parecía destinada. Ello no quiere decir que en buena parte de su metraje de perciba en exceso esa ascendencia televisiva –en no pocos instantes se tiene la sensación de estar asistiendo a un episodio de cualquiera de sus series-, y esa superficialidad camuflada de naturalidad campe por sus respetos.
Sin embargo, si más no, uno puede apreciar esfuerzos por dotar de entidad fílmica al conjunto, como lo demuestra ese plano secuencia casi inicial que describe la cotidianeidad del funcionamiento del centro, el acierto en la inserción de pinceladas dramáticas que son introducidas por lo general apelando a la sensibilidad del espectador mediante el uso de la elipsis o el “over” narrativo. Momentos tan espléndidos como la evocación de Miguel Ángel de ese sueño en el que se encontraba en el mar con una supuesta novia y con sus dos piernas, la irritación de este cuando uno de los doctores les anuncia la muerte de uno de sus compañeros –que había abandonado el hospital unos días antes-, profiriendo insultos mientras se adentra en su habitación y la cámara se queda en el pasillo, viendo como sale la silla empujada por la rabia de la misma. Instantes como esa pregunta que se hace Miguel Ángel al contemplar con Izan a otros niños jugando sanos en el exterior del hospital de por que ellos están así, respondiendo el segundo “Porque nos ha tocado”. O, en definitiva, un momento tan maravilloso –en mi opinión el único conmovedor del film-, en el que Miguel Ángel, reacio a atender la llamada que le ha preparado su compañero de habitación para volver a retomar la relación con su padre –que la narración nos describe sutilmente en su inexistencia-, retomará de manera inesperada con una maravillosa recepción del pequeño –acrecentado por la enorme sensibilidad que le imprime Ballesta tanto a este momento concreto, como al resto de un rol que explota su encanto y dotación para la comedia, aún contando entonces con una corta edad-.
Son pinceladas en las que Mercero se empeña a fondo y logra lo mejor de una película que además atesora una brillante partitura musical a cargo de Manuel Villalta, pero que acusa un notorio desequilibrio, evitando que su resultado alcance superiores cotas de interés, aunque justo es reconocer se encuentre dentro del nivel más permisible del por lo general limitado aporte de su cine. Esa incapacidad de llegar a más en las propuestas que emanan de su base argumental, quedan compensadas por su excelente dirección de actores infantiles, en las que el ya mencionado Ballesta ejerce como líder sin por ello eclipsar la tarea de sus compañeros de reparto –una de las características más relevantes y menos perceptibles del gran actor de Parla-, conformando una película que finaliza de forma un tanto facilona –el recurso a la presencia del grupo Estopa-, que justo es reconocer en su sesgo de superficialidad, atesora en más ocasiones de las previsibles una cierta aura de autenticidad.
Calificación: 2
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