LA BUENA NUEVA (2008, Helena Taberna) La buena nueva
Desde la llegada de la década de los ochenta, y una vez la democracia española se fue consolidando y especialmente cuando a partir de 1982 se produjo la llegada del gobierno socialista que encabezó Felipe González, en el cine español se planteó en numerosas ocasiones el revisionismo de los excesos producidos durante la guerra civil y los primeros y crueles compases de la dictadura franquista. Larga y prolija sería la filmografía establecida al respecto. Títulos que irían desde el prisma festivo impregnado por Luis García Berlanga en LA VAQUILLA (1985), la evocación de sus primeras miserias sociales enmarcada en LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO (1984, Jaime Chávarri) o la propia evocación literaria de referencia rural enmarcada en REQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL (1985, Francesc Betriu). Quizá es dentro de dicha vertiente donde habría que insertar LA BUENA NUEVA (2008), segunda y hasta ahora última película de Helena Taberna, intentando llevar a la pantalla determinados recuerdos referidos a antepasados suyos que vivieron dichas terribles circunstancias en carne propia. Lo que sucede con la película, al igual que con la mayor parte de títulos que podríamos englobar en este subgénero, es que simple y llanamente sus loables intenciones no se corresponden con la discreción de sus resultados fílmicos.
La propuesta de su directiva nos traslada a la figura de un joven sacerdote –Miguel (Unax Ugalde)-, que tiene una gran ascendencia con el obispo del que depende y, deseoso de ejercer su apostolado, es destinado por este a una pequeña población del norte de España, caracterizada por su predominio socialista. En el primer momento este percibirá la hostilidad de sus habitantes lo que, unido a su ausencia real de trato en la calle, inicialmente provocará en él una extraña sensación de orfandad en el desempeño de su función. Sin embargo, al margen de conocer una serie de personas que si se encuentran ligados al catolicismo, Miguel tendrá una especial sintonía con Margari (Bárbara Goenaga), la maestra de la localidad, reconocida creyente aunque casada con un socialista –Antonino (Guillermo Toledo)- al que sin embargo casi obligará a acudir a misa. Será esta una cotidianeidad a la que el joven prelado irá acostumbrándose casi a pesar suyo, siendo testigo casi sin apreciarlo, de los indicios que hablan de la rebelión que generará la guerra civil española, en una zona donde los falangistas y los carlistas se unirán por intereses. La rebelión del 18 de julio se llevará a cabo y, con ella, la llegada y el gobierno de los componentes de la Falange representada por su exaltado capitán (Mikel Tello). De la noche a la mañana se producirá la huída de los republicanos, al tiempo que los primeros asesinatos, entre los que se encontrará Antonino. La evidencia del crimen –entre otros dos compañeros políticos- sumará de desesperación a Magali, y abrirá los ojos al joven clérigo ante la terrible nueva realidad que se le abre a sus ojos. Una realidad que ampara una guerra que defiende al clero, pero en realidad utiliza con ello el dominio de la colectividad y, si ello no llegara a ser suficiente, el asesinato. Una de las medidas de los nuevos dominantes, será la obligación del bautizo de los pequeños de la población. Un precepto que el sacerdote complacerá pero al mismo tiempo establecerá una complicidad con ellos y con sus madres –inicialmente hostiles y claramente anticlericales-. Es decir, que el drama que propone LA BUENA NUEVA se describe en la soledad y contrariedad vivida por un joven al que la realidad de su entorno romperá con todo aquello por lo que había luchado en sus estudios y su preparación, comprendiendo que el nuevo mundo que se le avecina va a estar enmarcado por un régimen brutal y carente de derechos y libertades.
Junto a esta circunstancia, los lazos que de forma latente siempre se han ido estrechando entre el sacerdote y la maestra, aflorarán de manera más concluyente una vez esta se sume en las tareas de Miguel, quien de manera inequívoca irá situándose en torno a un pueblo sojuzgado y oprimido por el nuevo régimen fascista que finalmente se instaurará con toda pompa. Ante la perspectiva que se le ofrece, tanto nuestro protagonista como esa maestra que prácticamente se ha forzado a casarse con un baboso y cobarde carlista, estos se plantearán el intento de huir de esa auténtica ratonera en la que se ha convertido ese pueblo “convertido” al naciente régimen de Franco.
En teoría, nada habría que objetar en torno al argumento que presenta la película de Helena Taberna, si no fuera por que las formas que presenta su engranaje evidencia, punto por punto, uno de los mayores males que han sufrido este tipo de producciones; su maniqueísmo. Maniqueísmo que vislumbramos ya en esa recepción del sacerdote en la población por los republicanos que se encuentran en la terraza de la tasca –inenarrable el detalle del cartel de la proyección de LA MADRE de Pudovkin-, como maniquea es sobre todo la descripción de los componentes de la Falange, con especial detalle en la figura de su jerifalte, un hombre brutal y sin aristas posibles. Es en ese aspecto, de especial significación la escasez de sutileza que presenta la gama de estereotipos que plantea el metraje del film –curiosamente, entre sus roles secundarios, uno de los pocos que ofrece una cierta credibilidad, lo brinda un muy ajustado Guillermo Toledo-. Y junto a ello destaca la poco creíble ambientación, donde los elementos e iconografía que aparece en el film se caracterizan por una extraña limpieza. Las banderas están nuevas nuevísimas, como lo aparecen los uniformes y todos los elementos que conforman esa bochornosa ceremonia de entronización franquista, en una localidad que se supone de escasos habitantes.
Nada nuevo bajo el sol en este caso ¿Qué hay, sin embargo, que logre salvar LA BUENA NUEVA del naufragio más absoluto? De entrada la interpretación de un entregado Unax Ugalde –uno de los mejores y más singulares actores jóvenes con que cuenta nuestro país- en el rol protagonista –de destacar es la secuencia en la que muestra su estallido emocional en la parte final del relato- y la química que establece con la igualmente valiosa Bárbara Goneaga. Su interacción aporta frescura a un relato encosertado y dominado por esa incapacidad que proporcionar los necesarios mimbres dramático a una historia que funciona por unos cauces previsibles, en la que la realización apenas brinda elementos de significación. Si que es cierto que hay instantes en los que la intensidad del horror alcanza cierta fuerza –el momento en que uno de los detenidos es arrojado atado a una sima y abocado a una muerte segura, la secuencia en la que el sacerdote se encuentra a punto de la ejecución junto a dos presos republicanos-, como también puede percibirse que la belleza fotográfica alcanza ciertos instantes en donde lo telúrico tiene cierta fuerza –la secuencia en la que el sacerdote acude a un lugar donde se encuentran sepultados en pleno campo algunos fusilados, que no han recibido los últimos sacramentos por un estamento clerical ya abocado a las órdenes del Cardenal Gomá; el episodio casi final en el que este acude acompañado por mujeres republicanas en peregrinación, para honrar las víctimas que se encuentran muertas en la sima-.
Escueto bagaje para una función en la que provocan vergüenza ajena personajes como ese carlista cobarde, que es capaz de mutilarse el pie de un disparo para evitar acudir al frente, o no cesar en sus intentos y presiones para casarse con Margari, apareciendo como un ser detestable en su carencia de matices. Así pues, pese a los hallazgos antes señalados, o la extraña configuración de su final, que deja un cierto margen al optimismo, LA BUENA NUEVA no es más que otro olvidable eslabón dentro de la cadena de interminables revisiones de la llegada del franquismo a nuestra sociedad. Una mirada frente a frente que, por el contrario, parece se ofrezca como un espejo casi caricaturesco. A su lado, propuestas que en apariencia nada tienen que ver con dicho contexto como ENTRELOBOS (2010, Gerardo Olivares), nos demuestran que la revisión de un pasado condenable puede y debe ser llevaba al cine, pero aportando en el relato intensidad fílmica y una precisión en su trazado dramático, de la que esta película carece de manera considerable.
Calificación: 1’5
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