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CINEMA DE PERRA GORDA

VIOLENT PLAYGROUND (1958, Basil Dearden) Barrio peligroso

VIOLENT PLAYGROUND (1958, Basil Dearden) Barrio peligroso

Realizador denostado hace décadas, cuando el conjunto del cine inglés más o menos escorado hacia la producción media apenas tenía repercusión ni era valorado, no cabe duda que el paso del tiempo está reubicando la verdadera valía de Basil Dearden como un más que competente y en no pocas ocasiones inspirado hombre de cine, centrado de manera significativa en el ámbito del policíaco del cine de las islas. Ello no quiere decir que en su obra no se alberguen atractivas muestras de otros géneros –es el caso del kolossal KARTHOUM (Kartum, 1966). No obstante, es en el contexto de un determinado cine sórdido, de denuncia, capaz de trasplantar en la pantalla problemáticas ligadas a la cotidianeidad de su país, donde expresó mediante su inclinación a diversas variantes de dicho género. A unas producciones que por otra parte demuestran que la llegada del Free Cinema fue una consecuencia lógica a la propia evolución del cine de las islas. Es por ello que propuestas como VIOLENT PLAYGROUND (Barrio peligroso, 1958) demuestra la fuerza que en aquellos tiempos operaba en el contexto de una cinematografía, que en su momento consideraba estas propuestas como “bastardas” –al no venir avaladas por los adalides del Free, pero que más de medio siglo después mantienen casi intactas su vigencia.

La película de Dearden destaca desde sus primeros instantes, por la fisicidad y la humedad de la plasmación física de los exteriores de Liverpool, resaltando para ello la magnífica fotografía en blanco y negro de Reginald Wyer y Reg Johnson en exteriores. Desde el primer momento, asistimos al desarrollo de un espectacular incendio. Uno más de una extraña cadena que la policía no ha logrado averiguar, y de cuyas investigaciones ha sido responsable Truman (un estupendo Stanley Baker, en un rol en el que acentúa como en pocas ocasiones la vulnerabilidad de la dureza de su imagen cinematográfica). Pese a su prestigio en el cuerpo, no ha logrado obtener resultados tangibles –aunque una pista encontrada entre las cenizas será determinante en el futuro del relato-, trasladándolo sus superiores a un insospechado destino; dedicarse a vigilar a menores que pululan en los barrios más marginales y ubicados en extrarradio. Pequeños que se inician en actitudes ligadas a la pillería, pero que las autoridades entienden hay que coartar, ya que suponen el germen de posteriores generaciones de delincuentes. Lo inesperado de su nuevo cometido pillará a nuestro agente a contrapelo, teniendo incluso que asumir las ironías y burlas de su compañero, el sargento Walter (John Slater). No obstante, este de repente se introducirá en el entorno de la familia Murphy, en la que destacan la actuación de pillería de los pequeños de la misma, la ausencia de sus padres, y la actitud del hermano mayor –Johnnie (David McCallum)- como líder de una banda de teddy boys. Entre sus componentes, su hermana Cathie (Anne Heywood) será la más sensata de los Murphy, intentando en todo momento equilibrar las peligrosas tendencia de sus hermanos, pero al mismo tiempo manteniéndose hostil contra todo lo que pueda estar cercano al entorno policial, que todos ellos denominan “polizontes”.

A partir de esta precisa descripción ambiental e incluso existencial, Dearden articulará con auténtica fuerza una espiral de tensión, al ir intuyendo Truman la ligazón que existe entre el grupo de delincuentes que comanda el arrogante Johnnie, en el desarrollo de los incendios que de manera anárquica vienen asolando Liverpool. En ellos se encontrará presente un joven emigrante chino que se dedica profesionalmente como repartidor de lavandería. Pero de manera paralela, dentro de un ámbito donde la práctica delictiva está presente en la vida diaria de ese barrio obrero en donde nuestro agente desarrollará su misión. Este se reconocerá inesperadamente con el caso en el que se encontraba anteriormente destinado, entrecruzándose en ello una inesperada reacción interior. Y es que en este eficaz agente de la Ley caracterizado por su soltería, sin esperarlo se irá ligando al contexto que emana de Cathie y los pequeños hermanos, estrechándose en su interior una nueva percepción de la vida diaria, hasta entonces velada para él. En el radio de acción que se extiende en su actuación, destacará la fuerza que adquieren dos personajes fundamentales. Por un lado el responsable del colegio de la zona –Heaven (Clifford Evans)-, viejo amigo y preceptor de Truman, conocedor de la idiosincrasia de los pequeños que pueblan la misma. Por otra, y de forma más influyente, la del sacerdote (un magnífico en sus insospechados matices, Peter Cushing, a punto de encarnar al Van Helsing de la inolvidable HORROR OF DRACULA (Drácula, 1958. Terence Fisher)), conocedor de la psicología más íntima de sus habitantes y, por ello, deseoso de intentar revertir la extraña y autodestructiva naturaleza de Johnnie, de quien recordará un hecho del pasado que ha marcado su personalidad y sus actuaciones.

A partir de la ajustada delimitación de sus personajes, he de reconocer que lo único que creo ha envejecido en VIOLENT PLAYGROUND, reside en la tópica y envejecida plasmación de ese universo de teddy boys, siempre acompañado de una molesta música y una serie de estereotipos por completo trasnochados. Por fortuna, ello no invalida el interés de la película, que se va articulando en esa ya señalada espiral de tensión, a través de una acertada implicación de Dearden en una narrativa que descarga su peso en el seguimiento de los actores, a los que en ocasiones llega a acosar en determinados episodios –pienso en el que tiene lugar en el interior de la iglesia, entre Johnnie, el sacerdote y el agente de policía, donde la interacción de ambos resulta reveladora para conocer aspectos hasta entonces ocultos de la personalidad del primero-. De manera casi ejemplar, y según se va estrechando el cerco sobre esa banda, al irse descubriendo su implicación los incendios, y utilizando por lo general pequeños travellings de retroceso que en determinados momentos refuerzan el grado de dramatismo del film, este va girando de manera progresiva en su entorno, revelando la creciente inseguridad que se esconde en la altanería y aparente capacidad de liderazgo de Johnnie. Es por ello, que una vez Truman intuya donde pueda cometer otro incendio, logre que el departamento de policía inicie su persecución, huyendo y atropellando y matando accidentalmente al repartidor chino, y atrincherándose en el colegio donde se encuentran los pequeños, acompañado de una metralleta que le ha facilitado uno de los jóvenes componentes de su banda –quizá el más joven de ellos, y quizá debido a esta causa, más acriticamente admirador suyo-.

Todo ello conformará un tercio final magnífico, en el que Dearden desarrollará uno de los fragmentos más valiosos de toda su carrera, expresando a la perfección el ambiente de angustia que se extenderá en el entorno de las madres de los niños que Johnnie mantiene retenidos y amenazados con el arma –entre ellos a sus dos propios hermanos-. A ello se unirá la precisión con la que se describirán los intentos de los agentes policiales por lograr reducir a este, o la acción del sacerdote, quien intentará hacer valer su autoridad moral con el muchacho, accediendo por una escalera hasta la clase donde este se encuentra, y recibiendo un empujón de la misma que lo devolverá violentamente al suelo. Articulado por un magnífico montaje, que logra tensar la cuerda del dramatismo del episodio, finalmente en el mismo prevalecerá la sensatez de Truman y, sobre todo, la serenidad planteada por la hermana de Johnnie, quien logrará que este vaya resignándose a ser reducido –no sin antes producirse un arrebato del muchacho, que dejará conmocionada a una de las alumnas-, aunque en último extremo esta se sienta traicionada al ver como su hermano es detenido, revelándose de nuevo en ella su habitual recelo a la policía, exteriorizado en ese agente por el que, no obstante, siente una sincera atracción. La normalidad volverá a ese barrio de Liverpool, con el esclarecimiento además de la autoría de esos incendios que han asolado la ciudad. Entre el sacerdote y el policía se intercambiarán miradas de mutuo respeto, mientras que, pese a sus renuencias, Cathie tocará con complicidad la mano de Truman. La normalidad seguirá en aquel barrio obrero, gris y rutinario. Un plano general nos mostrará el bullicio de esos pequeños a los que este en el futuro dedicará su atención. De alguna manera, se ha hecho una nueva luz en su vida.

Magníficamente interpretada, destacando en ella esa capacidad de inmediatez y casi documental que siempre ha caracterizado al cine británico, VIOLENT PLAYGROUND supone un título de notable interés. Una muestra más que revela el talento y la profesionalidad de un cineasta que goza en su dilatada producción, de no pocos títulos merecedores de reivindicación, como el que nos ocupa.

Calificación: 3

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