ALL NIGHT LONG (1962, Basil Dearden) Noche de pesadilla
Pocas influencias fueron más poderosas en el cine inglés de la primera mitad de los años sesenta, como la manifestada por el drama “psicológico” ofrecido en aquellos años en la andadura del norteamericano Joseph Losey. Dentro de una cinematografía que vivía en aquellos años momentos de esplendor –como, por otra parte, sucedía en el resto de los países europeos, con especial incidencia en Italia y Francia-, la influencia de Losey y la del Free Cinema, fueron rasgos dominantes para un entorno que pronto derivó hacia derroteros de menor entidad fílmica –la presencia de Richard Lester-, que hoy han envejecido notablemente. Dentro de este contexto, es hasta cierto punto comprensible que realizadores más o menos consolidados dentro del pesado artesanado británico –Michael Anderson, Peter Glenville…- fueran permeables a dichas influencias. Nada hay de malo en ello, en ese aggiornamiento que incluso les permitió frutos ocasionalmente estimables. En el caso concreto de Basil Dearden, quizá ofreciera su película más perdurable con una tardía muestra de film colonialista con KHARTOUM (Kartum, 1966). De todas formas, Dearden siempre se caracterizó en su filmografía por un especial seguimiento en torno al cine policial y de suspense, que practicó desde los años cuarenta –THE BLUE LAMP (El farol azul, 1950)-, hasta incluso en sus tramos finales de inicio de los setenta –THE MAN WHO HAUNTED HIMSELF (Tinieblas, 1970)-. Dentro de estos límites, son numerosos los títulos que realizó dentro de diversas variantes de esta tendencia, generalmente producidas de forma subsidiaria al éxito de referentes previos provenientes de diferentes cinematografías.
A partir de esa equidistancia en la ascendencia de Dearden como especialista en productos de estas características, y la evidente influencia del cercano cine de Losey, se ofrece esta –merecidamente- olvidada ALL NIGHT LONG (Noche de pesadilla, 1962), torpe, enfática y esquemática propuesta dramática, embadurnada de exceso jazzístico, en esta película al parecer lejanamente inspirada en el Othello shakesperiano. La película narra el progresivo estallido emocional que se manifestará en la mansión del acaudalado Rod Hamilton (Richard Atthenborough), cuando organiza una fiesta que conmemore el primer aniversario de boda de Rex (Paul Harriis) y Delia (Marti Stevens). Él es un conocido empresario de la música y ella una cantante que ha decidido abandonar su vocación para mantenerse ligada a su esposo. Esa circunstancia será el objetivo a lograr por el insidioso Johnnie Cousin (Patrick McGoohan), buscando alcanzar con la incorporación de Delia como cantante, que un promotor patrocine su banda de jazz. Como quiera que detecte en ella la más evidente de las indiferencias, intentará para ello destruir su matrimonio sembrando la duda de su fidelidad con Rex, para lo cual incluso creará una serie de falsos indicios que hagan ver la infidelidad de esta con su mejor amigo, Cass (Keith Michell), levantando los celos de su esposo.
Es evidente que en el cine nada hay finalmente imposible, y cualquier argumento que pueda parecer totalmente disparatado alcanzaría, con un tratamiento adecuado y la necesaria convicción en su puesta en imagen, el resultado apetecido. Lamentablemente no es el caso, ya que nos encontramos ante una propuesta que por momentos roza el ridículo –esa tan rápida como increíble falsificación de las grabaciones que pueden comprometer a Delia con su amigo Casss; toda la configuración del personaje que lleva como puede Patrick McGoohan-, en la que se acumula obviedad por obviedad –no faltan esos primeros planos que subrayan los momentos de estallido emocional de sus personajes; los enfáticos planos inclinados-, y en donde por encima de todo el protagonismo de los números y presencia de jazz deviene tan abusivos como mal integrados en el conjunto de la narración. El perfil psicológico de sus personajes es francamente romo, quedando en casi todo momento una general insatisfacción al encontrarnos con un drama de cortos vuelos pero que, de haber encontrado un mayor arrojo y acierto en la plasmación de sus elementos, es indudable que podría haber alcanzado un notable interés. Huelga decirlo, Basil Dearden no es el Joseph Losey de su periodo de madurez creativa, ni el Buñuel de la coetánea EL ANGEL EXTERMINADOR (1962) –con la que comparte curiosamente ciertos planteamientos- y nos encontramos muy lejos del alcance de las películas del británico, basadas en el dominio y las relaciones de poder. En su defecto, las pocas virtudes que podemos destacar en la película se centran en la atmósfera que alcanza la fotografía en blanco y negro de Ted Scaife –el operador de NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur) y, es de justicia destacarlo, esa capacidad para describir exteriores urbanos nocturnos, definidos por una serie de instantes que plasman la mediocridad y sordidez provinciana de la vida británica. Un magro balance, sin duda, para una película ambiciosa y al mismo tiempo, endeble.
Calificación: 1’5
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