THE MANCHURIAN CANDIDATE (2004, Jonathan Demme) El mensajero del miedo
¿Puede resultar una herejía afirmar que THE MANCHURIAN CANDIDATE (2004) –EL MENSAJERO DEL MIEDO en España- versión Jonathan Demme es superior al casi mitificado referente realizado por John Frankenheimer cuatro décadas atrás? Quizá así sea valorado por más de uno, pero me atrevo a realizar esa elección personal aún reconociendo que la primera versión cinematográfica de la novela de Richard Condon es una brillante comedia negra sobre las paranoias de la guerra fría –no resulta tan convincente tomársela en serio, cosa que hacen muchos aficionados, cuando no es el auténtico sentido de sus autores-. En su oposición, la película de Demme –que considero ha firmado la mejor obra de su desigual carrera con el título que nos ocupa-, logra no solo ser respetuosa con su original –su guión está retomado literalmente del que realizara brillantemente George Axelrod (el verdadero artífice de la mitificada versión de 1962)-, el cual han sabido trasladar al malestar que la actual situación de la política norteamericana manifiesta en el conjunto de la sociedad capitalista.
Y he ahí, a mi juicio, el principal acierto que ofrece esta inteligente revisitación de esta trama. Actualizar sus contenidos a un entorno sociopolítico que se pueden caracterizar sin duda alguna entre los más traumáticos y cuestionables de las últimas décadas, contribuye a otorgar a la misma de un profundo aire desazonador, de conspiración colectiva, de ausencia de libertades no solo políticas, sino incluso del individuo, y que de modo practico emparenta esta película con las mejores muestras del thriller político de los 70 –pondría como brillante ejemplo de ello EL ÚLTIMO TEXTIGO (The Parallax View,1974. Alan J. Pakula)-.
Las imágenes de THE MANCHURIAN CANDIDATE logran en todo momento traspasar la sensación de agobio colectivo, del hundimiento de unos comportamientos en apariencia intachables. Comportamientos estos que encubren una sensación de dominio y manipulación colectivas y trascienden con mucho la conspiración que se establece entre un poderoso grupo multinacional a la hora de lograr que un sujeto dominado psicológicamente ocupe la Presdiencia de los Estados Unidos de América. Por el contrario, Demme logra –gracias a la ayuda de un impecable montaje y la sinuosa partitura musical de la magnífica Rachel Portman- trasladar en todo momento esa sensación desasosegadora en la que nunca sabes si sus personajes actúan como tales individuos o están bajo los designios de los manipuladores.
Todos conocemos la historia que se desarrolla en esta película pero no estará de más recordarla. En esta ocasión se inicia con un prólogo en la Guerra del Golfo durante 1991. Allí sucede un ataque a un comando americano que costó varias bajas entre sus filas pero que finalmente es dominado por el joven Raymond Shaw (Liev Schereiber). Shaw es el hijo de una dominante senadora (Meryl Streep) y está encaminado especialmente por los deseos de esta para encabezar la candidatura para vicepresidente de los Estados Unidos. Sin embargo, todos estos acontecimientos están siendo observados de cerca por el teniente Marco (Denzel Washington). Marco siente en sus propias carnes unos extraños sueños y va investigando los indicios que le hacen pensar que todos los soldados que fueron protagonistas de aquel ataque, sufrieron una especie de manipulación colectiva cuyo alcance no llega a comprender. A partir de ahí solo el avance de la investigación le llevará a incidir en la figura de Shaw, puesto que llega a atisbar el alcance de la conspiración que llevaría al dominio de la civilización occidental por parte de una multinacional de oscuros intereses en la que se encuentra incluso la propia madre de Shaw.
Dentro de estas premisas una de las cosas que llama la atención es precisamente la dosificación de los elementos inquietantes en la película. Instantes que van desde la aparición de personajes secundarios –como el soldado de color que entrega a marco una libreta con numerosas anotaciones-, que en todo momento se intercalan con imágenes de declaraciones televisivas que de forma solapada sirven para reforzar esa idea de manipulación colectiva y al mismo tiempo completan con sus declaraciones públicas los retratos de los principales personajes a nivel de filiación ideológica –por ejemplo las opiniones del senador Jordan, liberal y auténticamente democrático que representa el veterano Jon Woight-. Es a partir de esa intersección cuando la película va avanzando con paso firme y seguro interesando al espectador en ese clima malsano y de difícil resolución que marca la historia que se nos cuenta.
Y en la intersección de sus acciones –que hábilmente se nos muestra con alguna descoordinación temporal- se incide en la presencia de unos personajes muy bien descritos y mejor interpretados. Y cierto es que THE MANCHURIAN CANDIDATE cuenta con uno de los mejores y más adecuados repartos que un film norteamericano ha brindado en los últimos años, y a la que cabría añadir algo habitual en el cine de Demme de años atrás; la presencia de actores e incluso directores –como su mentor Roger Corman- en cometidos episódicos. Todos y cada uno de sus intérpretes despliegan sus mejores recursos en una labor compacta y entregada, pero de la que no puedo dejar de destacar el descomunal retrato que Liev Schreiber ofrece de Raymond Shaw. En una labor asombrosa –que quizá no ha sido justamente valorada quizá por tratarse de un actor no lo suficientemente conocido-, Schreiber logra al mismo tiempo desplegar su carisma y atractivo físico –algo consustancial para el éxito de un político populista-, y basar el retrato de su personaje en la ambigüedad de una mirada que por instantes se muestra sensible y alienada, sufriente y amenazadora. Pese a estar rodeado de un reparto fabuloso, su presencia en la escena logra capitalizar los momentos más memorables de la película. Entre ellos no podría dejar de mencionar su aparición introduciéndose en las aguas de un lago para encontrarse y posteriormente asesinar al senador Jordan, instantes después a su hija y antigua prometida suya –en unos planos que evocan lejanamente THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton)-; la conversación que se establece poco después entre Marco y Shaw descrita con unos intensos primeros planos en los que tanto Washington como fundamentalmente Schreiber brillan a una gran altura mostrando esa posibilidad de defensa de la personalidad del individuo por encima de cualquier manipulación; o finalmente los instantes previos al asesinato de Shaw y su madre por parte de Marco mientras estos celebran bailando su victoria electoral, y las miradas de Raymond se clavan casi dolorosas sobre su verdugo.
THE MANCHURIAN CANDIDATE concluye con el mismo doloroso sentimiento con el que se inicia y describe en todo su metraje. Pese a la resolución del caso nada realmente se ha resuelto y será un sentimiento nihilista es el que predominará. La amenaza sigue y se borra incluso la huella del verdadero asesino, que es además la persona que ha suscitado las simpatías del público y ha ido en todo momento en búsqueda de la verdad. Sin ser una obra maestra, la película de Jonathan Demme sí que se erige como una muestra de que cuando la inteligencia cinematográfica y la profesionalidad de un equipo bien elegido se pone de manifiesto, se puede ejecutar un producto de interés para cualquier aficionado, dentro de las coordenadas mainstream, pero al mismo tiempo dejar interrogantes al espectador sobre las carencias y peligros del mundo en que vivimos.
Calificación: 3’5
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