THE TRUTH ABOUT CHARLIE (2002, Jonathan Demme) La verdad sobre Charlie
Discutida e indiscutible, no dudo en considerar CHARADE (Charada, 1963. Stanley Donen), como una de las más memorables comedias policíacas de la historia. Es más, fue ya hace más de treinta años cuando, con ocasión de su primer pase televisivo, se consolidó como uno de esos títulos que germinó en mí una afición al cine que se ha ido prolongando con el paso de los años. Supongo que dicha circunstancia sucedería en no pocos aficionados de diversas generaciones, desde el momento del estreno de esta deliciosa combinación de géneros, ya que hoy día, y aún cuando la figura de su director –Stanley Donen- no se encuentra en el lugar que merece, la película ha alcanzado un estatus de mítica innegable –lo que por otro lado tampoco debería decir nada de antemano sobre sus hipotéticas calidades-.
Dicho esto, se entenderá la estupefacción de muchos –entre los que en su momento me encontré-, a la hora de enterarnos de la intención de Jonathan Demme de dar vida a un remake de un título irrepetible, e inserto en un momento concreto de la Historia del Cine imposible de ser trasladado u otro diferente. Unir a ello la sustitución de los míticos Cary Grant y Audrey Hepburn por Mark Wahlberg y Thandie Newton –de la que por fortuna nunca más se supo-, se entenderá que las garras se afilarán entre la legión de seguidores del film de Donen. Y viendo su resultado, lo cierto es que los recelos estaban justificados; THE TRUTH ABOUT CHARLIE (La verdad sobre Charlie, 2002) no solo supone una indigna e innecesaria revisitación de la deliciosa historia urdida por Peter Stone sino, lo que es peor, uno de los puntos más bajos en la filmografía de su artífice. Demme fue un cineasta que de unos inicios más o menos ligados al cine independiente –fue uno de los descubrimientos de Roger Corman-, poco a poco se fue integrando en los cánones de la industria hollywoodiense, demostrando en su irregular filmografía por un lado su irrefrenable tendencia a la cinefilia –teniendo en la obra de Hitchcock un recurrente referente-, y por otra el ocasional acierto en la incardinación de géneros, que en la década de los ochenta favorecieron la presencia de dos títulos tan interesantes como SOMETHING WILD (Algo salvaje, 1986) y MARRIED TO THE MOB (Casada con todos, 1988), por más que su realización más recordada sea la ya mítica THE SILENCE OF THE LAMBS (El silencio de los corderos, 1991), que le proporcionó el Oscar al mejor director. Antes de asumir la nueva versión del film de Donen, Demme se atrevió con oto remake –THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 2004)- retomando el referente del film de John Frankenheimer orquestado como guionista por George Axelrod, y basado en la novela de Richard Condon. Si en aquella ocasión –y es una opinión muy personal- soy de los pocos que creo logró superar el interés del un tanto sobrevalorado referente protagonizado por Frank Sinatra y Lawrence Harvey, lo cierto es que en esta el fracaso llega a ser casi absoluto.
Y lo es, no en la medida en que siga mejor o peor el referente que asume, sino por que de un lado es imposible despegarse del mismo a la hora de retomar la aventura de sus principales personajes. Es tal la torpeza en la manera con la que se nos presenta la pareja formada por ese joven de variable identidad que encarna con impar sosería Walhberg, en su ligazón con la Regina que muy pronto descubre no solo que se ha quedado viuda, sino incluso que la identidad de su marido no era tal. Ha quedado por completo arruinada, y se encuentra en peligro ya que entre las escasas pertenencias que las autoridades le han legado de su esposo, se tiene que encontrar un objeto que le lleve a una gran fortuna que mantenía oculta, procedente del robo ejecutado años atrás con un grupo de compañeros. La actualización de la historia a la década de los noventa y sus métodos narrativos se tornan innecesariamente embarullados –que no complejos- utilizando planos inclinados, virados y toda serie de licencias visuales, para dotar de una determinada presencia visual a una cinta que parte, de entrada, de una absoluta mediocridad en la configuración de sus personajes. Hagamos excepción en este sentido del empaque y la ambivalencia que logra proporcionar Tim Robbins del rol que en el film de Donen encarnara Walter Matthau. Es algo que se manifiesta de manera muy especial en la secuencia desarrollada entre este y Regina en la noria –quizá uno de los pocos instantes en los que la película cobra cierta temperatura, basada en un adecuado y sencillo uso del plano / contraplano-, y se extenderá, aunque con menor incidencia, en el resto del metraje.
En realidad, interesa muy poco el discurrir de THE TRUTH ABOUT CHARLIE, puesto que todo espectador ya sabe más o menos su desarrollo, Demme ha variado escasos elementos, y tanto el modo de ser expuestos como los seres que pueblan la misma distan de interesarnos ¿Podía haber tenido la película otras posibilidades? En mi opinión, si. Contemplandola, uno se remontaba por momentos a esa en aquella ocasión encantadora mezcla de comedia y policial que fue la citada MARRIED TO THE MOB, que en cierto conectaba con el espíritu festivo impreso por Donen en el CHARADE original. Por el contrario, y no soy el primero en señalarlo, el director de PHILADELPHIA (1993) se inclina de manera clara por dar rienda suelta a su casi acrítica devoción por los ecos de la Nouvelle Vague. Es por ello que en esta ocasión esa tendencia irrefrenable a la cinefilia pura y dura, que en muchos momentos del film se erigen casi como auténticos e involuntarios private jokes, son el auténtico referente para combatir el aburrimiento que supone seguir una trama sabida, trufada de efectismos, y acompañada por la insipidez de la protagonista, o el tener que soportar a Whalberg con una “típica” boina parisina que le quedan como a un Cristo dos pistolas. Y esas constantes referencias a la nueva ola francesa, se hacen presente en los cameos de Agnes Vardá y Anna Karina, en la referencia al “Hotel Langlois”, en ese plano final sobre la tumba de François Truffaut –algo que a mi juicio sobrepasa lo admisible-, o en referencias concretas y fugaces a títulos como el admirable LES PARAPLUIES DE CHERBOURG (Los paraguas de Cherburgo, 1964. Jacques Demy). Si que es cierto que personalmente me hace cierta gracia esa doble presencia de un envejecido Charles Aznavour cantando uno de sus más célebres temas. En especial una vez ha concluido –sin intensidad alguna- su intriga policial, y la pareja ya de enamorados, una vez han cumplido sus deberes, miran hacia la cámara, destruyendo la ficción que hasta entonces mal que bien, se ha venido manteniendo. Serán unos breves instantes llenos de flashes en los que, además de ese chirriante plano sobre la tumba de Truffaut, se contrapondrá otro en el que en off narrativo se recree con macabro sentido del humor, la eliminación de Dyle en la estilizada celda donde se encuentra confinado. Y ahí precisamente hubiera estado abierta una posibilidad de revisitación a la hora de plantear una nueva mirada a un título mítico. Por desgracia, ello es algo que se encuentra ausente durante la mayor parte de un metraje, que aparece mimético en esencia pero totalmente opuesto en inspiración, al de aquella negra y al mismo tiempo festiva e imperecedera obra que Donen nos legara en su día.
Si Jonathan Demme pretendía un homenaje – desmitificación de la Nouvelle Vague, se podía haber ahorrado esta `película, ya que Richard Quine lo solventó en apenas pocos minutos en la magnífica y menospreciada PARIS – WHEN IT SIZZLES (Encuentro en París, 1964), en aquella impagable secuencia en la que con la colaboración de Tony Curtis se imitaban los modos de Alain Delon y los estilos interpretativos imperantes en aquella corriente cinematográfica. Aquel breve fragmento valía en sí mismo más infinitamente como homenaje y desmitificación, que los casi cien que ocupa esta olvidable pirueta urdida por un cineasta con bastante más solvencia de la demostrada en esta ocasión.
Calificación: 1’5
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